Recientemente el diario La Nación, le hizo un reportaje a Lionel Messi, antes de que se disputara la final de la Copa América y le preguntó sobre su rendimiento deportivo y él contestó: “Al Messi de antes le diría que es un recorrido largo y duro. Que intente disfrutar todo. Muchas veces no lo hice y el hecho de querer ganar siempre y que no se dieran los objetivos, hicieron que me maltrate demasiado yo mismo. No le daba valor. Hoy que soy más grande le doy muchísimo valor, más allá de ganar o perder. Le diría que disfrute el camino porque al final llegan cosas lindas”.
¡Cuántas veces la excesiva exigencia de nuestro trabajo nos lleva a maltratarnos, al darle prioridad a una voz interior que nos pide un mayor rendimiento, que nos lleva a entregarle más horas de trabajo y quitándole tiempo a nuestra familia, otras actividades o al descanso reparador! Y nos dice que ¡nunca alcanza, nunca es suficiente lo que hacemos!
El temor por equivocarnos nos habla de un crítico interior que está al acecho de nuestros errores y nos sanciona con dureza cada vez que nos equivocamos o creemos hacerlo. Esta voz sancionatoria dificulta que podamos desarrollar muchas veces nuestras capacidades y sueños más auténticos y aprendamos a decidirnos por nosotros mismos, sin lastimarnos ni autocastigarnos.
El mundo de la hiper competencia deportiva refleja esta autoexigencia del mundo actual que nos lastima, entristece y en definitiva nos deshumaniza. Dice Byung-Chul Han que “el hombre depresivo es aquel animal laborans que se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y víctima”.
Probablemente el primer paso para vivir equilibrados sea auto conocernos mejor y desde allí descubrir los mecanismos para salir de esta excesiva autoexigencia.
Nos dice Norberto Levy “dime cómo te evalúas y te diré cómo intentas transformarte. Y también a la inversa: “dime cómo intentas transformarte y te diré cómo te evalúas.” Y yo agregaría: dime cómo te evalúas y te diré cuáles son tus valores y prioridades.
¡Qué interesante camino de autoconocimiento es evaluar la forma como nos juzgamos nuestros errores y defectos!
Creo que un primer paso para recuperar un sano equilibrio es descubrir dónde está nuestra alegría y dónde nos sentimos a gusto.
Un buen ejemplo para analizar es la forma como los consagrados tenistas Djokovic y Alcaraz destrozan en muchas oportunidades sus raquetas de tenis contra el piso de la cancha, cuando se equivocan en alguna jugada importante de un partido.
- ¿Qué significa esa acción autodestructiva de sus raquetas para ellos?
- ¿Quién es el que los autocastiga?
- ¿Es la acción del superyo interior que los sanciona por el error cometido?
- ¿Quién les enseñó a hacerlo de esa manera?
Justamente Norberto Levy nos explica que llevamos voces interiores que surgen con distintos volúmenes y en diferentes circunstancias:
Una de ellas es la del realizador, que trabaja y ejecuta nuestros deseos y necesidades y que en muchas ocasiones se transforma en un “burro de carga” que asume sobrepesos para superarse y se siente dolido cuando es castigado por no lograr lo que busca. Por un lado, asume una sobrecarga porque quiere superarse y ser reconocido. Pero por el otro se siente muchas veces explotado al descubrir que se sobre exigió más allá de lo conveniente.
Otra voz interior es la del evaluador crítico, que siempre tiene algún motivo para encontrar algún defecto en el realizador y lo critica con dureza. Esta voz se origina en los mandatos parentales internalizados que nos cuestionan nuestros errores.
Ante esta voz crítica, el realizador (que siempre necesita la aprobación y el afecto del evaluador crítico) se sobre exige y asume una carga adicional para ver si así puede agradar al evaluador crítico, ya que necesita su sí y su cariño. Y cree que el cariño vendrá por la felicitación que recibirá del evaluador crítico, al reconocer un mejor resultado por su mayor esfuerzo.
Probablemente este sea el conflicto interno de tantos deportistas como Messi, Djokovic o Alcaraz, que los lleva a sobre exigirse permanentemente. Es también el de tantas personas que se sobre esfuerzan en tantas otras actividades.
Pero el precio de maltrato que se paga por estos sacrificios es muchas veces extremadamente alto.
¿Qué hacer entonces para vivir equilibradamente sin lastimarse a uno mismo?
Medito en lo que nos dice Jesús, que si no cambiamos y no nos hacemos como niños no entraremos en el Reino de Dios (Mt. 18, 3).
¿Qué es hacernos niños? ¿Acaso Jesús nos pide que seamos infantiles? Claramente no. No se trata de que nuestro adulto se transforme en alguien inmaduro, infantil o ingenuo. No es un proceso de regresión y de fijación en una etapa infantil.
Messi nos da una pista de esta voz en el reportaje citado, al destacar la importancia de disfrutar del camino. Y para eso es necesario que escuchemos la voz de nuestro niño interior, que en su caso fue lastimado y maltratado por el exagerado esfuerzo de la acción de su realizador, impulsada por la voz de su evaluador crítico. Esta tercera voz no pretende anular o dejar de lado las otras dos voces, pero sí ponerlas en un justo equilibrio, para darle lugar a nuestras capacidades de cuidado, juego y disfrute de la vida.
Se trata de tener una actitud de confianza, alegría y agradecimiento con los acontecimientos de nuestra vida y nuestras actividades, como hacen los niños.
Tenemos que amarnos a nosotros mismos y no ser sacrificados en el altar de la exigencia desmesurada.
¡Cuánto bien nos haría en nuestro trabajo desarrollar estas capacidades que nos permitirían desarrollar la confianza mutua, mejorar el trabajo en equipo, potenciar nuestra creatividad y disfrutar de nuestras tareas cotidianas!
Quizás esa sea la fórmula para ganar nuestro propio mundial.