Valores

Ser cristiano hoy

En memoria del Pbro. Rafael Braun, recientemente fallecido, Portal Empresa publica su exposición realizada en el Foro almuerzo de ACDE el 30 de noviembre de 2005, aparecida en la revista Criterio Nº 2314, de abril de 2006.

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Hace ya muchos años que un desafío me interpela: cómo ser cristiano hoy en Buenos Aires. En febrero del 2005, los obispos vascos escribieron una carta pastoral titulada Renovar nuestras comunidades cristianas. Es uno de los exámenes más agudos que he leído acerca de los desafíos que enfrenta la Iglesia. Basta citar un pasaje para advertir la lucidez y valentía del diagnóstico: “Por primera vez en la historia a partir del s.IV la Iglesia católica y las demás Iglesias cristianas viven en muchas regiones de Europa una situación de minoría cada vez más próxima a la diáspora al estilo de las minorías judías presentes por doquiera en el mundo gentil”(37). La civilización “occidental y cristiana” ya no existe. Nuestra cultura podrá tener aún residuos de su pasado cristiano, pero los redactores del proyecto de constitución europea ni siquiera quisieron reconocer explícitamente el aporte histórico del cristianismo a lo que hoy es Europa. Hemos entrado a una nueva época, análoga a la preconstantiniana.

¿A qué se debe esta crisis de la Iglesia Católica en Europa, y, yo agrego, en América Latina? En la carta de los obispos vascos encontramos dos interpretaciones que, a mi juicio, corren por carriles paralelos sin que la carta opte claramente por una de ellas. La primera se expresa del siguiente modo: “La visión moralista que atribuye primordialmente la situación de la Iglesia a nuestros pecados no es, … justa ni plenamente acertada” (24). “No tenemos nosotros toda la culpa, ni mucho menos, del debilitamiento de nuestras comunidades, ni de la apatía religiosa de muchos, ni del éxodo de los jóvenes. Hemos explicado ampliamente que la causa fundamental de la descristianización reside en la cultura ambiental y dominante. Configura el modo de pensar, de sentir y de comportarse de las personas y grupos. Les dicta sus valores” (44).

La segunda línea se expresa de este modo. “Como a las Iglesias del Apocalipsis, el Espíritu nos llama enérgicamente a la conversión. También nuestras comunidades y sus responsables somos invitados a preguntarnos si “hemos dejado enfriar el amor primero” (2,4) o nos merecemos la interpelación de Jesucristo, el Testigo fiel y veraz: “Eres sólo tibio: ni caliente ni frío” (3,16). ¿Nos sentimos retratados en estas enérgicas expresiones? Pasar de la mediocridad al fervor y hasta a un cierto entusiasmo es para muchos de nosotros una asignatura pendiente. Ante todo y sobre todo, hemos de convertirnos no a la sociedad, a los tiempos modernos, a la verdad, a la justicia, al bien. Ni siquiera a los pobres. Hemos de convertirnos a Dios. No hay verdadera conversión cristiana sin un Encuentro personal y comunitario con Dios, cuyo rostro resplandece en su plenitud en Jesucristo. La conversión no es una simple reforma de costumbres y actitudes. Es un volverse a Dios. Esta es la relación fundamental que ha de restañarse en nosotros. Si ella se regenera y se refuerza, todas las demás se consolidarán” (41)

““Seguir a Jesús” es la fórmula breve del comportamiento cristiano. … es haber sido seducido por Él. Es depositar en Él una ilimitada confianza. Es sentirse envuelto en un amor incondicional hacia el Señor. Es identificarse con su escala de valores. Es decidirse a compartir su misión. Es adherirse a la comunidad de seguidores. Las capas afectiva, valorativa y decisoria de nuestra persona quedan centradas en la persona de Jesús, en el proyecto de Jesús y en la comunidad de Jesús”(55). “La presencia capilar de una muchedumbre de cristianos verdaderamente seguidores sembrados en todos los entresijos de la sociedad haría pensar a muchos”(56).

Ambas tesis tienen elementos verdaderos, pero no concuerdo con la primera y adhiero a la segunda.

Somos herederos de un cristianismo cultural que ya no existe y que es utópico querer revivir. No son leyes, normas y reglamentos lo que resguardarán valores que ya no están avalados por las conductas de los mismos cristianos. Frente a una cultura pagana que propone una escala de valores contradictoria con la que profesamos como cristianos, ¿hacia dónde deben apuntar nuestros esfuerzos? ¿hacia el hipotético cambio de la cultura o hacia la efectiva conversión de las personas? El polo que hay que trabajar prioritariamente es el de la fe en Jesucristo, pero una fe que asuma nuestras capas afectivas, valorativas y decisorias. En otras palabras, una fe enamorada. Sin cristianos que exhiban en sus vidas y conductas un real enamoramiento del Señor, el diálogo de fe y cultura se transforma en el mejor de los casos en coloquios intelectuales, y en el peor en polémicas estériles y disputas por el poder.

Hoy, como en los orígenes del cristianismo en el imperio romano, el cristiano que vive coherentemente su fe adopta una postura contracultural. No por lo que dice, sino por cómo vive. Leemos en el libro de la Sabiduría: “dice el impío … [el justo] es un vivo reproche contra nuestra manera de pensar y su sola presencia nos resulta insoportable, porque lleva una vida distinta de los demás y va por caminos muy diferentes”(2,14-15). El fervor es como el fuego, enciende todo lo que está cerca. El que está seco por dentro y vive en la impureza, le tiene miedo porque presiente que tendrá un efecto purificador similar al que separa la escoria del metal en el proceso de refinación. El que tiene una brasa encendida lo acoge y crece la llama, pero si no la alimenta se apaga y la ceniza vuelve a cubrir la brasa. ¿Cómo está nuestra Iglesia, en llamas o cubierta de ceniza?

Juan XXIII, al convocar el Concilio, nos invitó a volver a las fuentes, es decir a los orígenes de la experiencia cristiana, a la santidad de vida con prescindencia de los usos y costumbres de los paganos en medio de los cuales vivían. Su norma de vida era el seguimiento de Jesús, tanto de sus enseñanzas como en la imitación de sus conductas ejemplares.

Cada día estoy más convencido que la santidad de vida es el camino más eficaz y corto de cambiar la cultura, porque suscita, en efecto, un nivel y calidad de vida más humano en la sociedad terrena. Para ser santo no hay que retirarse del mundo, sino habitarlo con la llama encendida del Espíritu Santo en el corazón, la inteligencia y la voluntad. ¿Cómo hacerlo?

En primer lugar, y como condición necesaria para todo el resto, es preciso vivir desde el corazón el llamado seductor de Jesús a seguirlo. Porque como decía Pascal, el corazón tiene razones que la razón no comprende. Un corazón enamorado de Jesucristo tiene que vivir descentrado de sí mismo, y alimentar el amor a Dios por medio de una oración asidua y atenta, y el amor al prójimo mediante el servicio voluntario, desinteresado y personalizado a los que padecen alguna necesidad. Un cristiano tibio de corazón corre el riesgo de caer en el moralismo porque teme activar la dimensión afectiva del amor.

En segundo lugar, hay que encarnar este amor pasando por las mediaciones racionales necesarias para construir el Reino de Dios respetando la autonomía de las realidades temporales. Esta es la capa valorativa que el Espíritu Santo enciende si amamos la verdad.

En tercer lugar hay que activar la capa decisoria. Hay que obrar. Hay que emprender. Hay que pasar a la acción eficaz.

La antropolgía cristiana es optimista pero no ingenua. Nuestra vida es un combate espiritual, porque estamos siempre acechados por la tentación del maligno. El pecado y la conversión forman parte estructural de nuestra existencia, y muchas veces nuestra fragilidad nos desanima. Pero el optimismo brota porque, como dice S.Pablo, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Por eso él se gloriaba en su debilidad.

¿Cómo será la presencia de la Iglesia en el neopaganismo? En el corto plazo vislumbro que viviremos en catacumbas culturales, con una presencia capilar de pequeñas comunidades que vivirán una fuerte experiencia de comunión. Una Iglesia comunión virtual de pequeñas comunidades físicas dispersas en el espacio pero intensamente comunicadas entre sí, aprovechando al máximo la digitalidad.

La santidad no es una vocación particular de vida sino un modo de vivir todas las vocaciones. Un modo heroico de vivir la coherencia que reclamaba Pablo VI: “Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creen verdaderamente en lo que anuncian? ¿Viven lo que creen? … el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente como si estuvieran viendo al Invisible. El mundo exige y espera de nosotros, sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para con los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda” (EN.76).

Esto es lo que pienso que debe ser un cristiano hoy en Buenos Aires.

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1 comentario

  • Qué oportuna y sabia la reflexión del querido Raffy doce años atrás! Cuán vigente es ella hoy!
    Qué importante es retomar las enseñanzas de nuestros grandes hombres y comunicarlas a las nuevas generaciones!
    Gracias!