Homilía del padre Augusto Zampini Davies del 25 de junio de 2017 en Holy Apostles, Pimlico, Londres.
Las imágenes del infierno en la Torre Grenfell en Londres seguirán con nosotros por un largo tiempo. Fue “aterrador”, verdaderamente horrible. Londres no será la misma luego de este desastre.
También (pareciera) que el terrorismo de extremistas de toda clase amenaza nuestro deseo de vivir en paz en cualquier parte. ¿Podemos seguir viviendo como antes de los ataques en el Puente de Londres y el Puente de Westminster en nuestra ciudad, y luego del reciente atentado terrorista en Manchester? ¿La gente en Teheran, la capital de Iran, podrá seguir viviendo como antes de los múltiples atentados terroristas que tuvieron lugar durante este mes? ¿Podrán los musulmanes adorar a Dios en paz tras el atentado contra una de sus mesquitas la semana pasada en Londres? ¿Podrán los musulmanes en Mosul, Irak, continuar rezando luego del atentado terrorista que destruyó la antigua Gran mesquita de al-Huri en dicha ciudad durante Ramadan?
“¡Terror por todas partes!” se desesperaba la gente cerca de Jeremías siglos antes de Cristo. Hoy la gente se desespera con la misma frase: “¡Terror por todas partes!”.
¿Cómo debiéramos responder al terror? Podemos cambiar algunas cosas en el corto plazo. La gente, de hecho, está demandando más seguridad, más patrullajes, más regulaciones y controles en los edificios, etc. Y con razón. Por ejemplo, los puentes de Londres ahora tienen una protección nueva especial para los transeúntes para evitar que terroristas los atropellen. Y está bien. Pero ¿es suficiente con más vallas y más policías? ¿Podemos quedarnos en la superficie, respondiendo sólo a los síntomas? O debiéramos hurgar hondo en las raíces del terror y del “terror-ismo”?
El Evangelio nos dice que hay algo crucial que nos puede ayudar a derribar el miedo o el terror: pasar del secreto a la apertura, de la oscuridad a la luz; así se simple… así de difícil, porque significa ser más transparentes como individuos y como comunidad. Cuanto más sabemos de otros grupos, más tranquilos podemos quedarnos de que no son una amenaza para nosotros. Cuantos más secretos tengamos como grupo, como Iglesia, como nación, más serán los que desconfíen de nosotros. Y no se puede luchar contra el miedo y el terror sin confianza, pero la confianza se erige con apertura y transparencia.
Estarán pensando que hay ciertas cosas que deben mantenerse en privado, en secreto. Cierto. ¿Pero cuántas cosas? Y más allá del número de secretos “necesarios”, ¿cuál es nuestra actitud prevalente? ¿Es la coherente con los discípulos de Jesús? Jesús reprendió a sus amigos por intentar mantener a los niños lejos de él (Mt 19: 13-15), porque no quería crear la impresión de que intentaba ocultar algo (en aquella época las familias solían usar a los niños para espiar a otras familias).
Permítame darles un ejemplo excelente de apertura, de una adecuada actitud cristiana que ocurrió en nuestra parroquia, pero no testimoniada por nosotros, los cristianos. La comunidad musulmana vecina rezó, todos los días del Ramadan, en nuestro salón parroquial. Un día nos invitaron a un grupo de nosotros a romper el ayuno con ellos (lo hacen normalmente entre las 9:15 y las 9:30pm, cuando baja el sol). ¡Fue una experiencia fabulosa! Presenciar cómo rezan, cuán dispuestos estaban a servirnos, a hacernos sentir en casa, a compartir su comida con nosotros, y conversar, cara a cara, fue una experiencia verdaderamente transformadora. Su generosidad y apertura nos ayudó a muchos de nosotros (yo incluido) a no temer más cuando vemos a hombes muzulmanes con sus turbantes y barbas a la salida de una mezquita en Londres. La experiencia también me ayudó a comprender por qué los terroristas los quieren atacar también a ellos, porque la mayoría de ellos son personas de fe y amor. ¡Qué enseñanza!
Otro ejemplo de pasar del secreto a la apertura, de la oscuridad hacia la luz, es el que dieron los bomberos, los servicios de salud y los curas que estaban en la Torre Grenfell mientras sucedía el horror. Algunos estaban realizando tareas de rescate, otros de salud, y otros dando alivio espiritual a las personas. Ninguno de ellos se escondía del terror por temor; todos llevaban su luz, aún cuando fuera pequeña en medio tanta oscuridad.
Sin embargo, el fuego en la Torre Grenfell nos interpela a ahondar en las raíces del infierno y del terror. El incendio sucedió en uno de los barrios más ricos de Londres y tomó al menos 80 vidas de sus residentes más pobres. No es una casualidad; tiene que ver con los programas de austeridad.
Para enfrentar aquello que nos aterra, el miedo, es preciso tomarse tiempo para buscar la verdad, para discutir con honestidad y transparencia las causas del terror en el ámbito público. No hay que esconder nada.
No estoy hablando sólo del pasado, de quién fue responsable del incendio, o de a qué político hay que culpar más. Todo eso es importante. Pero más importante aún es el futuro. En todas las ciudades y países, pero especialmente en Londres y Gran Bretaña hoy, debemos tener un debate público honesto acerca del equilibrio entre impuestos y servicios públicos, sobre cómo queremos organizar nuestras ciudades, sobre cómo las regulaciones (ya sea financieras o edilicias), mientras protegen a todos, debieran tomar una consideración especial por los más vulnerables, los que necesitan más protección que otros. Los edificios sustentables y seguros no deberían ser sólo para los ricos. Jesús nos dice que toda persona merece protección, pero especialmente aquellos que carecen de protectores, o que no pueden protegerse..
En tiempos en los que oímos que el terror está en todas partes, necesitamos escuchar con mayor atención que antes las alentadoras palabras del
Evangelio sobre la paz y la apertura. Jesús nos exhorta a no temer solamente a quienes matan el cuerpo, sino también a quienes matan el alma o el espíritu de comunidad.
Así que, hurra por quienes nos protegen y rescatan de quienes quieren sembrar terror en nuestras vidas matando nuestros cuerpos, como los policías, los bomberos, las enfermeras, los médicos. Pero hurra también por quienes traen luz en medio de la oscuridad, por quienes nos protegen de la desesperación que corrompe nuestras almas, como los curas, los pacifistas o nuestros vecinos musulmanes que quieren compartir su fe y comida con nosotros los cristianos. Y por último, hurra por quienes quieren traer transparencia en el ámbito público, por esos políticos valientes (especialmente los recientemente elegidos) que buscan las raíces del miedo y el terror.
No sólo los saludamos, sino que también rezamos para que podamos imitarlos, para que cada uno de nosotros -de acuerdo a nuestros talentos- podamos construir paz, fortalecer los lazos de comunión, siendo más abiertos y humildes y sirviendo especialmente a quienes más lo necesitan.
Esta homilía fue originalmente publicada por Independent Catholic News