“Pero si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que
creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello
una piedra de moler y le hundieran en el fondo del mar.”
Mt. 18, 6
Me ha entristecido enterarme recientemente de los abusos sexuales de la Iglesia en Francia.
La periodista Elisabetta Piqué, corresponsal del diario La Nación (Argentina), señala que un informe de la Comisión Independiente sobre los abusos Sexuales en la Iglesia de Francia (CIASE), “reveló que unos 216.000 menores fueron agredidos en ese país por unos 3.000 sacerdotes y religiosos en el seno de la Iglesia Católica desde 1950”[1] hasta el 2020.
Si dividimos la totalidad de los abusados (216.000 menores) por los 25.550 días transcurridos entre el año 1950 y el 2020 -que es el período investigado- podríamos decir que hubo más de 8 menores abusados por día. Y si dividimos a los 216.000 menores por la cantidad de sacerdotes y religiosos (3.000) que cometieron estos crímenes, alcanzamos un promedio de 72 abusos por cada clérigo.
Estos datos son solamente de Francia, país que se tomó el trabajo de investigar esta desgarradora realidad, a través de la CIASE.
El presidente de la CIASE, Jean-Marc Sauvé, comenta que “hasta comienzos de los años 2000, constatamos una indiferencia profunda y cruel ante las víctimas. No se las cree, no se las escucha, se considera que pueden haber contribuido a lo que les pasó … La Iglesia no supo ver, no supo escuchar, no supo captar las señales débiles” y, si las víctimas no hubieran, por fin, tomado la palabra, ”nuestra sociedad seguiría ignorando o negando lo que pasó”.[2]
Dice la periodista Silvia Ayuso del diario El País (España) que “El voluminoso documento demuestra, según Sauvé, que los “silencios” y “fallos” de la Iglesia católica francesa ante los casos de pederastia desde 1950 a 2020 tienen un “carácter sistémico” que requieren profundas reformas de la institución y revisar algunas de sus prácticas, incluido delimitar bien el secreto de confesión.”[3]
Por su parte François Devaux, una de las personas más conocidas públicamente del movimiento que denuncia los abusos sexuales en la Iglesia francesa “… agradeció a la CIASE un trabajo que ha sido “como caer en una fosa común de almas trituradas de la Iglesia” para revelar “crímenes y delitos atroces en masa”, cometidos “durante décadas” … Ha habido una traición de la confianza, de la moral, se ha traicionado a los niños, a la inocencia del pueblo, es una traición del evangelio, de todo lo que somos”.[4]
Creo que no podemos limitar lo ocurrido a Francia. Este país se atrevió a revisar profundamente los abusos sexuales, pero no son una excepción. No es que Francia sea un país de clérigos abusadores sexópatas, sino que esta triste y escandalosa realidad, ocurrió en la Iglesia toda, en todos los países, en mayor o menor medida y fue de alguna manera consentida y ocultada desde la jerarquía.
Me asaltan muchas preguntas que no puedo silenciar:
¿Qué ocurrió para que los católicos amaneciéramos prácticamente, de “buenas a primeras”, con esta realidad?
¿Qué pasaría si una investigación similar y con tanta libertad y profundidad se llevara a cabo en todas las Iglesias del mundo? ¿Qué nos revelaría?
¿Qué hubiera pasado con los abusos si los mismos se hubieran conocido en toda la Iglesia cuando ocurrieron?
¿Alcanza con sólo pedir perdón e indemnizar a las víctimas?
¿Alcanza con rezar por el aumento de las vocaciones religiosas y sacerdotales para salir de esta crisis, sin revisar profundamente las causas de este flagelo?
¿Podemos seguir minimizando esta realidad y dejar exclusivamente en manos de la jerarquía eclesiástica la solución? Como dijo Albert Einstein “locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes.”
¿Podemos seguir “yendo a misa” -para decirlo de alguna manera- como si nada ocurriera, como si no hubiera algo capital que debiera conversarse, analizarse y cambiarse, con la imprescindible participación real de los laicos?
¿Acaso no fueron justamente los hijos de las familias católicas (los laicos) los abusados?
¿Podemos sorprendernos que las Iglesias estén vacías?
¿Es incoherente que cada vez menos jóvenes quieran ser católicos?
¿Ha sido escuchada por la jerarquía eclesiástica en todos estos años de abusos sexuales, la voz del Espíritu Santo?
Señala Elisabetta Piqué, que el papa Francisco, al conocer el informe de la CIASE, “reaccionó … con dolor ante la terrible realidad”[5] de Francia.
Siento que, en la Iglesia, se ha vivido un fariseísmo. Mientras la jerarquía eclesiástica predicaba todos estos años desde los púlpitos, los valores evangélicos, por detrás se llevaban a cabo silenciosamente aterradores abusos, escondiendo lo que ocurría.
Siento que soy parte de una institución que se ha ido rigidizando en sus estructuras y que éstas han facilitado de alguna manera los abusos y su encubrimiento, hasta la llegada del papa Francisco.
Intuyo que algo está enfermo y es necesario curarlo. No debemos seguir viviendo de esta manera incoherente, en la que, se cometen abusos y la información es escondida.
¿Cómo se puede cambiar y sanar todo el daño hecho?
¿Cómo se puede recuperar la confianza en la jerarquía eclesiástica y en definitiva en la Iglesia?
Detrás de esta pregunta me surgen inmediatamente otras:
¿No será que para sanar lo ocurrido es necesario romper este círculo vicioso que se ha formado entre clérigos abusadores y jerarquía clerical permisiva?
¿No deberíamos revisar el concepto de jerarquía?
¿Es razonable pensar en jerarquía solamente en términos de aquellos que son clérigos?
¿No habrá llegado el momento de que los laicos sean también parte de la “jerarquía” eclesiástica?
¿Es razonable que se mantenga una estructura de gobierno que se parece a la de una monarquía de la edad media, en la que hay un rey (el papa), una nobleza (los cardenales) y un pueblo que mira desde el atrio?
¿Genera transparencia y confianza esta forma de gobierno o facilita los abusos y el encubrimiento?
¿No será el momento en que los laicos y las mujeres tengamos una participación más real y efectiva en las decisiones de la Iglesia?
Hoy los laicos, a lo sumo, somos escuchados, pero no tenemos el poder de influenciar con nuestro voto en lo que se hace en la Iglesia. Estamos de alguna manera en la “periferia” de las decisiones, siendo las víctimas.
Estoy un poco cansado de escuchar que “la Iglesia somos todos … los laicos, los religiosos, los varones y las mujeres”, cuando en la realidad efectiva quienes toman las decisiones son los religiosos y entre ellos especialmente los cardenales.
¿Hubiera ocurrido esta hecatombe en una Iglesia abierta en la que todos sus miembros hubieran podido participar en las decisiones desde un comienzo? Quizás haya personas no coincidan con mis apreciaciones, pero creo que el silencio termina siendo cómplice. En mi interior resuena una voz que me dice “… porque eres tibio, te vomitaré de mi boca.”[6]
Desde esta oscuridad en la que nos encontramos, entiendo que ha llegado el momento de repensar cómo se debe recomponer las ruinas en las que se encuentra la Iglesia.
Ahora corresponde que actuemos todos los católicos para recuperar la confianza y la transparencia.
La CIASE ha realizado un valiente y gran trabajo en pos de la verdad. Como señala Jean-Marc Sauvé, “No puede haber un futuro común sin un trabajo de verdad, perdón y reconciliación.”[7]
Los invito a que con valentía nos comprometamos a participar de un profundo debate sobre este tema, buscando vivir el Evangelio sin dobleces, sabiendo que “… no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.”[8]
[1] Elisabetta Piqué, La Nación, 6 de octubre de 2021.
[2] Silvia Ayuso, El País, 5 de octubre de 2021.
[3] Silvia Ayuso, El País, 5 de octubre de 2021.
[4] Silvia Ayuso, El País, 5 de octubre de 2021.
[5] Elisabetta Piqué, La Nación, 6 de octubre de 2021.
[6] Apocalipsis 3, 16
[7] Silvia Ayuso, El País, 5 de octubre de 2021.
[8] Lc. 8, 17.