“Debemos crear trabajo y cuanto más eficiente sea nuestra labor,
más recursos tendrá la Providencia para repartir entre los pobres y necesitados”
Enrique Shaw
Max Weber, en su famosa obra “La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo“, afirma que no es el espíritu de lucro la nota esencial del sistema capitalista, sino la división del trabajo y la organización de las tareas profesionales para crear riqueza. En una palabra, el nacimiento de la empresa fue la nota esencial de la economía de mercado.
En su obra este autor claramente explica que el propósito de lucro existe desde siempre en toda actividad económica. Más bien resalta que son los valores morales y religiosos como la sobriedad, el ahorro y la solidaridad los que contribuyeron decisivamente en el desarrollo del mercado libre.
Estas ideas implican afirmar que, si bien la empresa debe producir beneficios económicos porque de ello depende su subsistencia, su función principal es la creación de riqueza y esto la constituye como una herramienta indispensable para combatir la pobreza. Si la empresa cumple con esa función es evidente que, en un mundo regido por la escasez, se generarán más bienes a disposición de la comunidad y más puestos de trabajo para producir estos bienes lo cual permitirá el acceso de los más pobres al mercado de trabajo y la competencia les permitirá adquirir los bienes necesarios para su desarrollo como personas.
La paradoja es que un requisito esencial para que ello ocurra, es la existencia de un verdadero espíritu de pobreza -en el buen sentido- del empresario, basado en la sobriedad y la firme decisión de posponer el consumo personal en aras de una mayor inversión en la empresa. Es necesario el desprendimiento que Jesús predicó cuando dijo que “no puede servirse a dos Señores, a Dios y a las Riquezas” (Mateo 6 24-34). Este duro mensaje, no condena la riqueza material sino su utilización egoísta y, en la economía de libre mercado, cumplir ese mandato evangélico implica priorizar la inversión sobre la distribución del beneficio. Así fue señalado por la Doctrina Social de la Iglesia en diversos documentos que ponen en contexto la “opción preferencial por los pobres” como mensaje fundamental que nos trasmite el Evangelio. Es un error pensar que esa opción implica una condena al beneficio lícito o a la riqueza material; por el contrario, el empresario que invierte y pospone su ingreso personal está realizando esa opción en la medida en que busque, con ello, generar puestos de trabajo y bienes a precios accesibles.
Pero, con cierta razón, en la grave situación que vivimos hoy en nuestro país donde más de un tercio de la población está bajo la línea de pobreza, se considera que “el derrame” no es suficiente. Efectivamente, aunque es necesario, hoy no basta con aumentar la producción para solucionar el problema de la pobreza porque en nuestro país durante décadas se ha destruido la cultura del trabajo y fomentado la dependencia del subsidio y de la dadiva estatal. Como claramente lo dijo el padre Pedro Opeka : “No debemos asistir, porque cuando lo hacemos, disminuyendo a la gente, los convertimos en dependientes, casi en esclavos de nosotros. Y Dios no vino al mundo para hacernos esclavos sino para liberarnos, ponernos de pie….. El problema en muchos países, incluyendo Argentina, es que los dirigentes políticos se encargan de hacerles creer que el Estado les va a resolver todos los problemas” (Portal Empresa, “En Primera Persona”, 23 de julio 2018).
Es indispensable reconstituir la cultura del trabajo mediante la educación y el desarrollo del espíritu emprendedor que todo hombre tiene en mayor o menor medida. Y aquí también debe estar presente el empresario y sus organizaciones desarrollando programas tendientes a facilitar los medios para formar a sus empleados, colaboradores y a los grupos carenciados. También en este caso un empresario que quiere vivir los valores del Evangelio debe destinar parte de sus beneficios a este objeto pues se trata de combatir la pobreza y permitir la movilidad social.
Puede argumentarse que lo expuesto en los párrafos precedentes es imposible llevarlo adelante en un contexto de debilidad institucional y con políticos que solo miran el corto plazo. Es cierto, claramente lo señaló San Juan Pablo II en CA cuando dijo: “Dadas ciertas condiciones económicas y de estabilidad política absolutamente imprescindibles, la decisión de invertir, esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor al propio trabajo, está asimismo determinada por una actitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo cual muestra las cualidades humanas de quien decide.” (Nº 36). Este párrafo indica con meridiana claridad que la decisión de invertir responde a una opción moral, pero que para ello es necesario contar con condiciones económicas e institucionales que den previsibilidad a esta decisión las cuales, lamentablemente, hoy no son las ideales en nuestra Argentina. Pero esta situación, en lugar de desalentarnos debe marcarnos otro deber del empresario: involucrarse personalmente o a través de sus entidades en la Política, en el amplio sentido que esta palabra tiene que no se limita a la lucha por el poder circunstancial. Se trata de aportar recursos humanos y materiales para instalar en la sociedad los valores necesarios para el funcionamiento de la democracia como son dictar leyes electorales que aseguren una verdadera representación y la periodicidad en los cargos; asegurar la división de poderes que permita la defensa de las minorías y el control contra el autoritarismo y fomentar medidas aptas para asegurar la responsabilidad en el ejercicio del poder.
Finalmente, en situaciones coyunturales graves como las que vivimos, donde la indigencia es un flagelo presente, también deben encararse acciones inmediatas basadas en la solidaridad y en el aporte directo a satisfacer necesidades urgentes. El empresario debe sentir como responsabilidad propia aliviar la situación presente de los más necesitados y buscar los medios para que la ayuda les llegue directamente sin condicionamientos políticos y por las sociedades intermedias que han demostrado su eficiencia, real preocupación e independencia de motivaciones electoralistas.
En definitiva, la empresa desde estas cuatro miradas: a) el aumento de la riqueza; b) su involucramiento en la educación y formación de emprendedores; c) su compromiso político institucional y d) su inmediata inversión en solidaridad; sin duda es una de las herramientas más aptas para combatir la pobreza. Para ello se requiere que los dirigentes empresarios tomen decisiones tendientes a destinar parte importante de sus beneficios a esos fines cumpliendo así el mandato evangélico de elegir servir al Señor y no a las riquezas. Este es el camino para que el empresario, creando riquezas, demuestre su espíritu de pobreza como virtud, dando ejemplos de sobriedad y opción por los más necesitados.
Excelente artículo. Una forma de dinamizar esos valores y llevarlos a la práctica sería el trabajo y difusión sobre los ODS 2030 de la oNU movilizando al empresariado Cristiano a moverse de la filantropía pura a la RSE estratégica e integrada al Core de cada negocio y estructura empresarial. Yo lo vengo desarrollando con muy buenas perspectivas
En nombre de El Portal de ACDE y su comité editorial muchas gracias. Sería bueno que escribas una nota para El Portal sobre las ODS 2030 sus principios, perspectivas, logros y esperanza. Abrazo