Vivimos en un mundo excesivamente volcado hacia la búsqueda de liderazgos que brillen, ensombreciendo en parte la importancia del trabajo en equipo. Quizás porque existe una tendencia “exitista-resultadista” y narcisista en la sociedad contemporánea, en la que buscamos (y quizás necesitamos) estar siempre en la mirada de los demás, ser el centro, destacarnos, hablar y sobresalir. Pareciera que necesitamos un “like” de los demás como alimento para avanzar y “salvarnos”.
Puede ser que esta tendencia también obedezca en parte a que nos hemos convertido en gran medida en “mercaderías humanas”, que “cotizan” en forma permanente en las redes sociales. Detrás de estas cotizaciones existe una mercantilización de la persona y se esconde un cierto temor a devaluarse. Quien no tiene un liderazgo “brillante”, pareciera que corre el riesgo de opacarse y “desdibujarse” poco a poco.
El pasado 28 de abril fallecía a los 90 años el astronauta Michael Collins, uno de los 3 integrantes de la misión Apolo XI, que llevó por primera vez al hombre a la luna. Collins fue el único de los tres integrantes de la misión que no pisó suelo lunar.
Probablemente por ese hecho, Collins fue el menos vistoso de la misión o al menos el único que, estando tan cerca, no alcanzó el preciado trofeo de pisar su suelo. Una sola imagen alcanza para comprender como Collins trabajó en equipo en el lugar que no se brilla: mientras la humanidad veía fascinada por televisión cómo Armstrong pisaba la luna y luego, junto con Aldrin, se comunicaban telefónicamente con el Presidente Nixon de los Estados Unidos, Collins comenzaba a esconderse por 47 minutos con la nave espacial “Columbia”, en el lado oscuro de la luna, alejado de sus compañeros y aislado de todo contacto comunicacional y visual con el mundo. ¡La soledad más absoluta!
Lo cierto es que era necesario un “Collins” para que Armstrong y Aldrin, pudieran llegar al suelo lunar el 20 de julio de 1969. ¡No puede haber Armstrongs y Aldrins sin Collins!
Sólo un gran trabajo en equipo pudo lograr esta hazaña de la humanidad. Una coordinación, que fue mucho más allá de lo hecho por estos tres astronautas, ya que, por detrás, estuvieron involucradas más de 400.000 personas trabajando para la NASA y otros organismos, aportando su inteligencia y capacidad para alcanzar este logro. Es más, diría que la humanidad toda realizó su aporte -consciente o inconscientemente- para alcanzar el alunizaje.
En todo trabajo en equipo, debemos comprender que es necesario que seamos un poco los tres astronautas: a veces estamos llamados a ser Collins, transitando el lado oscuro de una actividad, otras veces nos pareceremos a Aldrin, estando cerca del brillo, pero dejando que las miradas se enfoquen en otro, y quizás las menos de las veces, seremos Armstrong, tomando el protagonismo y siendo el centro de todas las luces.
Pero ninguno de los tres astronautas podría haber logrado el objetivo, si no hubiera habido un coordinado y motivado trabajo conjunto en equipo. ¡Y en esto estuvo el éxito!
Realmente no sabemos quién fue el líder de la misión lunar. Hasta quizás estuvo en tierra. Pero sí sabemos que los tres astronautas se complementaron y formaron un gran equipo que permitió el éxito de la misión, y que este éxito sólo fue posible gracias a que se sintieron parte de un proyecto que los motivaba y los empujaba a dar lo mejor de cada uno de ellos. Es decir, que se trataba de una tarea que debió despertar un gran entusiasmo y vitalidad entre quienes participaron. Y es esta vitalidad mutuamente alimentada por los aportes de distintas personas, la que generó una sinergia de retroalimentación, en la que 1+1 no fue igual a 2, sino a 3.
Hoy más que nunca, en medio de la pandemia del COVID-19, necesitamos recuperar la fe y la esperanza en nuestras fuerzas y compartir una nueva “misión Apolo XI” que nos una, para reconstruir las pérdidas sufridas. Necesitamos encontrar un ideal común que multiplique nuestro entusiasmo para avanzar.
En este contexto, vivimos un profundo cambio en el significado del liderazgo. Poco a poco se va descubriendo que un buen líder no es aquel que lleva la voz cantante, que se adueña de un supuesto saber y le dice a los demás hacia dónde deben ir y qué hacer. Ese liderazgo está superado. La imagen del líder solitario, único, excepcional, que se diferenciaba de los demás por su conocimiento excluyente, ha perdido vigencia por fuerza de la realidad.
Cada vez se comprende mejor que el verdadero líder es el que se abre a los demás para escuchar y descubrir la verdad vital que cada uno lleva, y que al mismo tiempo se brinda con su propia vida; que facilita el descubrimiento del camino a seguir, alentando las verdades y valores de los otros y la suya propia; que comparte en carne propia los problemas y dificultades colectivas y desde ese lugar, ayuda a crecer, motivando y buscando alcanzar las alturas con todo el equipo.
José Kentenich explica este proceso de liderazgo con gran sabiduría, al decirnos que “… la vida que hay en mí debe pasar por la vida de todos aquellos con los que tengo que ver, por los que debo trabajar. Pero ese torrente de vida es alimentado a su vez por la vida que hay en mi comunidad. El torrente que parte de mí absorbe el torrente que hay en cada uno. Y el torrente sigue su curso de persona a persona, regresa nuevamente a mí y sigue circulando más y más … Engendro en el otro la vida que actúa en mí … mis subordinados, transmiten ese torrente de vida. También yo recibo vida de ellos, ellos son co-generadores de vida.” [1]
El liderazgo no se encuentra en un saber intelectual, sino vital, en ser el puente que permita compartir colectivamente el torrente de vida de todos los miembros del equipo, generando un entusiasmo colectivo, que lleve a alcanzar los objetivos.
Pero además de lo dicho, el líder es el que facilita que cada uno pueda contactarse con su propio ser interior, con su originalidad y misión, con su “respiración original del alma”[2], con los dones que cada uno tiene para aportar al equipo. Desde este lugar, cada miembro del equipo se sentirá pleno, actuando como Collins, Aldrin o Armstrong. Podrá atravesar el lado oscuro de la luna o el brillo del éxito, sintiendo que es una parte de su misión.
El empresario argentino Enrique Shaw[3], fue un ejemplo del nuevo liderazgo al que me refiero. Recuerda Domingo Evangelista, un empleado de la fábrica Rigolleau, en dónde Enrique Shaw llegó a desempeñarse como gerente general, que un día “… se paró a conversar con nosotros, se nos puso a la par y empezó a preguntar amigablemente: ¿cómo están ustedes?, ¿cómo se encuentran? Me gustó y me impresionó que quisiera averiguar cómo estábamos, me extrañó porque venía con un overalll amarillo y que viniera a preguntar. Los directores venían de traje y corbata.”[4]
Sin duda que la actitud de Shaw es aquella que despierta vida, al ponerse a la par y preguntar empáticamente cómo están los demás, escuchando y sabiendo que en un equipo es necesario que todos puedan expresar sus necesidades y deseos y que no es posible construir un liderazgo alejado de la vida de sus miembros y de la misión que se proponen. La humilde empatía de Shaw se manifestó no sólo a través de la palabra, sino también en su actitud de compartir la misma ropa de trabajo.
Desde este lugar, de bajar al llano, de ser uno más entre otros, de estar abierto a recibir la verdad y la vida de sus compañeros de trabajo y a su vez brindar su vida a ellos, es posible retroalimentarse, y generar un ambiente de apertura mutua y confianza, en la que todos serán importantes para el logro del objetivo.
En estos momentos en los que el COVID-19 ha destruido tantos puestos de trabajo, generando mucha angustia y desesperanza, y nos lleva a un fuerte aislamiento social, afectando seriamente la capacidad de trabajar de manera unida e integrada, es más que nunca necesario imitar el ejemplo de Enrique Shaw, y reconstruir el tejido de unión entre quienes forman la red del trabajo.
Es esta predisposición la que llevará a gestar un sentimiento de equipo y misión, en la que todos puedan sentirse que son vitales para el logro del fin propuesto, y que, para ello, no son más importantes los Armstrongs que los Aldrins o que los Collins.
[1] José Kentenich. Conferencias 1963, 3, 42-45. Conf. José Kentenich. “Textos Pedagógicos” (Herbert King), Ed. Nueva Patris (2008), pág.305 y ss.
[2] José Kentenich. Pláticas del año 1937 (ejercicios espirituales). Conf. “El Hombre Heroico”. Editorial Patris (2002), Plática 4, pág. 124.
[3] Enrique Shaw fue un laico y empresario argentino, nacido en París el 26 de febrero de 1921. Tuvo una vida meritoria como esposo, padre, amigo y empresario, a tal punto que la Iglesia abrió su proceso de canonización. En el año 1952 funda junto a otros empresarios la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE). El testimonio de su vida, sus escritos y conferencias han inspirado a muchas personas, alentándolas a vivir de manera santa en el mundo del trabajo y la empresa. Murió en Buenos Aires el 27 de agosto de 1962.
[4] Sara Shaw de Critto “Viviendo con alegría. Testimonios y breve biografía de Enrique Shaw”. Editorial Claretiana (2017), pág.105
Muy bueno. Recuerdo aquella oración que, junto a una imagen del Sagrado Corazón llevaban muchos soldados: «Ante Dios, nunca seras un héroe anónimo»
Excelente nota, adhiero 100% los conceptos aqui desarrollados, muchas gracias!
Gracias Carlos por tu artículo. Me parece muy bueno, y coincido en tus apreciaciones sobre liderazgo y trabajo en equipo. Un cordial saludo,
Y si. Dice Hellen Schumman en Un curso de Milagros: La única manera de acrecentar algo es compartiéndolo.
Coincido con lo aquí expuesto.