Pareciera que vivimos en un mundo que ha perdido la esperanza y la actitud de vivir ilusionados por la alegría de algo maravilloso que está por suceder y que ya podemos pregustar y nos impulse a vivir el presente como portadores de un tesoro.
El sentimiento de que todo tiene que ocurrir ya mismo domina nuestro vivir, como si el después fuera un tiempo que no tiene valor y se encaminara al vacío.
Pareciera que después del hoy no hubiera nada más y por lo tanto tuviéramos que maximizar el uso del tiempo presente. Y así vivimos ansiosos por aprovechar y disfrutar lo inmediato con la mayor intensidad posible, con un sentimiento de que, si no disfrutamos ahora a fondo, estamos perdiendo la vida, porque el después se nos presenta como la nada misma. Todo debe ser hoy y ahora.
La sociedad nos presenta como objetivo de esta inmediatez mundana el paraíso terrenal de ciertos lugares de playas con palmeras, aguas templadas y transparentes, en las que podemos quedarnos sentados y disfrutar. La felicidad nos llega de afuera, a través de un espacio geográfico portador de paz. Es un lugar y no un estado interior.
Pareciera que hemos perdido la ilusión de ser portadores de una alegría que vive dentro nuestro y que mira hacia el futuro junto a otros.
Nos dice Václav Havel que la esperanza es” […] una dimensión del alma; no depende en su esencia de la observación del mundo ni de la valoración de las situaciones … es una orientación del espíritu, una orientación del corazón, que trasciende el mundo que se experimenta de inmediato y está anclada en algún lugar más allá de sus horizontes”.[1]
Jesús nos dice que “allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón”.[2] Se trata de ese tesoro escondido que nos conmueve, nos llama a entregarlo todo, llenándonos de alegría e impulsa a vender nuestros bienes para comprar ese campo en donde se encuentra enterrado.
En nuestro mundo laboral exigente, que invade toda nuestra existencia, probablemente sea el lunes el día de la semana más difícil de sobrellevar, en el que todo se nos hace más cuesta arriba, por ser el primer día de la semana laboral. Vemos en perspectiva todo el peso de nuestro trabajo por venir. Nos agobia y entristece, porque es sobre exigente, alienante y nos desequilibra al dificultarnos un encuentro creador de vida y alejarnos de la alegría de trabajar y compartir con otros nuestras tareas.
¿Por qué tenemos esta percepción del lunes? ¿Podemos cambiarla?
¿Podemos vivenciar el lunes desde otro punto de vista, de forma tal que represente el comienzo de algo nuevo, que nos llame a la esperanza?
Nos ilumina la mirada de José Kentenich, quien nos dice que “según el querer de Dios, el trabajo debe ser una participación de corazón en la actividad creadora y en la voluntad de donación de sí mismo propia de Dios […] de acuerdo con su naturaleza, el trabajo debe estar unido a la obra; debería despertar y satisfacer la voluntad de forjar y crear”[3]
Me pregunto ¿qué podríamos hacer para llevar nuestro corazón al trabajo? ¿Cómo se hace? ¿Cómo podríamos descubrir que el trabajo implica una actividad creadora? ¿Qué caminos deberíamos seguir para generar una unión del trabajo a la obra que vamos realizando y de esta manera satisfacer nuestra capacidad de forjar y crear?
Dando respuesta a estas preguntas quizás podamos ir transformando el inicio de la semana laboral en un laudes litúrgico, en el que la vida amanezca con gozo desde la salida del sol y nos invite a percibir la resurrección de Cristo en nuestro quehacer cotidiano, en la que todo se renueva y revitaliza.
El cántico de Zacarías, que se reza en laudes, me inspira en este camino, al recordarme que,
“Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.”
La anunciación del ángel Gabriel nos invita a pre-gustar la esperanza de algo maravilloso, insospechado e impensado que está por ocurrir, una alegría desmedida se acerca al hombre para llenarlo de una luz diferente, inimaginable.
Transformemos el lunes en un comienzo luminoso de la vida laboral, en el que se abran nuevas miradas para ver al mundo y al hombre, nuevas posibilidades de vivir la semana (y la vida) con otra perspectiva, proponiéndonos algo novedoso, creativo, inesperado, renovado y lleno de esperanza.
Probablemente así podamos redescubrir el sentido del trabajo para ser portadores de alegría.
[1] Citado por Byung-Chul Han “La tonalidad del pensamiento”. Ed Paidós (2024), pág 123
[2] Mt. 6, 21
[3] José Kentenich. “Desafíos de Nuestro Tiempo”. Ed. Patris (1985), pág. 15