“Me conmueve descubrir que, además del respetuoso saludo de las
autoridades, en esta carta se hayan unido personas de diferentes
procedencias religiosas, políticas e ideológicas. Así se confirma que
no es imposible encontrar razones para encontrarse
y que ´la unidad es superior al conflicto´.”
Respuesta del Papa Francisco a la carta enviada por lideres argentinos con motivo de los cinco años de pontificado.
Nuestros líderes políticos, religiosos y sociales tuvieron un gesto que, aunque quizás parece solo simbólico, puede ser la base de nuevas conductas que busquen la concordia entre los argentinos.
El gran problema de nuestra sociedad en todos los tiempos fue y es la ausencia de concordia. Y la concordia es la base de una Argentina integrada y plural. La concordia no niega la existencia del conflicto; por el contrario, reconoce que es una realidad, pero propone formas civilizadas para afrontarlo.
Una sociedad regida por la concordia reconoce que, frente al conflicto hay diversas opiniones para enfrentarlo y solucionarlo, pero busca hacerlo por medios pacíficos y basados en el respeto a los demás. La democracia republicana es, en sí, el modo por excelencia para instaurar la concordia porque si bien establece el principio de que las mayorías gobiernan, crea un sistema institucional basado en el equilibrio de poderes que permite el control de esas mayorías, transitoriamente gobernantes, con el objeto de respetar los derechos de las minorías.
Los argentinos, hace ya treinta y cinco años, supimos dejar atrás una modalidad de lucha por el poder en la cual, quienes no obtenían el triunfo por las urnas buscaban la manera de llegar al gobierno apoyados por la fuerza de las armas. Todos los sectores fueron responsables de esa forma de actuar. Gracias a Dios los lideres sociales y políticos actuales, en su mayoría, pertenecen a una generación que no vivió la virulencia de esos enfrentamientos. Esta juventud que ahora ocupa puestos de responsabilidad puede ser la base de una sociedad más tolerante.
No obstante, la democracia hasta ahora no pudo superar la cultura de la hostilidad y la agresión con quienes opinan distinto que es una malsana característica de nuestro pueblo. La denominada “grieta” nos pone a unos y otros en distintas orillas de un abismo que parece infranqueable.
Lo peor es que ese enfrentamiento no nos permite coordinar nuestros esfuerzos en las verdaderas “grietas” que dividen nuestra sociedad: la pobreza, la desigualdad y la marginalidad. Un tercio de nuestra población esta sumida en esas lacras y no atinamos a ponernos de acuerdo en algunas elementales medidas que busquen la solución a este flagelo. Tampoco ayuda a reestablecer la concordia la debilidad de nuestras instituciones, especialmente el Poder Judicial que está llamado a dar soluciones en forma rápida y eficiente para evitar la discordia y la sensación de impotencia frente a la impunidad que hoy vivimos.
Es triste que el privilegio de tener un Papa argentino, en lugar de ser prenda de unión produzca mayor enfrentamiento entre sectores que pretenden adueñarse de sus opiniones o actitudes. Independientemente de conductas o criterios de Francisco sobre las cuales podemos discrepar, debemos reconocer que es nuestra responsabilidad extraer de su positiva actuación en favor de los más necesitados, líneas de acción comunes a todas las ideologías o formas de pensar.
Es normal que existan diversas opiniones ante el problema de la pobreza, de la necesidad del desarrollo económico y de la creación de empleo. También es bueno que se defiendan las ideas con vehemencia y firmeza. Pero la oposición no nos puede llevar a la violencia verbal o de hecho. Debemos encontrar medios para debatir con altura refutando las ideas que consideramos equivocadas, pero respetando a las personas que las sostienen. Debemos estar dispuestos a poner todo nuestro esfuerzo en conseguir un sistema social y político donde todos los argentinos puedan expresarse y sostener su opinión sin miedo a la agresión de sus compatriotas, ya sea ejercida desde el Estado como de los centros de poder social.
La concordia solo puede obtenerse mediante conductas ejemplares de todos nosotros en nuestras empresas y nuestras familias. Quienes vivimos la década del setenta sufrimos la división irreconciliable entre hermanos y parientes, fuimos testigos de exclusiones en el empleo por razones ideológicas; supimos de las nefastas consecuencias de estas actitudes. Pero también pudimos valorar el ejemplo de familias que mantuvieron el amor, la unión y el respeto a pesar de las diferencias ideológicas. A su vez, Enrique Shaw nos mostró con su conducta, en otras épocas también difíciles, cómo el respeto y el amor por aquellos que están circunstancialmente enfrentados por intereses diversos permiten edificar la concordia en la empresa.
Los romanos luego de los duros enfrentamientos entre patricios y plebeyos que superaron mediante la creación de instituciones que los unieran, edificaron el templo de la Concordia que hoy podemos ver en el Foro. A su vez, San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, frente a las divisiones de los cristianos en esa ciudad, escribió “Les ruego hermanos, en nombre de Cristo Jesús, nuestro Señor, que se pongan todos de acuerdo y terminen con las divisiones” (1Cor. 10).
Estas palabras y ejemplos, aunque referidos a realidades diferentes a nuestra moderna sociedad, mantienen toda su vigencia. Muestran un camino que comienza en nuestras valores reflejados en conductas y actitudes que los reflejen.