Management

¿Sufrís de meritocratitis?

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Probablemente seas un late boomer o generación X educado en la universidad. Siempre creíste en la excelencia, en el esfuerzo, en los logros, en la autosuperación. Eso te hizo un profesional confiable, con un curriculum extenso, esforzado, impecable. Imaginás que en otros países hubieses logrado más, países donde, pensás, sí existe la meritocracia. Pero, quizás ya no te podés ir, te tragás la frustración, culpás al gobierno de turno y volvés a confiar en tus propios esfuerzos para que la vida -finalmente- te mime con al menos un reconocimiento al mérito.

Puede ser que, también, luches denodadamente por la justicia, te enojes, te frustres y reclames porque las cosas no son como deberían ser. Sobre todo, porque no se ha premiado a los mejores, entre los que te considerás incluido, no por vanidad, pero si por todos los esfuerzos que objetivamente hiciste y por todo lo que entregaste.

Todos estos síntomas, y probablemente algunos más -o menos-, conforman lo que llamo la meritocratitis. Esta forma de pensar tiene muchos efectos positivos, no hay dudas. Pero, como todo lo que termina en -itis, es una inflamación o irritación y no algo sano. 

Para los que ya están frunciendo el ceño, aclaro que me estoy refiriendo a una mentalidad, a un mindset y no a un sistema de gobierno o de gestión. Es decir, me refiero a una forma de pensar que guía desde dentro -de un modo no reconocido- a un no poco numeroso rebaño.

El mindset meritocrático se ve a sí mismo en el otro extremo del corrupto, del que corta por la “tangente”, que logra resultados, pero con atajos. También, se considera contrario -no contradictorio- al que detenta un mindset de élite, que logra resultados por las condiciones recibidas, pareciera, sin esfuerzo.

La mentalidad meritocrática puede también confundirse con la ética. Sin embargo, actuar éticamente bien es tomar la mejor decisión de las posibles, no es tomar la mejor decisión para el más meritorio. 

Lo que podemos hacer aquí, ya que “inventamos” el extraño término e incomodamos seguramente al lector es, al menos, proveer alguna aproximación de respuesta a la pregunta:

¿ -itis de qué? 

Al Dr. House, antipático indagador de enfermedades corporales y conductuales me lo imagino diciendo Merit is Overrated, dando el pie a su implacable colega, la Dra. Cameron, a aventurar un diagnóstico: el ego irritado obstaculiza la visión. 

La inflamación del ego meritocrático explicaría Cameron, tiende a aumentar cuando no se desarman las incuestionables premisas de siempre que posicionan una y otra vez al paciente en el decepcionante lugar del damnificado. 

Paciente viene de pacere, en latín, sufrir.

Es que, en parte, la mentalidad meritocrática es algo mecanicista: dado el mérito, dada la recompensa. Es también, un poco resultadista: dada la buena acción, dado el output positivo (para mí).

De algún modo, esta mentalidad no permite ver la vida tal cual es, sino bajo la lente de cómo me gustaría que fuese acorde a mis esfuerzos y entrega. De esto, se podría inferir contiene algo de omnipotencia. 

¿Será que creemos que nuestro mérito “obliga” al otro a reconocerlo? ¿Qué pasa si el otro no se doblega frente a mi mérito? 

¿Por qué esa tiranía? No una tiranía que se materializa, pero sí que se respira. 

¿Por qué esa exigencia sobre el otro? No una exigencia explícita, pero fuente de ciertas quejas, reclamos y envidias varias.

¿Por qué esa lucha denodada para que el otro me reconozca, reconozca la vara con la que lo mido, me devuelva lo que me ha quitado, me de lo que me corresponde a mí que soy el mejor? 

El otro es libre. No quiere, no puede, no le interesa. Quiere otra cosa. No “se rinde” a mi mérito, a tu mérito. No le importa, no me está mirando. El otro es libre. 

No quiero que sufras. Soltá la túnica, poné la mejilla. 

¿Hay vacuna para esta inflamación?

No lo sé. 

Sé que San Pablo (I Corintios, 4,7) nos pregunta: 

“¿Y qué tienes que no hayas recibido?”

Sobre el autor

María Marta Preziosa

Dra. en Filosofía por la Universidad de Navarra. Master in Business Administration por IDEA. Investigadora, Facultad de Ciencias Económicas, UCA. Docente en diversas universidades de la región. Consultora. Temas que suele tratar: management, ética, compliance, cultura organizacional entre otros.

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2 comentarios

  • El capital humano personal es trabajo acumulado que presta servicios calificados. Exige no desperdiciar las oportunidades cualesquiera que sean.
    En este país de inmigrantes que llegaron muertos de hambre y que ascendieron porque hubo movilidad social y mucho trabajo no merece el aplicativo de meritocracia con cierto desprecio. Éste es el tema. La inflamación la sufren quienes desprecian los méritos.
    No le han sacado nada a nadie.