¿Como podría iniciar estas reflexiones sin antes llamar a aquella historia que temo se repita? Miedos e incertidumbres se convierten en certezas. Las incertidumbres que todavía persisten son hijas de aquellas certezas que, cómo colorario de una pasado cierto, entiendo se harán presente.
Un contexto para el cual, como pincelada lírica de una obra teatral a la cual asisten sus intérpretes una y otra vez intentando mejorar su ejecución pasada pero, a no dudarlo, con un libreto escrito y marcando su norte, veo se repite una y otra vez. La pregunta que deseo hacerme; la pregunta que deseo hacerle, es ¿que siente aquel intérprete llamado a ejecutar su obra una y otra vez?
Si fuera una obra de expresión musical podríamos pensar que el intérprete se da a su acto en el gozo mismo de la sensación que produce su ejecución y que, conteste con ello, el tedio de la monotonía sería parte de su presente. Si su interpretación estuviera motivada por el clamor de su público, por su esperanza de fama o, incluso, en su añoranza de glorias pasadas, esta repetición no es más que parte de su propio arte.
Sin embargo, y es aquí el punto al cual deseo llevarlo con mi sencilla analogía, debemos preguntarnos ¿es este acto de matriz repetitiva parte de su arte o es, en otra instancia, expresión de la reticencia, del intérprete y de la sociedad llamada a disfrutar su arte, a alcanzar nuevos objetivos, nuevos conocimientos y nuevos retos?
Aquel espacio de seguridad que nos otorga el conocimiento previamente adquirido, la destreza lograda, el carisma reconocido o, en algunos casos, el dogma aceptado, nos ha colocado, desde el origen de nuestras sociedades, ante la necesidad de presenciar verdaderas batallas, unas veces en pugna directa con nuestra cultura interna y, otras tantas, entre nuestros pares.
Es en este contexto en el cual me permito, tristemente, esperar que las “glorias pasadas” repitan su consecuente penuria, que los relatos “apocalípticos” sean consustanciales con su némesis (hoy impregnada del virtualidad que ofrecen las redes sociales) representada en reiteradas fórmulas “superadoras”; un juego de pesos y contrapesos, una rutina ya ensayada, un teatro al que la sociedad asiste, tristemente, expectante.
El hecho de que me hubiera visto obligado a utilizar el término “tristemente” es lo que me preocupa. Aquello que alecciona mi pensamiento es que debí utilizar aquel término porque la audiencia espera, soportada en aquella “nueva” esperanza, un resultado que, si conociera la historia, si conociera el juego de causas y consecuencias, si estudiara finamente los editores del libreto, podría advertir que Tartufo sigue entre nosotros.
La República Argentina es la obra, Tartufo sus intérpretes y comentaristas. Nosotros su público. Mensajes endulzan la conciencia del público, atacan sus sentidos, inspiran sus anhelos invitando a soñar un futuro claramente alcanzable. Sin embargo, ese futuro depende de la comunidad toda y de la acción individual.
La individualidad disociada del contexto conduce a un constante “purgatorio social” cuando esta individualidad se convierte en parasitaría. La sociabilidad del ser humano no conduciría a nada si no fuera por aquella individualidad productiva y controlada de aquellos “tercos genios” que presenciaron, en el lugar indicado y en el momento justo, la idea necesaria.
Hoy la individualidad nos llama a cada uno de nosotros y, en este llamado, en lugar de atender a su primera voz de distanciarnos de la sociedad toda, creo yo, debemos corresponder al llamado interno de reflexión y de estudio concienzudo sobre nuestra historia, su relato, sus actores, y el fin mismo de una sociedad.
La vorágine de la vida digital, y la simpleza traducida a 144 caracteres nos ha robado, o pretende hacerlo, aquello que los grandes de nuestra historia supieron tener: el espacio de lectura, reflexión y crítica romántica. La generación del 37 fue, por sobre todo, una generación romántica en su expresión y conocimiento. No podemos, como sociedad, aprehender sus decisiones estando disociados del contexto cultural que las encerraban. Asimismo, no podemos analizar y disponer de nuestro futuro, en tan alto nivel, disociados del romanticismo intelectual que, visto fuera, se requiere para tan alta empresa.
Pensar y repetir fórmulas estando estas disociadas de su contexto me remite al inicio de este texto: ¿Como podría iniciar estas reflexiones sin antes llamar a aquella historia que temo se repita?