La economía alcanzó interés científico cuando el ser humano comenzó a preguntarse por el valor. ¿Qué es el valor, y sobre todo, cómo se determina el valor? En particular cuál es el origen de la riqueza de una sociedad y el valor del trabajo humano. Hay pensamiento filosófico, sobre astronomía, medicina y otras ramas del conocimiento que se remontan a miles de años.
En lo que hoy denominamos ciencia económica hay apenas trecientos años de historia. Es una ciencia joven, y se advierte en la diversidad y amplitud de sus hipótesis, en la subjetividad de sus conclusiones y en el aún amplio rango de fallo de sus pronósticos. Por ello, al análisis teórico es conveniente sumar el examen de la experiencia. ¿Qué lecciones pueden derivarse de las sociedades que han sido exitosas en términos de desarrollo económico? ¿Existen patrones de comportamiento común entre ellos? ¿Qué lecciones pueden aprenderse de la propia experiencia?
Hoy más que nunca la sociedad argentina necesita y merece una amplia, sincera y serena discusión para responder esos interrogantes. Amparados en ambos lados de la ecuación, la ciencia y la experiencia, podemos afirmar que una moneda estable es condición necesaria, aunque no suficiente, para alcanzar el crecimiento económico. Por ello mantener el valor de la moneda es una responsabilidad primaria y fundamental de todo buen gobierno. Ello exige no sólo una autoridad monetaria independiente y competente, sino también el cuidado de la solvencia fiscal que implica un Estado financiado en base a una carga impositiva que sea eficaz y equitativa, y mantenga un nivel de endeudamiento sostenible.
Sobre esto, la ciencia y la experiencia manifiestan abundantes y contundentes coincidencias. Y hasta pude resultar obvio mencionarlo. Sin embargo, es un objetivo pendiente para nuestra sociedad, que se reitera una y otra vez en los mismos estériles intentos, postergando siempre la búsqueda de soluciones reales. Queda centrada la discusión y el diseño político exclusivamente en la búsqueda del equilibrio macroeconómico.
La raíz en el trabajo
La búsqueda de la creación de valor en base al trabajo en todas sus formas, manual, creativo, dirigencial, queda postergada. Como un consorcio de edificios que nunca reúne el monto necesario para pagar los gastos ordinarios, resulta incapaz de discutir y afrontar como mantener el edificio. Deterioro inevitable, la historia argentina de las últimas décadas. La destrucción de un edificio es visible y llama de inmediato la atención. La destrucción del valor de una comunidad no se hace perceptible a simple vista, se manifiesta en la decadencia gradual pero persistente de las condiciones de vida, el aumento de la desigualdad y la pobreza, la calidad de los servicios, en la falta de competitividad de sus empresas. La pérdida de valor del trabajo y el capital.
Las sociedades que han logrado avanzar económicamente en las últimas décadas, las que coinciden con nuestra decadencia, no comparten el mismo régimen político ni organización social, pero todas concurren en dos valores fundamentales: el valor de la moneda y la integración a un mundo cada vez mas globalizado y desafiante.
La discusión argentina tiene que ir entonces mucho más allá de la política macroeconómica de corto plazo y las estratagemas electorales. Se trata de re-definir el contrato social, porque es evidente que el disponible está roto. Y en la búsqueda de ese nuevo contrato responder estos interrogantes puede ayudarnos a lograrlo.
Definamos cómo creamos valor para nosotros y las próximas generaciones. La ausencia de un debate profundo y valiente en el contexto de la profunda crisis que vivimos y el calendario electoral vigente provocan una honda desazón. Por eso parece oportuno finalizar estos apuntes, aprovechando la Pascua que celebramos, recordando la Palabra: «Se fuerte y ten valor, espera en el Señor «.