Una vez avalado por el Congreso el acuerdo con el FMI, el gobierno de Alberto Fernández se prepara para concluir su mandato.
Él podrá decir que quiere ser reelegido -para que no le piquen el boleto- pero el Presidente no podría trazarse un plan más ambicioso que el de concluir su gestión el 10 de diciembre de 2023. Ni siquiera entregar la banda presidencial a su Vicepresidenta o a alguien de su amplio espacio político; especialmente, después del desplante parlamentario kirchnerista.
Sabíamos desde el año pasado que la Alianza estaba rota, pero bajarse del barco antes de llegar a la otra costa solo garantiza mojarse, y hasta ahogarse si uno desciende mucho tiempo antes, como el políticamente difunto Carlos «Chacho» Álvarez. No es un dato menor el hecho de que haya logrado votos de la oposición para obtener el pasaporte hacia el tramo final del viaje presidencial 2019-23. Hoy viajó a Tucumán y la semana que viene lo hará a San Juan y a Catamarca. Su hoja de ruta revela el intento de rescatar un albertismo que siempre desautorizó; puede que esta vez consiga que surja un albertismo sin Alberto.
Sergio Massa tuvo mucho que ver con el acuerdo parlamentario que permitió la sobrevida del Gobierno, pero no necesariamente le alcanzará para ser nominado como sucesor. Deteriorada la relación entre los socios del Frente de Todos (FT), Massa debería medir bien o tener tropa propia para imponerse como candidato; pero no parece que cuente ni con la intención de voto ni con los aliados necesarios para emprender la patriada. Por su parte, el kirchnerismo decepcionó a los suyos al entregarlos a Alberto, primero, y al bajarse del Gobierno, después; repiten la secuencia de Eduardo Duhalde en 2003, aunque el duhaldismo de entonces tenía a dónde ir.
Hay quienes imaginan un escenario con seis candidatos que superen las PASO: uno por el PJ, que podría ser Juan Manzur o Daniel Scioli; otro por Unión Ciudadana, que podría ser Wado de Pedro; uno por el PRO, que se disputaría entre Mauricio Macri o Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta; el radicalismo, con Gerardo Morales; el liberalismo seguramente llevaría a Javier Milei y estaría la izquierda.
El escenario dependerá del comportamiento de la economía que, con un acuerdo con el Fondo, podría alcanzar un momento de holgura para el sector privado, aunque forzosamente de ajuste para el público.
Si el Presidente ratifica hoy sus anuncios antiinflacionarios, bélicos y dirigistas, probablemente rife esa oportunidad y acelere en el corto o mediano plazo la inflación y provoque un aceleramiento devaluatorio, ya que sin recursos genuinos no tendrá otro mecanismo disponible. En caso de que opte por callar y dejar que hable la economía, no podrá evitar el ajuste en el gasto público, pero, si concentra sus esfuerzos en mantener el aprovisionamiento de la industria -lo que implicaría una conducta cambiaria que hasta ahora no manifestó- podría ostentar alguna vitalidad económica.
En cualquiera de estos dos escenarios, el kirchnerismo perderá en 2023 y el ganador tendrá las manos libres para emprender un camino lejano al populismo. Esa oportunidad ya la perdieron Mauricio Macri en 2015 y Alberto Fernández en 2019. Pero los argentinos están ahí, esperando un cambio de verdad, mientras el otoño asoma e insinúa un inverno largo y duro para el populismo.