Valores

Enrique y sus pequeños gestos

Escrito por Daniel Díaz
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Cuando queremos hacer un elogio de alguien solemos recurrir a sus momentos de mayor gloria y notoriedad, a las palabras destacadas que dirigió en alguna ocasión importante o a la gran obra que realizó, dejando una marca imborrable en quienes fueron testigos de ellas.

Enrique Shaw, apóstol de las empresas, nos ha legado escritos que exponen el pensamiento cristiano y la doctrina social de la Iglesia con fidelidad y claridad. Además son muchas y muy valiosas las acciones en las que constatamos su aplicación concreta, tanto en el ámbito privado como en lo público. De todo esto podría seguramente decirse algo o mucho, pero prefiero en esta ocasión elegir otro camino.

Habitualmente, cuando queremos conocer más profundamente a una persona, solemos fijarnos en los pequeños detalles: su modo de saludar, de escuchar a los demás, sus pequeñas atenciones y cortesías hacia los otros. Los gestos más simples nos son particularmente reveladores: una sutil sonrisa de comprensión, un suspiro de impaciencia o una leve mueca de disgusto, son solo un ejemplo de un amplio catálogo que expone inadvertidamente los sentimientos y pensamientos más genuinos y solo aparentemente ocultos.

En algunas ocasiones, cuando la persona en cuestión tiene un alto nivel socioeconómico, una particular inteligencia o un cargo de decisión superior, puede resultar especialmente revelador el modo en que trata a los que no tienen estos mismos dones y posibilidades. Y si tenemos un poco de sabiduría, esas sencillas cosas cotidianas más que hacernos juzgar a los demás nos harán reflexionar sobre nosotros mismos, porque en muchas ocasiones nos veremos reflejados y descubriremos en otros esas pobrezas personales que desdicen lo que proclamamos ser y querer ser.

Un par de anécdotas

Hay dos hechos que desde que conocí a Enrique Shaw a través de las hermosas semblanzas y testimonios que otros han escrito o me han contado, me llamaron la atención. El primero de ellos se refiere a una llegada tarde a su ámbito de empresa y sus reuniones. Luego de la inicial preocupación por su demora, la historia se reveló profundamente tierna y simpática. Ya cercano a su llegada, algo importante y urgente lo había apartado momentáneamente de su destino original: unos chiquitos le habían pedido poder subir a su moto y él había accedido a dar una vuelta a la manzana con cada uno de ellos.

La segunda anécdota de la que daban cuenta quienes trabajaban a su lado, tenía que ver con su llegada a las oficinas de la empresa con un sorpresivo regalo. En un día de un tremendo calor, en medio de sus múltiples preocupaciones y sus idas y venidas como responsable de su empresa, se había hecho espacio para traer helado a sus empleados.

Probablemente, ninguno de estos hechos cobre un lugar central en los relatos de su vida. Y sin embargo, creo que tienen mucho para decirnos acerca de Enrique Shaw. No es fácil en medio de las tareas cotidianas de quienes tienen responsabilidades importantes, encontrar gestos tan profundamente humanos y tan simplemente generosos como éstos. Son sencillas actitudes que dejan entrever la profunda veracidad de su amor a Dios y a los demás, en su cercanía, su capacidad de encuentro y su delicada atención a las circunstancias de los demás.

Alegrar la vida de unos chicos permitiéndose salir de lo planificado, habla de prioridades singulares, de una opción por dar a la vida un particular sentido, de una delicadeza hacia los más pequeños no común. Sorprender con una caricia helada a sus colaboradores, habla de gratitud y reconocimiento, de atención a las necesidades, de flexibilidad en pos de una finalidad más importante.

Hacer lo pequeño para ser grande

La verdadera santidad, no es una cobertura exterior brillante que se improvisa de un momento a otro. Brota de lo más hondo del ser y muchas veces se expresa hacia afuera solo ocasional e incluso tardíamente, cuando ya son visibles los frutos maduros. Para llegar allí son necesarios tiempos de siembra y crecimiento. Todo comienza en semillas, en gestos que parecen no ser importantes, hacia personas en las que otros no reparan. Nos ayudan a expandir el corazón y nos revelan hasta que punto lo vamos logrando.

Los invito a reconocer que tenemos las manos llenas de semillas que podemos ir sembrando y acompañando en su crecer. Les propongo olvidar por un instante lo grande y crecido, lo notable, lo más visible de sus vidas. Es bueno detenerse en esas cosas que habitualmente nos pasan desapercibidas y en las cuáles jamás seremos evaluados en nuestros resultados: ¿cómo es nuestro saludo con quienes nos cruzamos en la empresa?, ¿nos detenemos e interesamos ante quienes percibimos que pasan un momento difícil o viven un motivo de alegría?, ¿qué gestos de amabilidad gratuitos hacia nuestros colaboradores solemos tener?

Buscamos en Enrique Shaw el ejemplo que nos ayude en nuestro propio camino de santidad personal. Y él nos regala su propuesta: descubrir en los pequeños gestos que realizamos a diario un camino espiritual, un lugar de plenitud y felicidad para nosotros y para quienes nos rodean. Es un camino sencillo, accesible para todos, que nos centra en lo importante, nos acerca a los hermanos y nos aleja de las tentaciones de la soberbia y la vanidad. Sigamos sus pasos.

Sobre el autor

Daniel Díaz

Sacerdote de la diócesis de San Isidro. Asesor doctrinal de ACDE.

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