“Gran Renuncia”: la ola masiva de trabajadores que dejan sus empleos se vuelve global”
Ishaan Tharoor en The Washingston Post, reproducido en La Nación del 20/10/2021
El artículo cuyo título transcribo confirmó una percepción que, personalmente, vengo teniendo desde el inicio de la pandemia: la crisis o, a lo menos, un cambio drástico en la relación de dependencia como característica preeminente en la relación laboral. Obviamente, el artículo describe con crudeza el lado obscuro de este fenómeno, pero nos permite ver también el cambio de paradigma que implica.
La estructura y las formas de aprovechar el trabajo humano han variado a través de los tiempos. Las investigaciones arqueológicas e históricas nos muestran que en la antigüedad era la familia la que, aprovechando las aptitudes de sus distintos miembros, organizaba el trabajo para procurarse su sustento. Luego apareció la tribu y más tarde la ciudad.
Todas estas formas tenían una íntima vinculación con los medios y las herramientas con que contaba el hombre para satisfacer sus necesidades. Con las guerras apareció la esclavitud que fue la forma primordial hasta bien entrada la Edad Media, subsistiendo con diversos y terribles métodos hasta el siglo XIX y que hoy surge como una pústula maldita en diferentes formas, algunas clandestinas, otras simuladas.
Estas reflexiones fueron inspiradas por la forma en que hemos vivido la pandemia y el avance de la tecnología que permitió continuar, aunque sea en grado limitado, con el trabajo humano como medio de producción.
Las conmociones causadas por nuevos inventos, guerras o pestes, sin duda incidieron en la vida del hombre y contribuyeron al cambio de paradigmas y tradiciones. El mundo del trabajo no fue ajeno a estos fenómenos naturales o humanos. Debió adaptarse a las nuevas realidades y el cambio en lo inmediato fue, en muchas ocasiones, doloroso pero también dio paso a avances en la dignidad humana.
La esclavitud dejó de ser el principal medio de utilización del trabajo humano en occidente cuando se produjo la disgregación del imperio romano y apareció el feudalismo. En esa época la organización feudal dio nacimiento en las áreas rurales –donde se concentraba la mayoría de la población- a la servidumbre, sistema por el cual los campesinos eran propietarios de sus pequeñas parcelas, pero debían suministrar parte de sus productos al señor que les daba protección. Su libertad era limitada porque no podían abandonar las tierras y buscar su futuro en otros lugares.
El resurgimiento de las ciudades aflojó ese vínculo pues muchos siervos pudieron emigrar a estos nuevos centros de población, a veces clandestinamente, otras en forma lícita por el conchabo o el servicio personal. Allí aparecieron incipientemente algunas formas de trabajo asalariado que convivían con resabios de la esclavitud.
Pero la denominada Peste Negra que asoló Europa en las postrimerías del siglo XIV, fue un golpe fuerte al sistema de la servidumbre rural. La terrible pandemia que diezmó la población produjo que muchos campesinos sujetos a servidumbre abandonaran sus campos y buscaran suerte en otros lugares. Los señores feudales no podían retenerlos preocupados por salvarse del flagelo.
¿No ha ocurrido algo parecido con la pandemia del COVID 19? Antes de su irrupción en nuestras vidas, las nuevas tecnologías permitían reunirnos en forma remota y compartir tareas con personas que se encontraban en otros países. Nada nos impedía utilizar estos medios y, de hecho ya proliferaban “trabajadores libres” que realizaban tareas en sus casas y habían abandonado los empleos fijos. Pero la cuarentena aceleró ese fenómeno. Se vaciaron las oficinas, desparecieron los horarios y se debilitó el control jerárquico propio de la “subordinación jurídica” uno de los elementos de la relación de dependencia.
Reacciones como la “ley del teletrabajo” parecen esfuerzos vanos. Ante la nueva realidad es intentar “tapar el cielo con un harnero” porque, aunque siempre existirán trabajadores que se aferren a los beneficios de la relación de dependencia, muchos otros –los más capacitados- buscaran nuevas fronteras y, aunque puedan persistir en sus puestos, la relación con sus Jefes y la disposición de su tiempo cambiarán substancialmente.
A su vez, esta realidad desdibuja también algunos esquemas de la economía como la caracterización de los “factores de la producción” tradicionalmente denominados: “el capital” y “el trabajo”. Las nuevas tecnologías, los denominados “unicornios” y el desarrollo de la tercerización de actividades confunden ahora estos dos factores que parecen fusionarse y son difíciles de distinguir. Así lo describió San Juan Pablo II en “Laboren exercens”, escrita en 1981.
Es cierto que siempre habrá asalariados, especialmente entre aquellos que más debemos proteger: los pobres. Pero creo que las realidades antes descriptas, que se imponen por la fuerza de los hechos, permitirán concentrar la tarea de protección a esos sectores y orientar los esfuerzos de la educación hacia ellos para que tengan opciones válidas y puedan desarrollar la creatividad que todo ser humano tiene, a veces dormida por la falta de medios u oportunidades. Seguramente, el salario real en esas actividades, por la disminución de la oferta, aumentará y permitirá dedicar fondos a su protección e integración en la sociedad. Lo importante es que desde las empresas y los sindicatos se pierda el miedo al avance tecnológico y se dé primacía a la dignidad del hombre. Quizás este es el corazón del “capitalismo más humano” del que tanto se habla. Aunque, como dije en una anterior colaboración quizás ese terminó también es obsoleto y debemos hablar de economía libre.
Muy bueno!
Muy buen artículo. Nos alerta de los cambios que se avecinan después de la pandemia, sobre todo entre los jóvenes. En Argentina ellos no ven futuro. Y el mundo exterior se prepara mucho mejor para estos cambios. Perderemos a nuestros hijos y nietos? Los que accedieron a una buena educación y una familia contenedora serás los primeros en buscar afuera lo que nuestro querido país les niega.