Este año santo de la Misericordia nos llama como cristianos, a vivir de forma especial el amor misericordioso de Dios y llevarlo a quienes nos rodean y más allá. Me siento personalmente cuestionado cómo vivir en forma misericordiosa en mi ámbito laboral, cómo llevar la misericordia a la vida de cada día, y en particular al mundo de las empresas.
Las empresas tienen la maravillosa y noble tarea de producir riqueza, completando el Evangelio de la creación, transformando los bienes y servicios y poniéndolos a disposición y acceso de muchos, para que puedan beneficiarse con ellos. La riqueza de cada bien y servicio es el resultado de un esfuerzo compartido, fruto de la creatividad y colaboración mutua, incluyendo todas las generaciones que nos precedieron, La humanidad es en este sentido un silencioso y solidario co-autor de esa riqueza y debemos estarle agradecida.
La noble tarea de generar riqueza en la empresa tenemos que confrontarla con la pobreza y necesidades de quienes nos rodean. Quienes queramos llevar la luz del Evangelio a las empresas, nos debemos sentir cuestionados por el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces (Juan 6, 1-15), en el que el Señor nos llama a dar respuesta a la escasez con nuestra capacidad de generar riqueza.
Pero ¿qué podemos aportar al mundo de las empresas desde nuestro ser cristiano”? ¿Cuál es la “sal” y riqueza que podemos llevar?
Suena fuerte decir ser “sal” para las empresas, pero ¿no estamos llamados a eso, ser “sal” para el mundo, “sal” en el trabajo, en el ámbito laboral? Francisco nos dice que “la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra difícil engendrar alegría” , y justamente eso es lo que debemos llevar, ¡la alegría de la Buena Nueva!, la alegría por el entusiasmo de forjar y crear en las empresas.
Encuentro un camino muy interesante para reflexionar en las llamadas Obras de Misericordia, recomendadas por Francisco en su Bula “Misericordae Vultus”, con la que nos convoca a Jubileo de la Misericordia.
El santo padre nos dice que “será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza …” Nos dice que “la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor visceral.”
Estas obras son una manera muy concreta de “… salir de nosotros mismos para ir al encuentro de los demás, a la periferia de la existencia, a los más alejados, a los olvidados, a quienes necesitan comprensión, consuelo, ayuda” en nuestras empresas, en nuestros trabajos.
Ellas abarcan tanto los aspectos materiales como espirituales de la persona. Es decir que van dirigidas a llevar el amor a la totalidad de la persona en forma integral, orgánica, a todas sus dimensiones, tendiendo puentes, no muros, vinculando aquellos procesos y realidades que están naturalmente relacionados, pero que, por una división, fruto de la especialización y de nuestra tendencia a fragmentar la realidad, los analizamos y vivimos como independientes (a veces confrontados) y terminamos considerando esas realidades en forma separada y desvinculada.
Su práctica es una pedagogía de las vinculaciones, que irá tejiendo vínculos materiales, espirituales y afectivos entre las personas, uniendo el lugar del trabajo y los ideales, dándole sentido a la tarea.