Homilía pronunciada por Mons. Santiago Olivera, obispo castrense y delegado para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal en memoria de Enrique Shaw, en labasílica Nuestra Señora del Pilar, el 27 de agosto pasado, en el 62° aniversario de su fallecimiento.
El Señor nos escucha, Dios escucha la presencia de su pueblo y renovamos confiados pidiendo la pronta canonización, que sea la verificación, como parte del proceso del Siervo de Dios, en el nombre de Enrique Shaw.
Tanto bien hace ya su vida, hizo su vida y lo seguirá siendo sin duda, que cuando regrese al confín, si es su voluntad, como faro, como santo de la Iglesia. Celebramos en esta misa también en memoria de Santa Mónica, que la conocemos por la madre de San Agustín. También un hermano de San Agustín y su esposo Patricio, fueron frutos de conversión por la oración y la presencia de Santa Mónica. Conocemos y sabemos de ella por el propio San Agustín en sus Confesiones, pero fundamentalmente tenemos que descubrir que en Mónica hay un ejemplo de lo que significa el pedido por una mujer creyente, una mujer de Dios y de la conversión.
Es decir, en este día es el día que podemos todos nosotros renovar la certeza y la posibilidad de la conversión, la propia y la de nuestros hermanos. Por amor Santa Mónica deseaba la conversión de sus hijos y de su esposo, cosa que logró, conocemos la conversión por este hijo destacado, Agustín. Ya habiendo conseguido no solo la conversión y la adhesión a la fe religiosa, sino llegar a ser un ministro, un obispo como San Agustín, ya podía partir contentos y en paz, como ven el mismo Agustín en sus confesiones de Mónica. Pero ¡qué importante es que descubramos que pedir por la conversión supone también una actitud frente a los demás, frente a nuestra propia vida y frente a los demás, que la conversión es posible por lo tanto no hay que cerrar puertas!
Cuando a veces nos enojan virtudes, circunstancias, días, aún podríamos decir que nuestro presente que descubrimos y vemos como una representación teatral en quienes nos han gobernado y de todos los ámbitos; a veces produce como un enojo en nuestro corazón, sorpresa, sin duda situaciones o emociones distintas. Así que en el camino de Santa Mónica tendríamos que rezar por la conversión; por la conversión de los hombres y mujeres que pisan, transitan, caminan nuestros sueños, por la conversión que es justamente un empaque de amor, porque es el desear que conozcan nuestros hermanos a Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Esta conversión, así como hacía Santa Mónica, es e implica tener una mirada muy de fe. Y no porque moleste, nos moleste la vida que llevamos, sino porque se pierde la posibilidad de vivir el gozo de saber ser cristianos. Se pierde la posibilidad de experimentar en su propia vida el amor de Dios. La conversión, podríamos decir, es el pedido por la caridad, por amor, empezamos la conversión. Y damos gracias por este ejército y por este testimonio de esta gran mujer, de esta santa mujer. Como le dijo aquel obispo, es imposible que se pierda un hijo con las oraciones y las lágrimas de una madre. Le pedíamos al Señor que podamos acogernos a este sentimiento de Mónica y así poder rezar a la inocencia de la conversión. Y como digo, la conversión propia y la conversión de los demás. Esto implica nunca cerrar puertas, nunca dar por cerrado la vida de los hombres. Porque no sabemos el día que pueden hacer ese salto o ese paso abrazando la vida de la fe, que es un don de Dios, un regalo de Dios, pero también es respuesta nuestra, justamente, a ese lujo que hemos recibido y encontrado.
El texto del Evangelio que hemos escuchado, que sin duda podríamos decir que a todos nos cabe, porque lo que está llamando la atención a los fariseos y a la hipocresía, lo que se quedan son cosas deliciosas, pero que le cuida lo más importante. Quizás pueda entenderse como una liturgia valiente pero vacía de actitudes de verdad. Puede manifestarse una fe exterior y que en el interior no sea verdaderamente cristiana. La copa, el vaso, el plato, habla de la totalidad y la integridad. Pensaba dos textos del Evangelio que nos iluminan esta realidad, de esta, digamos así, crítica de Jesús, pero diciendo así, podríamos decir también con sentido, ¡hay de ustedes, hipócritas, fariseos, que se dedican a hacer las cosas reales, pero no a hacer las más importantes!
Recordaba, hace muy poco uno de los pasajes más lindos que yo encuentro de la Escritura cuando Jesús dice que es un israelita de verdad. Este es un israelita de verdad, que no hay dobleces, es de una sola pieza, que vive aquello que dice, que lo que cree, lo pone en la vida.
Y un poco lo que nos invita este texto del Evangelio, ser sin dobleces, cristianos de verdad, que toda nuestra vida tenga la dimensión que implique lo que demos, lo que damos en pequeña concesión y lo más hondo, más profundo, porque dice que ustedes descuidan la misericordia, la justicia, la fidelidad. E imaginaba en este texto, que le cae muy bien al venerable Enrique Shaw, podríamos decir, como dijo Jesús que este es un cristiano de verdad. Porque eso fue captar, eso fue entender que el Evangelio debía traducirse en la vida cotidiana, en las relaciones laborales, en su empresa. Que la Doctrina Social de la Iglesia no era sólo un discurso, sino una realidad concreta. Que la preocupación por el otro, por el obrero, por el más pobre, era una preocupación de parte de la entraña del Evangelio. No algo agregado, sino justamente por vivir realmente en profundidad, por haber captado el Evangelio.
Creo que hay que pedirle esto al Señor que nos ayude, porque los santos, como Enrique, el camino se los tiene iluminados en nuestro hoy, en nuestra historia.
También que nos dejemos conducir por esa mirada cristiana y evangélica, por esa unidad de la vida, por esa autoridad. A Jesucristo le decían, ¿de dónde viene esta autoridad? Y justamente le venimos por la unidad de la vida. Enrique era un hombre con autoridad por la unidad de la vida. Porque supo vivir y trabajar justamente por encarnar el Evangelio. En su trabajo, en su familia. Hoy hubo una muy linda, una linda acción que hicimos en la mano, una bendición del cuadro. Le decía a Sara, su hija, hay que predicar mucho. Es decir, padre de familia, empresario, con una gran pasión por los obreros. Hay que predicar mucho también, porque fue esposo. Padre no dijo, pero fue esposo. En este tiempo donde se relativiza, donde muchos jóvenes se juntan, donde no hay esta acción, esta opción permanente del amor que ama para siempre, que ama de todo y con todo el corazón, que ama para siempre. Porque si no se ama para siempre, no se puede amar un día. El amor no es verdadero, es real.
Y quería terminar, a lo largo de lo que decía de Santa Mónica, una expresión que el Evangelio rezó y que Carranza recuperó y que a mí siempre me conmueve de la profundidad de la vida. Porque los santos, los beatos, los hijos de Dios, los venerables, son hombres y mujeres como nosotros. Nunca tendrán una de estas portadas en nuestra vida, porque ellos nos recuerdan que la santidad es el camino por seres y el camino para todos, no para algunos. Solo algunos regresen por el común modelo. Pero hay innumerables santos, entre muchos de ustedes, innumerables ejemplos. ¿Quiénes son? Aquellos que quieren vivir según el querer de Dios y se dejan plasmar por la gracia de Dios y que viven deseando encarnar el Evangelio, vivir la fe con coherencia. Muchos santos de nuestra familia, de nuestras comunidades, innumerables, pero solo algunos, la Iglesia los pone como modelo.
Lo importante es entender que los santos son hombres de carne y hueso, como nosotros, hombres, mujeres, frases débiles, solo la Inmaculada Virgen ha sido inmaculada.
Y decía Enrique Shaw: “El día que cumplí 20 años, le pedí a Dios que produjera en mí los frutos que Él desea, que me hiciera consciente de mi pecado y me convirtiera decidida y totalmente”. “En resumen -dice el Siervo de Dios-, mis ideas religiosas se han concretado en dos puntos. El primero, en comprender en serio que soy un pecador. Y el segundo, que debo ir decididamente hacia Dios”.
La vida de Enrique Shaw, entonces, nos anime a nosotros, de verdad, a desear el Cielo, que es donde está nuestra Patria verdadera y definitiva, porque aquí somos verdaderamente creyentes. Continuaba, continuaba, lo que decía el Cielo,
Procuraré amar al prójimo como a mí mismo, a fin de cumplir el segundo mandamiento de la ley de Dios y buscando el modo de hacer felices a quienes me rodean y difundir la religión”. Opinaba sobre los obreros: “no debemos olvidar que el trabajador no es tan solo un productor de riqueza o un instrumento más de la empresa o un engranaje de la gigantesca maquinaria industrial, sino un ser espiritual cuya dignidad y valores humanos han de estar siempre presentes en el pensamiento de quienes tienen la responsabilidad ante Dios y los obres de administrar las riquezas de la tierra”.
¡Qué maravilloso para este tiempo!, porque él decía “ser patrón no es un privilegio sino una función, somos responsables de la solución humana de nuestro personal”. Pidamos entonces aquí que en estos tiempos que vivimos, tan duros, tan difíciles, situaciones tan complicadas en el orden social, que los que tienen más se estén dispuestos a compartir con los que tienen menos, que los que puedan generar trabajo, que realmente sea útil, que sepan quizás ganar menos en estos tiempos duros, pero vivir este camino e historia comunes con aquellos hermanos nuestros, que trabajadores también contribuyen a la riqueza y la vida de esta Nación. Que así sea.