El Papa Francisco nos recuerda, a lo largo de su Magisterio, que la Memoria es una dimensión muy importante de nuestra fe. A los jóvenes, en Christus Vivit, por ejemplo, los llama a tener raíces. A los pueblos amazónicos en Querida Amazonia, los llama a contar sus historias ancestrales y a guardar la memoria oral de los ancianos.
A todos, en Evangelii Gaudium nos convoca a hacer “memoria agradecida” de la siguiente manera:
“La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida: es una gracia que necesitamos pedir. Los Apóstoles jamás olvidaron el momento en que Jesús les tocó el corazón: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1,39). Junto con Jesús, la memoria nos hace presente «una verdadera nube de testigos» (Hb 12,1). Entre ellos, se destacan algunas personas que incidieron de manera especial para hacer brotar nuestro gozo creyente: «Acordaos de aquellos dirigentes que os anunciaron la Palabra de Dios»
(Hb 13,7). (EG 13)
Esta semana, la Acción Católica Argentina y la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, entre otras instituciones, recuerdan y celebran el centenario del nacimiento de aquel gran dirigente que tan bien les anunció la Palabra de Dios. Y todos los laicos argentinos, hacemos propia esa alegría recortándolo de entre la verdadera nube de testigos que en nuestra Patria anunciaron la Buena Noticia del Evangelio. Enrique ya tiene un nombre propio entre los más de 70 siervos de Dios, venerables, beatos y santos argentinos que transitaron o transitan los caminos oficiales con los que la Iglesia lleva a los amigos de Jesús a los altares. Y se hizo notorio entre los miles y miles de santos anónimos “de la puerta de al lado”, que a lo largo de los siglos y hasta nuestros días, han vivido el Evangelio en nuestra tierra.
Si esta notoriedad ha sido posible, si Enrique hoy parece encaminarse para gloria de Dios a ser santo (así al menos, lo ha dicho el propio Papa Francisco) es porque instituciones y personas han guardado su memoria como esos perfumes que se atesoran para que el olor de santidad se extienda por la Iglesia en un tiempo determinado de la historia.
En nombre de todos los laicos argentinos quiero agradecer a la familia de Enrique Shaw, a la Acción Católica Argentina, a la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa y a los postuladores de la Causa de Beatificación por guardar este tesoro que cumple esta semana cien años. Si hoy podemos leer sus textos, volver a escuchar sus discursos, en muchos casos profundos, en otros conmovedores, siempre penetrantes como “espadas de dos filos”, es porque hubo instituciones que los guardaron y personas que los recopilaron. A todos ellos, gracias.
Gracias a este trabajo, los jóvenes argentinos podrán saber que un joven como ellos, marino y de una familia muy rica, leyendo las obras de un sacerdote contemporáneo -el padre Cardjin, fundador de la JOC- decidió dejar todo para evangelizar el mundo de los obreros, aunque luego pudiera discernir que el llamado de Jesús era a hacerlo desde la condición de empresario.
Gracias a este trabajo, podremos seguir contando, como esas tradicionales orales que nunca se interrumpen, que un empresario cristiano recibió en su enfermedad la donación de sangre de más de 200 de sus empleados y que en agradecimiento, al volver temporariamente al trabajo, les agradeció porque finalmente corría por sus venas “sangre obrera”.
Gracias a ustedes, Sara, Sarita, Fernán, Silvia, hombres y mujeres de la Acción Católica y de ACDE, los que envejecemos seguiremos contando historias de Enrique y los jóvenes tendrán visiones proféticas de una Argentina más fraterna y solidaria en su nombre. Y todos, recurriremos a su intercesión delante de su gran amigo Jesús para lograrlo.
Algunos párrafos finales:
- Se van a cumplir dos años en abril de la beatificación del primer laico de la Acción Católica Argentina, el mártir Wenceslao Pedernera. El camino de santidad de Enrique -sobre cuyas llamativas similitudes con el de Wenceslao ya escribí oportunamente lleva a su culmen aquello que desde siempre repetimos de la Acción Católica como una “escuela de santidad”.
- Es necesario que el aroma de la santidad de Enrique perfume a todo el Pueblo de Dios. Los santos no son solamente de una institución, no son de un sector social o de una actividad humana. Son tesoro de toda la Iglesia y más aún de todos los argentinos. Enrique creció huérfano de madre, fue esposo, padre de 9 hijos, enamorado de Jesús y devotísimo de la Virgen, apasionado de la Doctrina Social de la Iglesia, laico en el espíritu del Concilio Vaticano II, hombre de la política, de la vida universitaria, empresario de “sangre obrera” que denunciaba el desempleo como un mal moral antes que económico, dirigente de Iglesia, fundador de instituciones, creador de políticas públicas, sufrió la enfermedad de manera cruel, estuvo preso por su fe y siendo rico se hizo pobre, “como su amigo Jesús” (cfr. los discursos del Padre Moledo luego de su muerte). ¿Quién puede sentirse excluido de participar en la fiesta de su glorificación? Será el patrono de los marinos y de los empresarios, sin dudas. Pero ¿pueden los trabajadores sentirse lejos de quien en vida sabía el nombre y apellido de cada uno? ¿Pueden los desocupados no tomar como defensor a quien puso su renuncia encima de la mesa para que nadie en su empresa se quede sin trabajo? Los que sufren injusticias, los pobres, los enfermos, todos en el Pueblo de Dios pueden tener en Enrique un modelo y un intercesor.
Recemos para que, muy pronto, Enrique sea reconocido como feliz (Beato) por todo el Pueblo de Dios.
*Testimonio de Daniel Martini, director del Departamento de Laicos (Deplai) de la Conferencia Episcopal Argentina en: “Enrique Shaw, un laico que nos inspira Conversatorio de Memoria Agradecida”