“Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece”. (Lc 6,20b)
Hay frases de la Palabra de Dios, que ya tienen un lugar instalado en nuestra memoria, pero eso no significa, que siempre las sostengamos presentes y activas en nuestros pensamientos, y mucho menos, que sean una verdadera opción en nuestro corazón. La bienaventuranza de la pobreza, tal vez sea una de las ideas más revolucionarias y transformadoras entre las propuestas del Evangelio de Jesucristo. Y nos es fácil recordarla, pero nos cuesta mucho vivirla.
Jesús hablaba a un auditorio muy amplio: personas pobres, ricas y todas las posibilidades intermedias estaban allí presentes. Sus búsquedas los llevaban frente al mismo Maestro. Pero seguramente todo lo que decía, incluida esta frase en particular, resonaba en cada grupo de un modo diferente. La propuesta era común, pero las situaciones y posibilidades no, por lo que el eco y la respuesta que el mismo Señor podía esperar en cada uno de los discípulos era diferente.
Bienaventurados los pobres: ¿y los ricos?
Para los más pobres y necesitados, primeros destinatarios de esta bienaventuranza, la afirmación está cargada de consuelo y esperanza. Aunque en el presente los motivos que hacen sufrir son muchos, poniendo la mirada en una esperanza que se hace certeza, es posible alegrarse anticipadamente. Es una invitación a reconocer en la propia vida una profundidad que trasciende incluso la indigencia y vulnerabilidad a la que se está sometido, para encontrar fortaleza y paz en ese espacio donde el Sumo Bien eterno ya no podrá ser arrebatado como hoy puede serlo todo lo demás. Todos, de alguna forma, tenemos pobrezas que se regocijan al escuchar estas palabras del Señor y en ese sentido, a todos nos pertenece el Reino de Dios.
Pero a pesar de que podamos reconocer propias pobrezas, es bueno aclarar que en el mundo en que vivimos, la condición de “rico” no está reservada al top ten de alguna publicación de renombre. Mirar la situación de la población mundial, de nuestro país, de nuestra ciudad, y compararlas con la que expresan nuestra vivienda, alimentación, educación, acceso a la salud y vacaciones, entre muchos otros aspectos, nos mostrará enormes diferencias. Pese a que casi siempre consideramos a todas ellas como obvias necesidades, ubicarnos según nuestros ingresos y propiedades en medio de la sociedad, nos sitúa como parte del grupo de privilegiados. Y esto es irrefutable, sin importar lo mucho que nos quejemos de nuestra situación económica.
Éste es el lugar desde donde quisiera reflexionar. Porque para quienes no somos pobres en muchísimos aspectos, la bienaventuranza se transforma en un fuerte cuestionamiento. Nuestras riquezas, tan bien vistas, aceptadas y reconocidas por quienes nos rodean, de acuerdo a las palabras del Hijo de Dios, nos dejan en la situación de tener que reconocer que su Reino, el cumplimiento de la aspiración de felicidad más honda que hay en nosotros, pareciera que no es ni será nuestro.
Bienaventurados los ricos menos ricos
Si bien uno puede espiritualizar el concepto de pobreza, dejando un poco de lado una idea exclusivamente materialista, tampoco podemos negar que la pobreza espiritual se revela muy débil cuando no afecta concretamente nuestra vida cotidiana. Vivir como parte del Reino, implica decisiones de verdadera renuncia y la elección de un modo de vida austero y solidario. Para quien somos ricos, ser menos ricos, es camino de salvación.
La menor riqueza no pasa siempre por desposeerse de bienes, sino por usarlos más allá del beneficio personal. Cuando nos constituimos como verdaderos administradores de lo que poseemos en beneficio de los demás, de los más necesitados, de los más vulnerables, somos menos ricos. Cuando somos capaces de privarnos de los privilegios que tenemos para que otros menos privilegiados, sean más respetados en su dignidad, somos más pobres, y un poco más dueños del Reino.
Cualquiera que evalúe la inversión en pobreza que nos propone esta bienaventuranza, si realmente tiene fe en las palabras de Jesús, tendrá que concluir que elegir ser más pobre es una buena apuesta, un buen negocio. A cambio de ciertas carencias o limitaciones elegidas de modo voluntario se obtiene la feliz eternidad. Por el contrario, permaneciendo en la riqueza presente, se desposee de toda posibilidad de riqueza futura y pierde la mayor Riqueza. Más aún, quien no viva como rico, ya estará obteniendo mayores beneficios en el presente, porque tendrá hoy una inmensa sobreabundancia. Ella será cumplimiento de la promesa de Jesús: para quienes busquen el Reino en primer lugar, todo lo demás les será dado por añadidura.
Bienaventuradas las empresas con ricos más pobres
En toda empresa hay multiplicidad de roles y jerarquías, que conllevan diferencias económicas en los beneficios de cada uno de los que integran la organización. La posibilidad y los límites de esas diferencias van siendo establecidos en atención a diversos criterios. Salarios mínimos y escalas salariales, impuestos y sus exenciones para las ganancias, aportes a la seguridad social, son diversas formas que estos adoptan. Como sociedad, podemos y debemos pedir el indispensable respeto a la ley que vamos conformando en la búsqueda de los distintos equilibrios necesarios. Pero la ley humana suele dejar muchos baches y mostrarse insuficiente ante las razones de las bienaventuranzas que Dios nos revela.
Hay una certeza de felicidad en una vida más pobre de egoísmos e indiferencias y más rica en justicia y fraternidad, y está vigente también en nuestras organizaciones. Por ejemplo, es una cuestión evangélica el sincero discernimiento de la reinversión de las ganancias en actividades que generen trabajo y riqueza para la sociedad. Lo es también la consideración de su distribución a través de la dignidad de los salarios y beneficios del personal, incluso por sobre lo que la ley humana demanda. Es motivo de inclusión o exclusión de la posesión del Reino que la consideración de los cambios de procesos y tecnologías, vaya profundamente unida a la preocupación por el sostenimiento de las familias de los trabajadores cuya fuente de trabajo pueda afectar. Ustedes podrán listar mejor que yo otros casos.
En los términos de Jesús, no siempre las empresas más ricas, son las que más hacen prosperar y ser feliz a su gente y a todos aquellos con quienes están vinculadas. Y este último es justamente el desafío de los líderes cristianos en sus empresas. En la vida personal, estamos llamados a hacernos cada vez más sujetos de la bienaventuranza de los pobres, viviendo con pobreza nuestra riqueza. Pero también somos enviados a transmitir ese mismo espíritu en nuestro ámbito laboral, transformando y evangelizando los criterios que guían las decisiones de cada día. Porque creemos que el fondo de la cuestión reside en que la verdadera riqueza de una empresa está en que quienes forman parte de ella y el conjunto de la sociedad sean menos pobres y más ricos. Esa riqueza hace a todos bienaventurados.