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Enrique Shaw y el espíritu de la Centesimus annus

Escrito por Enrique del Carril
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…si la riqueza estuviera en manos de pobres de espíritu, la riqueza multiplicaría la riqueza”

las riquezas deben crear riquezas, proporcionar trabajo a los hombres, acrecentar la vitalidad económica, para lograr así una economía ordenada y dinámica que sea una de las bases de la paz social”

Enrique Shaw, “Eucaristía y vida empresaria” Conferencia pronunciada en el VI Congreso Eucarístico Nacional, Córdoba 9 de octubre de 1959) citados en pp 57 y 73 de “…Y Dominad La Tierra” mensajes de Enrique E. Shaw compilados por Fernán de Elizalde

 

“Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el Reino de los Cielos” (Mt 5-3)

La primera bienaventuranza es un desafío para los empresarios. ¿Cómo conciliar el espíritu de pobreza con la exigente necesidad de producir bienes y convertirlos en beneficios económicos para que la empresa sea eficiente y competitiva?

En los tiempos en que Jesús predicó, la realidad era que la riqueza, en general, se adquiría a través del despojo y la conquista. La falta de comprensión de este contexto histórico todavía hoy es, a mi juicio, la causa de muchos equívocos y dilemas para los cristianos, especialmente para aquellos que estamos en el mundo de la empresa. A su vez un errado enfoque sobre este tema lleva a lo que Jean Guittón, en su libro “Lo Impuro”, califica como el fenómeno del “hombre desdoblado”. Aquel que, frente a la imposibilidad de conciliar el valor de la pobreza con su trabajo cotidiano separa en su espíritu y en su vida lo bueno de lo malo. Aplicando este concepto, muchas veces separamos el afán de lucro y la lucha despiadada para conseguir riquezas, de nuestra vida de Fe. Para algunos, todo vale. en el primero de estos menesteres y no debemos mezclarlo con la Fe y la religión que puede debilitarnos. Se produce entonces el conocido divorcio entre “Fe y Vida”.

Pero siempre hubo personas excepcionales que predican y viven heroicamente las virtudes cristianas, entre ellas la pobreza de espíritu que, sencillamente, se traduce en el desapego por los bienes materiales.

Las palabras de Enrique Shaw que encabezan estas líneas, pronunciadas en el ya lejano año 1959, a mi juicio aciertan y marcan el camino de la conciliación entre la búsqueda de ampliar la riqueza y el espíritu de pobreza que él, además de predicarlo, lo vivió heroicamente lo cual permite que lo veneremos en la santidad.

Enrique, en el año 1959 nos dice que si la riqueza estuviera en manos de pobres de espíritu se multiplicaría, agregando que la función de la riqueza es crecer para ofrecer trabajo permitiendo una economía ordenada y dinámica como base de la paz social. Estas palabras pronunciadas en aquellos años debieron sorprender. Recordemos que, en esa época el mundo estaba inmerso en una lucha entre dos sistemas: uno propugnaba la abolición de la propiedad privada y predicaba que el único factor creador de riqueza y distribución de esta era el Estado. El otro, consideraba que era el sector privado la fuente de creación de riqueza mediante el funcionamiento del mercado, aunque, por un resabio de conceptos históricos mal interpretados, muchos de sus mentores predicaban que el egoísmo y el afán desmedido de riquezas era el motor de ese sistema, por lo cual no cabía limitarlo por valores o razones espirituales. En esos años nuestro país se debatía entre la elección de uno u otro sistema o un camino intermedio que nunca llegó a concretarse.

El espíritu de la Encíclica Centesimus annus

El 1° de mayo pasado se cumplieron 30 años de la publicación de esta Encíclica que forma parte de la columna Vertebral de la Doctrina Social de la Iglesia. Las palabras de Enrique Shaw que citamos en el encabezamiento, pronunciadas treinta años antes, coinciden con las líneas generales de esta encíclica.

Los documentos que integran la Doctrina Social de la Iglesia dan una respuesta a lo que ha dado en llamarse los “signos de los tiempos” en que fueron escritos y por ello ponen énfasis en uno u otro aspecto de la Doctrina con referencia a los problemas sociales de cada época y las respuestas que diferentes posturas proponían.

En estas líneas me interesa resaltar la importancia de Centesimus annus pues considero que es una piedra fundamental en la pastoral del empresario cristiano al expresar, con meridiana claridad, los rasgos positivos de éste en la misión de construir el Reino de Dios en este mundo.

Creo que la Encíclica pone en evidencia un mensaje que estaba en “estado de vida latente” dentro de la doctrina de la Iglesia, el de la libertad de mercado y la posibilidad del valor evangélico de la actividad del empresario dentro de ese sistema

Es interesante resaltar que, si bien la Doctrina Social de la Iglesia no había ignorado la realidad del empresario, en los documentos anteriores la referencia a ésta siempre había sido vinculada a otros temas considerados de mayor importancia como son los derechos de los trabajadores, el justo salario etc. Al referirse a la empresa se marcaba el deber de solidaridad para con los más necesitados, lo cual es importante, pero no se mencionaba, a mi juicio, con el debido énfasis, el papel fundamental que tiene el emprendedor en su tarea de crear riqueza.

La última década del siglo XX, con su punto culminante, la caída del Muro de Berlín puso al desnudo el fracaso del mundo inspirado por el marxismo basado en la propiedad colectiva de los medios de producción. Estos acontecimientos marcaron “los signos de los tiempos” a los cuales hace referencia Centesimus annus. No olvidemos que fue escrita por un Papa polaco que había vivido directamente el autoritarismo comunista y pudo percibir los errores de la utopía colectivista.

En ese contexto el Papa trata algunos temas que, a mi juicio, deben ser resaltados:

  1. Frente a los dos sistemas de capitalismo que se habían enfrentado en la guerra fría -el Capitalismo basado en la propiedad privada y el capitalismo de Estado- San Juan Pablo II claramente  manifiesta que la economía de libre mercado, siempre que se encuadre dentro de un sistema de valores cristianos, es compatible con la visión de la Iglesia respecto a los problemas sociales (N° 42) y, además, según sus palabras “Da la impresión de que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades.” (N° 34).
  2. Sin embargo advierte que ese sistema no es de por sí la solución a todos los problemas sociales pues es necesario que se desarrolle dentro de un contexto jurídico que asegure al hombre su libertad integral, no solo económica (N°42)
  3. Frente a un sistema basado en el libre mercado, San Juan Pablo II se refiere a la inversión caracterizándola como una opción moral y una manifestación del Amor al Prójimo (N° 36).
  4. El Papa en ese contexto, refiriéndose al trabajo como factor de producción, incluye en manera relevante el del empresario como organizador del esfuerzo productivo para satisfacer las necesidades de la sociedad asumiendo riesgos necesarios (N° 32). A su vez enumera las virtudes básicas del empresario: “En este proceso están comprometidas importantes virtudes, como son la diligencia, la laboriosidad, la prudencia en asumir los riesgos razonables, la fiabilidad y la lealtad en las relaciones interpersonales, la resolución de ánimo en la ejecución de decisiones difíciles y dolorosas, pero necesarias para el trabajo común de la empresa y para hacer frente a los eventuales reveses de fortuna” (N° 32).
  5. Finalmente, en otros pasajes de la encíclica resalta los aspectos negativos de la denominada “sociedad de consumo” sin que ello implique condenar el consumo como uno de los elementos que componen el sistema de mercado libre (N° 36).

Conciliación entre la riqueza y el espíritu de pobreza del empresario

Estas reflexiones sobre las líneas generales de la encíclica que comento y los párrafos de la exposición de Enrique Shaw me llevan a intentar compatibilizar la pobreza, como virtud evangélica que los empresarios debemos cultivar, con la misión impostergable de crear riqueza en un país donde la indigencia ha llegado a límites vergonzosos

Nada se logrará sin inversión y creación de trabajo. Para que ello se materialice necesitamos un horizonte de certidumbre y reglas claras, lo cual implica fortalecer las instituciones republicanas, como la encíclica lo resalta en el Nº 36 cuando subordina la decisión de invertir a que se den “ciertas condiciones económicas y de estabilidad política absolutamente imprescindibles”.

Debemos superar el triste espectáculo, muy propio nuestro, de empresarios ricos con empresas pobres. Centesimus annus, hace treinta años, reconoció las ventajas del sistema del libre mercado basado en la propiedad y la iniciativa privada (Nº 34) pero, a su vez, calificó la decisión de invertir como una manera de amor al prójimo, lo cual excluye toda forma de corrupción y connivencia con ella.

El auténtico empresario es el que crea riqueza genuina y beneficia así a toda la sociedad. No se trata de obtener beneficios a cualquier precio; éstos deben ser la contraprestación legítima a la auténtica creación de riqueza, lo cual implica tomar decisiones difíciles que, muchas veces, llevan a posponer deseos inmediatos.

Enrique Shaw con admirable claridad, en 1959 se anticipó a este mensaje interpretando el verdadero sentido de la pobreza de espíritu, como virtud evangélica y como guía a la que todo empresario cristiano debe aspirar.

 

Sobre el autor

Enrique del Carril

Abogado. Ex director de la revista EMPRESA. Fue presidente del Colegio de Abogados de la CABA entre el 2006 y el 2010. Socio fundador del Foro de Estudios sobre Administración de Justicia (FORES).

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