Valores

Aquí tienes a tu Madre

Escrito por Daniel Díaz
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Aún en medio de su dolor, Jesús crucificado fue capaz de ver la necesidad de quienes lo acompañaban. Al pie de la cruz, justo antes de entregar su último aliento de vida, nos dio un vínculo nuevo, uniéndonos para siempre a su madre. El Hijo eterno que con su Pascua nos iba a introducir al Amor del Padre, quiso también darnos parte en su relación humana más profunda, la del mutuo amor que lo unía a aquella que lo alumbró.

En la figura del discípulo al que Jesús amaba, todo el que está unido a Cristo, recibe a María por madre. Se nos abre así la puerta a una intimidad, ternura y confianza propias de lo familiar, a un amor simple y cotidiano pero capaz de lo extraordinario. Esta mujer, a quien Dios eligió para reflejar su presencia y hacer experimentar a su Hijo su cercanía, se ha hecho compañera de nuestro caminar.

María, madre de un hijo único, fue lanzada a una maternidad universal. Pero al asumirla, no se despersonalizó, sino que supo encarnarse en las distintas realidades y situaciones de su nueva familia. Maravilla el poder ver en las diferentes culturas, los rostros y vestidos con que se ha hecho cercana a la fe del pueblo. Pidámosle que hoy nos ayude, vistiéndose en esta ocasión para visitar y acompañar nuestra tarea en el ámbito empresario, en la vocación y misión que Dios nos regaló. Y como hacía con Jesús, dejémosla abrir un dialogo de intimidad.

«¿A dónde vas? ¿Cómo te fue?»

Estas preguntas se repiten en nuestros hogares una y otra vez. No siempre son respondidas y a veces se lo hace sólo a medias, disfrazando la verdad. Probablemente estas frases habrán iniciado muchos diálogos en el hogar de Nazaret, abriendo encuentros sinceros y profundos acerca de lo que Jesús y María experimentaban en su corazón. Son preguntas que nos sacan de la velocidad y el vértigo que suelen regir nuestra vida, del apuro por ir o regresar sin detenernos a mirar de dónde venimos o a dónde vamos, ni considerar como nos está yendo.

Ante nuestra madre no nos hace falta ocultar o aparentar nada. Podemos mostrarnos tal como somos y como estamos. Su comprensión nos habla de ese otro amor gratuito e incondicional, que no huye ante nuestros errores y límites, ni ante nuestras debilidades y pecados. Quien se anima a hablar sinceramente con ella, encontrará un espacio donde mirar su realidad sin miedo a ser juzgado o rechazado.

La que nos cuestiona es la que supo descubrir las maravillas que Dios estaba realizando en ella a través de un inesperado y posiblemente conflictivo embarazo. Puede ver la historia como un asombroso despliegue del obrar del Creador. Sabe que indefectiblemente, Dios hará siempre lo que más nos va a ayudar y llevará todo al mejor término.

María nos habla de la paz que regala el dejarse llevar por el Señor y su voluntad, y nos enseña a descubrir que estando con Dios, siempre nos va bien.

Miremos nuestra historia remota y reciente y contémosla a nuestra Madre. Ella nos dará una perspectiva nueva. Nos ayudará a dar gracias en vez de quejarnos y a reconocer todo lo bueno que hay en nosotros y en los demás. Podremos aceptar lo que nos duele o nos confunde sin negarlo, reconociendo que son parte de un proceso que si lo permitimos, será guiado por nuestro Señor hacia el mejor puerto.

«Llévate un abrigo»

Todo hijo necesita escuchar esta frase porque lo hace sentir querido y cuidado. Como el niño Jesús, dejemos que María nos prepare cada día para salir a la intemperie y enfrentarnos a la frecuente dureza del clima de nuestra actividad. Ella misma nos proveerá del mejor abrigo: el de la gratitud a Dios y la confianza en sus caminos.

Sobre el autor

Daniel Díaz

Sacerdote de la diócesis de San Isidro. Asesor doctrinal de ACDE.

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