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El espejo de la IA

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En 1976, Sherry Turkle  comenzó a entrevistar a los pioneros de la Inteligencia Artificial (IA) del Massachussets Institute of Technology (MIT) para indagar acerca de la relación entre el ser humano y las computadoras.  El libro resultante se tituló The Second Self: Computers and the Human Spirit (*) y fue publicado en 1984. 

Según Turkle, todos los grandes cambios científicos y culturales funcionaron como un espejo para el ser humano. Hicieron emerger preguntas como qué lugar tenemos en el cosmos y en qué tipo de personas nos vamos convirtiendo con el uso de ese nuevo conocimiento o aquella nueva tecnología. Así pasó en la revolución copernicana o la industrial o con el uso de la energía atómica. Siempre, dice Turkle, el ser humano volvió a responderse que de algún modo específico podía seguir considerándose superior al resto de las especies naturales y superior a los artefactos creados por la cultura.

El “nuevo” espejo

Así como la computadora resultó un nuevo espejo para la humanidad y un disparador de estas preguntas antropológicas y éticas, hoy también lo es la IA.

Para Turkle, atrás de la búsqueda de espejos en los cuales mirarnos o reconocernos está la ansiedad y la experiencia de mortalidad. Si recordamos que en idioma inglés la palabra anxiety significa -como diría Rollo May- tanto angustia como ansiedad, podemos ya intuir que Turkle nos conduce a un planteo existencial. Las nuevas tecnologías fascinan, atraen y trastornan, por eso: “sentimos inseguridad en nuestra comprensión de nosotros mismos y esta inseguridad genera una nueva preocupación ante la cuestión de quienes somos”(1984, p. 302) y, le agregaría, de qué somos capaces. 

Al igual que las computadoras en los ‘80, la IA “nos pone en la frontera de la mente y la no-mente” (Turkle, 1984, p.303). Nos lleva a preguntarnos cuál es la naturaleza de la mente y la de la vida; nos lleva a reflexionar sobre la integración de cuerpo, mente y espíritu. Aunque Turkle no habla de integración, observa cómo en diversas teorizaciones sobre el ser humano se subraya la separación: entre la mente calculadora y la vida biológica, entre la razón y las emociones o sentimientos, entre el yo y el ello, entre la parte-máquina y la parte-animal, entre el caballo negro y el caballo blanco de la alegoría de Platón.

Los pioneros de la IA, a quien Turkle entrevistó, tenían la tendencia a sobrevalorar la mente y los mundos creados por la mente en detrimento de la vida biológica -y de todas las teorías filosóficas tradicionales. Consideraban que lo único verdaderamente humano era la mente, pero, a su vez, de ella solo valoraban su parte “calculadora” o la reductible a procesos y pasos, en definitiva, a lo reproducible en un programa (1984, p. 303). Por otra parte, no les parecía que fuese necesario afirmar que detrás de una mente pensante existe un yo, que los unifica. Resabios de esta mentalidad se le pueden leer en alguna entrevista a Yuval N. Harari cuando dice algo así como que los algoritmos saben más de él que él mismo.

Lo no-racional

El espejo que la IA le ofrece hoy al ser humano tiene algunas diferencias con las que señala Turkle, porque la difusión de la IA no se da en un contexto de confianza en la razón humana. Hoy sobreabunda la irracionalidad, se niegan verdades biológicas, se considera que el cuerpo es una posesión del yo, se equiparan -en derechos y valores- animales y seres humanos, se valora más la inteligencia emocional que las matemáticas y en la academia se estudian repetidamente los sesgos cognitivos -esto es, lo que tuerce la racionalidad. Hoy se ha ejercido un olvido sobre los argumentos que permiten afirmar, que el hombre es superior a otras especies y a sus artefactos culturales, que, en definitiva, no solo tiene inteligencia, sino que tiene voluntad y es libre.

Por eso, así como Turkle dijo: “Si una vez fuimos animales racionales, ahora somos computadoras con sentimientos, maquinas emotivas” (1984, p.309), hoy, 40 años después, yo diría: Si alguna vez fuimos animales racionales, hoy somos un manojo de emociones que le pide consejos a la IA.

Es cuestión de recuperar la memoria y los libros de papel.

(*) Turkle, S. (1984). El segundo yo. Las computadoras y el espíritu humano. Buenos Aires: Ediciones Galápago.

Sobre el autor

María Marta Preziosa

Dra. en Filosofía por la Universidad de Navarra. Master in Business Administration por IDEA. Investigadora, Facultad de Ciencias Económicas, UCA. Docente en diversas universidades de la región. Consultora. Temas que suele tratar: management, ética, compliance, cultura organizacional entre otros.

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3 comentarios

  • Nuevamente una invitación a la reflexión profunda que nos propone María Marta. Muy buena esta nota nota, particularmente oportuna.

  • Una maravilla para pensar y profundizar… sobre todo aquellos que hemos vivido, estudiado y participado profesionalmente en estos temas en los años 80 en que Turkle publica. Gracias María Marta por compartir.