Buenos Aires y el país es el título de un libro de Félix Luna que presenta a esa dualidad como la decisiva en la política nacional. Las elecciones del domingo manifiestan que la cuestión, por antigua que parezca, sigue vigente.
“Este es el dato ¿Somos una fuerza nacional o un partido de AMBA?”, se preguntaba en Twitter el hasta hace poco acérrimo kirchnerista Paco Durañona (ver imagen). El interrogante del ex intendente de San Antonio de Areco señala dos realidades: la retirada partidaria hasta los muros de la metrópoli y la importancia que tuvieron los intendentes en la remontada; importancia relativa, ya que los intendentes dejaban traslucir -como explicaba la semana pasada el conurbanólogo Jorge Chio- que si perdían sería culpa del armado arbitrario y poco representativo de las listas legislativas y si ganaban, mérito del trabajo territorial. De la mano de esto último, los intendentes -como dijimos en ediciones anteriores- ya han salido a reclamar alguna solución al tope reelectivo. No todos, ya que algunos -Martín Insaurralde, Juan Zavaleta, Mariano Cascallares y tal vez Jorge Macri- pegaron el salto a funciones ejecutivas nacional o provincial para poder sortear esa prohibición que les impide volver a recuperar las baronías.
En esa línea, los gobernadores empezarán a reconsiderar el eje de poder metropolitano, y eso podría partir en dos a las dos grandes fuerzas políticas, tal vez al punto de derivar en una atomización electoral. Porque el radicalismo el domingo a la noche tuvo que ver desde la platea los festejos del PRO. En principio, no gana nada rompiendo la alianza, excepto que la división partidaria llegue al PRO, en donde el macrismo va a querer tener su oportunidad en 2023 a toda costa.
La elección se analizó en los “medios nacionales” con ojos metropolitanos. Pero lo cierto es que a nivel nacional el triunfo de Juntos fue por casi nueve puntos porcentuales, lo que le permitirá disputar el poder parlamentario. Es al enfocarse en CABA y «la madre de todas las batallas» bonaerense, el triunfo de Juntos que la victoria opositora se empequeñece. Lo que realmente quedó en evidencia es que el enroque larretista Santilli-Vidal sólo sirvió para mantener el poder capitalino y la precandidatura del Jefe de Gobierno porteño, pero puso en riesgo las aspiraciones opositoras en la provincia de Buenos Aires y no ofreció una canalización a la bronca popular, que optó en una considerable medida por faltar a la elección, abstenerse o votar al liberalismo o a la izquierda.
Hay figuras que van a gravitar en 2023 que casi no llegaron a verse en las pantallas ni son objeto de coberturas de prensa: Rogelio Frigerio, Alfredo Cornejo, Gerardo Morales, el correntino Gustavo Valdés, Juan Schiaretti, Sergio Uñac, Juan Manzur. entre otros. Cuando decimos gravitar no nos referimos a ser candidatos, sino tener poder en la confección de una fórmula nacional importante. Por decir algo, ¿a dónde irá a parar el peronismo republicano? ¿Patricia Bullrich y Mauricio Macri? ¿y los liberales? Las miradas periodísticas, en cambio, están puestas en el modo en que el Presidente desactivará la bomba de tiempo de la economía. Es natural, ya que la habilidad o inhabilidad gubernamental lastimará el tejido social en mayor o menor medida. Pero el menú no ofrece muchas alternativas: acordar con el FMI y asumir decisiones difíciles, o incurrir en creativos caminos alternativos de corto aliento.
Es de esperar que el Congreso y la Corte Suprema tengan un protagonismo relevante en este tiempo venidero. No en vano, el mismo Morales salió a anticipar que el radicalismo no solicitará la presidencia de la Cámara baja. Lo que está diciendo al peronismo es: “muchachos, háganse cargo ustedes”. Habrá que esperar que la efervescencia económica baje para ver qué quedará en pie el día después. Sobre esa base, se construirá el futuro.
Buen enfoque, algo breve para mí.