Valores

La antorcha de la vida: un liderazgo ético y responsable

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«La vida, para mí, no es una vela que se apaga. Es más bien una espléndida antorcha que sostengo en mis manos por un momento, y deseo que arda con la máxima claridad posible antes de entregarla a las futuras generaciones”. (George Bernard Shaw)

Me encantan estas palabras porque reflejan una verdad profunda con la que también estoy de acuerdo: la vida es una antorcha que sostengo en mis manos. No es algo que domine o posea, sino un don que Dios mismo me ha confiado para cuidar y proteger con todas mis fuerzas, con todo mi corazón y con toda mi alma.

En esta metáfora, la vida es una antorcha que Dios me ha dado, confiando en mi capacidad para cuidarla. Es reconfortante saber que, en su infinita sabiduría, Dios me confía algo tan complejo y maravilloso, siendo yo solo polvo en este vasto universo. Según los relatos de la creación, Dios moldea al ser humano desde el barro y, al finalizar esta obra de maravillosa complejidad y belleza, sopla en él el aliento de la vida, esta llama que despierta la humanidad y la convierte en una luz de esperanza, un polvo de esperanza.

¡Sí! Soy polvo de esperanza, finito pero lleno de sentido y significado. Dios me crea con un propósito, un buen propósito. Mientras dure mi estancia en este mundo, mi propósito es mantener viva la llama de esta antorcha que es la vida. Mi responsabilidad es cuidar para que su brillo no se pierda y, consecuentemente, no desaparezca en el vacío sin fin del azar. Porque, aunque mi existencia sea finita y frágil, es precisamente su brillo lo que me impulsa a experimentar la suave sensación de lo infinito, de lo perfecto y de lo eterno, a pesar de no vivirlo en su plenitud y perfección. Ese brillo me da esperanza, ánimo y el deseo de continuar sin miedo. Me hace consciente del lugar donde estoy y hacia dónde puedo llegar.

Por eso, mi lucha diaria es querer que esta llama arda con la mayor claridad posible. Necesito la intensidad de esa luz en mi vida y ciertamente el entorno donde me encuentro también necesita la intensidad de la luz de esta llama ardiente. Por eso, es fundamental tener una actitud proactiva, para que su intensidad ilumine mis pasos, me permita encontrar la verdad, apreciar la belleza de lo creado y, en el proceso, cuidar mi entorno y permitir que me cuiden aquellos que me aman.

Esta lucha, consistente y perseverante, vale la pena porque cuanto más fuerte arde esta llama, más cerca me siento de Dios y más capaz soy de asumir la tarea que me corresponde en este mundo, aumentando mi compromiso de vida con los demás. Cuanto más intensa es la llama, más profunda y compartida se vuelve la vida. Es cierto que aumenta mi capacidad para aprovechar las circunstancias y las situaciones de la vida. Al final, cada experiencia nos deja un aprendizaje fundamental que refuerza la idea de que la vida es una escuela, donde cuanto más arda el fuego de nuestra antorcha, más podemos aprender y crecer.

Es urgente alcanzar este propósito, es urgente crecer, aprender y celebrar antes de llegar al final del camino y poder ofrecer a las nuevas generaciones esta antorcha encendida y viva. Mientras la tenemos en nuestras manos, vivimos el presente con pasos hacia el futuro. Cuando llegue el momento de entregarla, habremos llegado al futuro y nos convertiremos en imágenes de una memoria que nunca muere. Entregar esta antorcha encendida es el acto más sincero de despojamiento y confianza. Pasamos a creer en el otro y aquel que la recibe también transmite confianza en la persona que la entregó. Qué bella sabiduría transmitida, donde la vida no es un dominio sino un don compartido con la más sincera actitud de amor. Nada es más noble que dar la vida por sus amigos.

Cada situación que vivo, cada experiencia que enfrento, tiene un sentido y un propósito. Estas vivencias alimentan mi deseo de dejar a las nuevas generaciones una antorcha que brille con un calor distinto y una luz más amplia, para que enfrenten sus propios desafíos, diferentes a los míos. La vida, al fin y al cabo, es ese hilo que conecta todo, como el hilo de la sabiduría divina, donde cada momento histórico y cada punto de inflexión recibe un destello de esta antorcha, garantizando la existencia y el propósito de todo.

Querido lector, espero que estas palabras te encuentren bien y te sirvan de ánimo para no desistir. La vida puede traer grandes desafíos, inquietudes y miedos. Pero, a pesar de todo, vale la pena mantener viva nuestra luz y fortalecerla con el esfuerzo y la lucha de cada día. Dios nos confía este precioso don para que, a través de él, podamos realizar grandes obras de impacto social justo y fraterno, y liderar con ética y responsabilidad. Y cuando llegue el momento adecuado, convertirnos en una memoria viva y llena de significado para las nuevas generaciones. Porque no somos dueños de la vida, somos guardianes de la vida.

Sobre el autor

Adriano Marques Santiago

Sacerdote con 15 años de experiencia en el servicio pastoral, especializado en consejería espiritual y comunitaria.Graduado en Filosofia por la Facultade Sao Luiz (Brusque/SC-Brasil) y en Teología por la Facultade Dehoniana (Taubaté/SP-Brasil). Terminando MBA (c) y en Direccion de Empresas por la Universidad Catolica de Uruguay – UCU BUSINESS SCHOOL (Montevideo-URUGUAY)

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