«Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno… (Francisco I en «Evangelii Gaudium»#223)
¿Porqué nuestra sociedad no puede superar los enfrentamientos violentos cuando se presentan opciones frente a las necesarias tensiones entre diferentes grupos de interés?
En este fin de año nuevamente contemplamos el triste espectáculo de algunos ciudadanos cuya intención es que las opciones políticas, en lugar de debatirse en el Congreso se diriman en la calle. No se trata de tomar partido por una reforma que tiene aspectos cuestionables; lo importante es fijar posición respecto a los medios que pretenden utilizarse para evitar el debate. Tampoco se trata de prohibir la expresión de la ciudadanía mediante concentraciones pacíficas.
Estas reflexiones, impuestas por la coyuntura, nos deben llevar a un análisis más profundo de nuestros problemas como sociedad; a ver el pasado para tener conciencia de como se gestó esta malsana costumbre y a mirar el futuro con esperanza.
Nuestro Papa Francisco, enuncia cuatro principios que, frente a las tensiones bipolares propias de toda realidad social, «orientan específicamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común» (“Evangelli Gaudium” #221).
En estas líneas nos detendremos en aquel principio que el Papa define como: «El tiempo es superior al espacio», porque a nuestro juicio -lo hemos repetido reiteradamente en anteriores editoriales- la sociedad argentina peca de impaciencia y falta de esperanza, lo cual la lleva a adoptar la que hemos denominado “cultura del atajo”, traducida en la oposición terminante y por cualquier medio a toda medida que no brinde una solución inmediata. La consecuencia directa de esta forma de actuar es el ahondamiento de la denominada “grieta” cuya característica es la visión maniquea de la realidad social. La simplificación maniquea es fácil y cómoda: la sociedad se divide entre buenos (donde me ubico) y malos, donde están quienes discrepan con mis juicios y medios.
Este modo de ver la realidad es una característica de nuestra cultura latina, pero no es un karma; muchos países con nuestras mismas tradiciones lo han superado.
El desprecio por el factor tiempo también es la tentación del gobernante. Frente al triunfo electoral y los múltiples problemas que aquejan la economía, a veces se considera que pueden acelerarse las medidas dolorosas sin analizar criterios de prudencia y oportunidad. Todos sabemos que nuestro sistema jubilatorio ha sido desquiciado por la irresponsabilidad de muchos que se rasgan las vestiduras y pretenden desestabilizar al gobierno. Ahora proponen medidas cuya génesis se encuentra en el saqueo realizado por ellos mismos a los fondos de la clase pasiva y en el aumento demagógico de beneficiarios que no contribuyeron con su ahorro a sustentar el sistema.
Pero esta realidad no puede solucionarse sin un plan meditado que tenga al tiempo como factor esencial. Tampoco puede volver a utilizarse los fondos jubilatorios para solucionar otros problemas como es la restauración del federalismo fiscal. Es necesario explicar claramente a la población el objetivo final y la forma en que se paliará la urgente necesidad de los que menos tienen.
La falta de comunicación impide el diálogo y fomenta el desorden. Por ello el único camino que nos lleva a superar el estado de enfrentamiento en que vivimos es la fortaleza institucional. La visión maniquea, que a muchos les interesa mantener y ahondar, se basa en la debilidad de nuestras instituciones. Si no se instauran medios legales para imponer el respeto por la deliberación y debate en el Congreso, el Poder Legislativo dejará de ser el ámbito donde los representantes elegidos por el pueblo promulgan las leyes. También existe una relación directa entre el tamaño de nuestra grieta interna con la lentitud, imprevisibilidad e ineficiencia de nuestro Poder Judicial. Por su parte el Poder Ejecutivo, empeñado en la lucha contra la inflación ha reconocido públicamente que la batalla principal es el gasto público. Ha anunciado medidas drásticas, pero parecería que la resistencia a las mismas producida en el seno de los organismos públicos, impide avanzar hacia el equilibrio fiscal y dificulta la eliminación de impuestos distorsivos que atentan contra la inversión y fomentan la informalidad y la cultura de la evasión.
Los argentinos debemos tomar conciencia que el tiempo es un factor determinante en las políticas públicas. Debemos exigir a los gobernantes que planteen en forma clara los objetivos y adecuen las decisiones coyunturales a ellos.
¿Cuáles son los objetivos que la sociedad, con su voto, exigió al Gobierno al entrar en su tercer año de gestión? recorrer el arduo camino de eliminar la pobreza; afianzar las instituciones para crear confianza en el inversor; crear las condiciones económicas que permitan el respeto a la propiedad privada, la libre competencia y la productividad del trabajo.
También la reiterada discusión entre ortodoxia y gradualismo debe enmarcarse en la mesura. Nuevamente, en este campo, imperan más los grises que los extremos. Los buenos empresarios saben que las naturales leyes del mercado, al respetar la libertad de las personas, fomentan la sana competencia y el riesgo como motor del progreso, pero frente a la ortodoxia económica se enfrenta la posibilidad de aplicarla drásticamente ante razones sociales y políticas complejas. En la actual situación que vive la Argentina no podemos pedir un cambio brusco sin valorar las consecuencias sociales y políticas del mismo en orden a los objetivos enunciados.
En la conclusión de la cita que precede estas líneas Francisco nos enseña que: “Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad.» Obremos como el conductor prudente; sepamos utilizar las luces altas que nos permiten ver el paisaje general y así evitar quedarnos en la coyuntura limitada de lo inmediato.
Fotografía: Gentileza Diario La Nación.