Valores

Cristianismo, escasez y vocación empresaria

Escrito por Gabriel Zanotti
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El Cristianismo es una cosmovisión religiosa del mundo donde la donación tiene su fundamento en la propia noción de creación como actitud de un Dios que no necesitaba de ella y que completa su obra con la redención que implicó Su entrega gratuita asumiendo la naturaleza humana para liberar al hombre de las consecuencias del pecado original.

En este sentido puede decirse, con Santo Tomas que Dios es máximamente liberal tomando esta palabra, en cuanto generosidad; porque, sin necesitarlo en absoluto, dona, pone en el ser a las criaturas, por pura y total bondad, por hacerlas participar en el misterio de su propio Ser.

Se manifiesta allí todo el orden de la Gracia que es, precisamente, “gratis”; es donación absoluta, superabundancia infinita de perdón y misericordia. Mi pregunta es: un cristiano que haya trabajado toda su vida en obras de misericordia, tratando de convertir el ejemplo y la palabra de Dios en vida, ¿qué imagen puede tener de la propiedad privada, los precios, el ahorro y la inversión? Tal vez algo que, en última instancia, sabe que “está allí porque no queda otra” a veces hay que ocuparse, pero que, en el fondo es una piedra en el zapato, un resultado de cierto capitalismo que, Dios quiera, alguna vez se termine….

A su vez, un laico cristiano totalmente sumergido, sanamente, en el mundo del comercio, la producción, y los proyectos de inversión… ¿No sentirá que las palabras de las Escrituras son, a lo sumo, bonitos disparadores para sermones de domingo, pero lejanas analogías con el mundo real?

La escasez: no hay

Nuestra tesis es que estas preguntas pueden estar condicionadas por el olvido de la “escasez”; una especie de suposición de que la escasez y el mal van de la mano. Analicemos esta cuestión.

Hay un fondo de verdad importante en la relación entre escasez  y pecado, porque, si no hubiéramos sido expulsados del paraíso, los dones preternaturales nos hubieran protegido de la escasez, al menos como hoy la conocemos. Pero hemos sido “expulsados del paraíso”, y, en ese sentido, “arrojados al mundo”. Pero, a pesar de la Gaudium et spes, creo que a veces seguimos dando a la palabra “mundo” un sentido necesariamente negativo. Es verdad que hemos sido arrojados al mundo, en el sentido que hemos sido arrojados al mundo de nuestro pecado. Pero si por mundo se entiende “mundo creado”, entonces, concebir al mundo como malo seria contradictorio con algo esencial en el cristianismo: el mundo es bueno porque ha sido creado por Dios. Ello incluye tanto nuestra naturaleza humana, que en tanto creada por Dios es buena, como la naturaleza física, vivida desde nuestro mundo humano, que no implica superabundancia de recursos.

En esa interacción entre nuestra naturaleza humana, cultural, y  naturaleza física creada por Dios, se encuentra la clave de la escasez. La naturaleza física no incluye la superabundancia de los recursos que nuestra naturaleza cultural demanda. La escasez, en ese sentido, no es fruto de ningún sistema económico en particular, ni tampoco de ningún pecado.

La escasez, por ende, implica asumir plenamente un: “no hay”. Ese debe ser el presupuesto de un cristiano, más un agregado: no hay, y está bien que así sea, porque así es el mundo creado por Dios, el mundo natural. La redención sobrenatural implica la abundancia ilimitada de la Gracia pero no de bienes y servicios. Por eso Dios dio el mana del cielo, por eso Cristo multiplicó los peces.

Ciertamente nuestros defectos aumentan los problemas de la escasez, pero no son su causa. Cuando no somos santos, lo cual es habitual, el problema es peor. La moralidad promedio implica que todos somos muy buenitos cuando las cosas sobran. Si un grupo de personas está escuchando una conferencia, con abundancia de sillas, de café, de agua y de comestibles, está todo bien. Si por una emergencia deben quedarse en ese edificio encerrados varias semanas, sin ayuda, sin posibilidad de reaprovisionamiento, seguro que las cosas no estarán nada bien. Si fueran todos santos, soportarían santamente la escasez pero no es lo habitual.

Consecuencias para la ética del cristiano

Este olvido de que la escasez no es fruto del pecado (en el sentido descrito) ha generado una idea que muchas veces se repite como un dogma cristiano. La idea de que la riqueza está ahí,  y que si somos buenos, la distribuiremos bien. Toda idea de producción, de que “no” hay, parece un “no” dicho desde la avaricia, desde el egoísmo, o desde tal o cual perverso capitalismo. Se interpreta el destino universal de los bienes (esto es, que Dios ha creado “para todo el género humano”) con que los bienes están ya producidos y, por ende, todo se concentra en una cuestión de justicia distributiva. Justicia distributiva que obviamente está muy bien, en todas las organizaciones planificadas o familiares. Un padre de familia, el abad de un convento, un intendente o un presidente que tiene que distribuir los bienes públicos dados de su presupuesto lo deben hacer con justicia; dados, porque fueron ya producidos. Entonces, ¿de dónde salen esos bienes? ¿Cómo producirlos? La pregunta parece antipática a ciertos cristianos, que remiten a veces a un “buen” productor, centralizado si es posible.

Ahora bien, si el cristiano asume la escasez agregará otro aspecto a su ética cotidiana: la ética de la producción. No hay, y por lo tanto para que “haya” hay que producir (perdón el juego de palabras) con tanta naturalidad como asumimos que hay que distribuir y/o donar lo que se tiene. Entonces, ciertas consecuencias también comienzan a asumirse con más naturalidad. “Hay” que producir: no es ningún castigo, no es ningún pecado, incluso, el trabajo ya figuraba como mandato en el paraíso originario.

Surge entonces la pregunta: ¿de qué modo producir mejor? Eso no fue revelado por Cristo, pero si un cristiano (por ejemplo, Santo Tomás) dice que cada uno cuida más lo que es propio que lo que es común: esa noción humilde y utilitaria de propiedad no será en absoluto contradictoria con su visión de mundo. La propiedad no será por ende fruto del egoísmo sino una humilde tentativa humana de hacer minimizar el problema de la escasez como condición natural de la humanidad. De allí muchas cosas serán reconsideradas.

Hay precios no porque hay gente mala que los pone, sino porque los bienes son escasos. Hay ahorro no por avaricia, sino porque sin ahorro no hay inversión y, por ende, no hay producción. Y, lo más importante: hay cristianos que pueden sentirse llamados a producir, hacer de eso su vida, y hacerlo santamente: un empresario, un emprendedor, lo hará como parte de su vocación cristiana y no porque fue arrojado a un despreciable mundo avaro y “capitalista”. Que todo ello –propiedad, precios, ahorro, inversión, empresarialidad- está afectado por nuestro pecado original, es tan cierto como que el matrimonio lo está. Pero los cristianos ya hemos superado una etapa donde el matrimonio era sólo una salida decorosa para un amor sexual perverso en sí mismo.

Es hora que esa evolución conceptual la tengamos con la escasez y su, hasta ahora, único modo de minimizarla: la propiedad, los precios, el ahorro, la inversión y nuestra inteligencia, a través de la creatividad empresarial.

Sobre el autor

Gabriel Zanotti

Licenciando y Doctor en Filosofía. Es profesor en las Universidades del Cema, Austral, Francisco Marroquín (Guatemala) y ESEADE. Es Director Académico del Instituto Acton Argentina.

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