Zeitgeist
El título de este escrito podría haber sido “tiempos de yo sin tú”, pero así me resulta más personal. Zeitgeist, por otra parte, es una palabra alemana que me encanta. Es irreemplazable. Se pronuncia ‘zaitgaist’ y significa espíritu o filosofía de una época, algo cercano a “signos de los tiempos”.
Mi punto de partida es que nuestra época se caracteriza por subrayar el yo sin el otro. No pocos ya describieron la liquidez y precariedad de los vínculos, el auto-centramiento y el aislamiento. Incluso, el espíritu de hoy también ha resucitado aquello de principios de los 70: “lo personal es político,” o, como señala el cineasta Andrés di Tella [https://www.pagina12.com.ar/324838-andres-di-tella-la-idea-de-lo-personal-es-politico-fue-muy-i] este es el momento de la primera persona: “yo soy esto, me gusta esto, ésta es mi vida”.
Mi objetivo en este breve escrito es dejar planteado si, siendo nuestros tiempos como son ¿no se ha de decir algo más que “toda vida vale” para dar la buena noticia a cada ser humano de la dignidad de cada ser humano?
El yo
-:¿Qué es un “tú”? Me preguntó A.F. al leer la primera versión de este escrito. Muy bien. No hay que dar casi nada por sentado cuando escribís. Un tú (o un vos) es un yo que tenés enfrente, o a tu lado. Otro sujeto como vos. Otra persona.
El yo es un problema filosófico y, como tal, eterno. Pero basten hoy dos definiciones de RAE que nos ayudan. “Yo” significa, o bien “sujeto humano en cuanto persona”, o bien “parte consciente del individuo, mediante la cual cada persona se hace cargo de su propia identidad y de sus relaciones con el medio”.
Quizás, el filósofo Silvio Maresca criticaría esta última definición por cartesiana (por R. Descartes, el del “pienso, luego existo”). Parafraseándolo, Maresca dice y agrego: si yo soy dueño de mi cuerpo ¿dónde está el yo? ¿dónde se sitúa mi subjetividad? ¿solo en la mente? ¿el cuerpo es un objeto? ¿una posesión? ¿el cuerpo no integra mi subjetividad, mi yo?
Hagamos foco ahora en el “se hace cargo” de la definición. Si bien nacemos más indefensos que otros animales, eso va cambiando con los años. Hacerse cargo es también parte del crecimiento, de la madurez. Es una conquista del yo, de la propia identidad, de ser sujeto. Es asumir la responsabilidad y las consecuencias de sus decisiones. Es pararse sobre los propios pies y manejarse con cierta autonomía.
Autonomía es el concepto central de este escrito. En un primer sentido, como constatación existencial: todos experimentamos -tarde o temprano- el hecho ineluctable de estar a cargo de la propia vida, el haber sido “arrojados” -como diría M. Heidegger– a la existencia con la tarea de autodeterminarnos. En un segundo sentido, la autonomía como problema ético. Dos planos diferentes.
Mi yo y otros yoes
Si no fuésemos seres sociales, si a cada uno de nosotros le bastase estar solo en una isla privada, no sería necesario hablar de autonomía. Es decir, la subrayamos porque la podemos perder. La subrayamos porque es un bien preciado que valoramos cuando la experimentamos y nos movemos a causa de nuestras propias motivaciones o cuando se nos quiere manipular, vulnerar o avasallar.
Autonomía, entonces, implica reconocer y ser reconocido por un tú, por otro yo, por otros sujetos, por vos. La autonomía de cada ser humano tiene un carácter psico-social. Ser autónomo no implica falta de intercambios, solidaridad, colaboración o ausencia de familia o de comunidad. Implica un dar y un recibir, pero que no es a expensas del otro -aunque sea gracias a otros-. En verdad, todos tenemos la autonomía como característica potencial de la especie, lo que no es claro en cada individuo es cuál es el momento a partir del cual logra serlo.
Madurez, libertad, dignidad, integridad
La experiencia de autonomía entonces está ligada a la madurez, a la libertad interior y a haber palpado en el propio ser el “yo soy valioso”. Valgo porque soy, sea como sea, yo valgo. ¿Aún no lo has experimentado? Pero habrás reconocido que lo deseás hondamente. Observemos -como síntoma de este deseo universal– las publicidades que hoy promueven la aceptación de diversos cánones de belleza. El cuerpo no es un objeto poseído, sino que forma parte de la identidad, la subjetividad, el yo. Entonces, la experiencia de autonomía también implica una integración de biología, psiquis y espíritu, un yo integrado no-compartimentado.
El principio moral de respeto a la autonomía
Según T. Beauchamp y J. Childress (1979), una de las máximas de la bioética es respetar que el otro decida sobre su vida. Este principio moral de la bioética anglosajona -y controversial- prescribe que las acciones autónomas no deben ser controladas ni limitadas por otros y que se ha de asegurar las condiciones necesarias para que la elección del sujeto sea autónoma: información completa, comprensión de las alternativas, respeto por la intimidad, ayuda para decidir si lo solicita, entre otras cuestiones. Se podría decir que este principio moral -que no es el único- es también un signo propio de los tiempos.
La decisión de abortar, para algunos, se ampara en este principio. Ahora bien, ¿puede en cada caso considerarse una decisión verdaderamente consistente con lo que es la autonomía? ¿Es una decisión libre, responsable y plenamente informada? ¿Es una decisión madura, integrada de una persona que ha conquistado su autonomía? ¿Es la decisión de un solo yo? ¿La decisión involucra a un solo yo? ¿Todos los yoes involucrados han desarrollado la misma autonomía para decidir? ¿Es la decisión de un yo a expensas de otro yo?
¿Toda vida vale? En tiempos hablados en primera persona me gustaría que la buena noticia de la dignidad de cada ser humano sea dada de un yo a un vos, de un yo a un tú. Tu vida vale tanto como la mía. Su vida vale tanto como la tuya. No te quedes sin vos, sin yo, solo vos.