Pareciera que hoy no se valora lo suficiente la importancia ética que tiene la generación de riquezas. Es más, diría que las riquezas han sido vistas con un tinte negativo y materialista en vastos sectores de la Argentina, incluyendo al magisterio de la Iglesia. Resultan escasas en las encíclicas papales menciones positivas que nos alienten a generarlas. Se remarca la importancia de distribuirlas para hacer justicia, pero no se enfatiza el valor ético de producirlas.
Es probable que el peronismo haya colaborado a que, en el inconsciente colectivo de vastos sectores argentinos, exista un cierto desprestigio hacia quien posee riquezas, lo cual se puede observar en la popular marcha partidaria, al expresarse como parte de su ideario la expresión “… combatiendo al capital”.
Este tenso prejuicio de causa-efecto entre riqueza y pobreza, identifica a quien posee bienes (el rico) como aquel que es egoísta y explotador, frente al pobre que padece su falta de acceso y es explotado por el rico. Esto, es y ha sido muchas veces así, pero no necesariamente. La teoría de la plusvalía de Carlos Marx ha desnudado la explotación capitalista en muchas situaciones, pero también ha llevado a simplificar el análisis, condenando al mundo empresario (los supuestos ricos egoístas), sin las necesarias distinciones que hay que hacer, lo cual ha provocado otra injusticia. Tenemos que salir de este “lecho de Procrustes”, de esta estrecha sábana, que nos impide alcanzar una mirada superadora del conflicto.
Sin duda que la apropiación de riquezas es cuestionable, si las obtenemos como consecuencia de la explotación del prójimo y su empobrecimiento. Y en este sentido tienen un pecado de origen, que las hace inaceptables. Pero si ellas fueran el fruto de la creatividad colectiva y de una justa retribución de quienes colaboran para obtenerlas, serían perfectamente válidas loables y éticas.
Es imprescindible que repensemos el concepto de riqueza. ¿Qué es ser rico? ¿Cómo se gesta la riqueza? ¿Quiénes intervienen en su producción? ¿Cómo se distribuye? ¿Es ético perseguirlas y obtenerlas?
La riqueza es abundancia y plenitud, tanto de dones como de bienes. Implica un esfuerzo individual y colectivo, que requiere de nuestro trabajo e ingenio. Nace de los sueños más creativos y sublimes.
Requiere que tengamos
“… sed de aromas y de risas
sed de cantares nuevos”[1]
Y me atrevería a agregar, que también involucra
“…un cantar de mañana que estremezca
a los remansos quietos
del porvenir. Y llene de esperanza
sus ondas y sus cienos.”[2]
Sin esta capacidad de soñar y crear, difícilmente lleguemos a producirla.
Esa fuerza para generar riqueza, requiere –según nos dice José Kentenich- que nuestro trabajo sea “… una participación de corazón en la actividad creadora y en la voluntad de donación de sí mismo… que debe despertar y satisfacer la voluntad de forjar y crear….”[3] A través de esta dinámica se multiplicará.
En esta mirada, el trabajo necesario para producirla, debe asociarse y contar con la participación de todo nuestro ser afectivo y vinculante. No podremos realizar una actividad creadora si no entregamos nuestro corazón, nuestra pasión y nos donamos a nosotros mismos en la obra que emprendemos, a pesar de las dificultades que surjan en el camino. Y para poner el corazón en el trabajo, tenemos que sentirnos plenos con la tarea, vibrar interiormente con la actividad que realizamos, encontrar nuestra vocación y originalidad y convocar a otros para emprender este sueño, trabajando en equipo.
Como decía el empresario Enrique Shaw[4], “la productividad no es otra cosa que una puerta que se abre, que se abre a todo trabajador, cualquiera que él sea; que le abre o que le permite el acceso a un mejor desarrollo de su personalidad, a la realización de su concepción de la vida, al fin para el cual ha sido creado.”[5]
Sin una actividad que vaya al alma de las personas, es difícil vivir con alegría y esperanzas el trabajo y gestar un mundo de riquezas y logros.
Este proceso creativo, llevado a cabo en equipo, desembocará en la producción de riqueza espiritual y material, que se reflejará en la obtención de bienes y capital.
Así, la verdadera motivación para que participemos de corazón en la actividad creadora de los bienes y servicios, será que no seamos considerados “… como un instrumento de producción”[6] sino “… como sujetos eficientes y sus verdaderos artífices y creadores.”[7] Y esto será posible solamente, si construimos una empresa en la que basemos la distribución de la riqueza, en la preeminencia del factor trabajo sobre el capital. Como nos dice Juan Pablo II “… el trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras el “capital” … es sólo un instrumento o la causa instrumental.”[8]
Viene a mi memoria los inicios de dos de las más importantes empresas mundiales de nuestros días: Apple y Amazon. Ambas comenzaron desde la nada misma, sin capital, con la única riqueza del talento creativo de sus fundadores.
Steve Jobs funda Apple en 1976 en el garaje de su casa, junto con un amigo de la adolescencia, Steve Wozniaky un ex compañero de Jobs en Atari, Ronald Wayne.
En el año 1994, Jeff Bezos, fundador de Amazon, decidió emprender el negocio de una librería en línea desde el garaje de su propia casa en Seattle. Allí empacaban las cajas en el suelo.
En sus comienzos eran 5 trabajadores, siendo su esposa, quien llevaba la contabilidad y la parte administrativa. La empresa dio pérdidas durante sus 8 primeros años.
¡Qué interesantes cosas ocurren en los garajes!
Hoy Apple es la empresa más valiosa del mundo, valuada en 2 billones de dólares. Amazon vende US$10.000 por segundo y se acerca al millón de empleados, y está valuada en US$1,3 billón.
El mundo de la abundancia nace en nuestro corazón, en la mirada viva de nuestro interior y en lo que proyectamos e imaginamos hacia el futuro. Por ello “la auténtica exploración no es la búsqueda de nuevos territorios, sino la que aprende a ver con nuevos ojos”.[9]
Sin duda que hay mucho que mejorar y corregir, para construir un mundo más justo, pero no dejemos de alentar la creatividad, la libertad y los caminos para soñar y llevar adelante nuevas posibilidades de crecimiento.
Tengamos en cuenta que son justamente las riquezas las que van a poder terminar con la pobreza y el hambre, en un mundo que se ha empobrecido dramáticamente como consecuencia del COVID-19.
Cuidémonos de no guardar la riqueza en graneros (Lc 12, 13-21) o desalentar su crecimiento con presiones impositivas asfixiantes como en la Argentina de hoy, ya que un día seremos cuestionados por los dones recibidos para producirlas, “… porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron …” (Mt. 25, 35).
[1]Federico García Lorca. Cantos Nuevos. Obras Completas. Ed. Aguilar (1957), pág. 139.
[2][2]Federico García Lorca. Cantos Nuevos. Obras Completas. Ed. Aguilar (1957), pág. 139.
[3]José Kentenich. “Desafíos de Nuestro Tiempo”. Editorial Patris. 1985. (Textos escogidos del padre Kentenich, “Análisis de nuestro Tiempo”, pág. 15)
[4]Enrique Shaw, nació en París el 26 de febrero de 1921 y muere en Buenos Aires el 27 de agosto de 1962. Fue un laico, marino y empresario argentino, quien, por su vida ejemplar, la Iglesia aceptó que se inicie su proceso de canonización y desde 2001 es considerado Siervo de Dios. Promovió e impulsó el crecimiento humano de sus trabajadores inspirándose en la Doctrina Social de la Iglesia, fundó la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), entidad que forma parte de la Unión Internacional de Empresarios (UNIAPAC), y escribió numerosos libros, folletos y conferencias.
[5] Enrique Shaw “… y dominad la tierra”. Editorial ACDE (2010), pág. 27
[6] San Juan Pablo II. “LaboremExercens”, 7
[7]San Juan Pablo II. “LaboremExercens”, 7
[8]San Juan Pablo II. “LaboremExercens”, 12
[9] Marcel Proust. Citado por Ángel Castiñeira y Josep M. Lozano. “El Poliedro del liderazgo”. Ed. Libros de Cabecera (2012), pág. 83