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Desregular para más inclusión social

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Por Roberto Crouzel y Evangelina Petrizza *

Desde hace al menos 21 años, Jeremy Rifkin ha alertado sobre “el fin del trabajo” (Rifkin, 1996), donde “vaticinaba que la sociedad estaba entrando en una nueva era en la que cada vez harían falta menos trabajadores para producir toda clase de bienes y servicios” (Rifkin, 2014). En su reciente libro La Sociedad del Coste Marginal Cero (Rifkin, 2014), el autor eleva la apuesta y afirma que “nos hallamos frente a un cambio de proporciones colosales en el mundo laboral. La Primera Revolución Industrial acabó con el trabajo de esclavos y siervos. La Segunda Revolución Industrial redujo de una manera drástica el trabajo agrícola y artesanal. La Tercera está dando el puntapié final al trabajo asalariado masivo de la industria y los servicios y a muchas categorías de empleo en el sector profesional”.

Mientras tanto, en nuestro país una gran mayoría aún hoy tienen como modelo aspiracional una sociedad de pleno empleo, más propia de los siglos XIX y XX que del siglo XXI; donde gran parte de la población económicamente activa tiene trabajo asalariado durante toda su vida laboral. Desde ya hace varias décadas eso ha dejado de ser posible en la mayoría de los países, y claramente en nuestra sociedad. El ideario expresado por muchos de nuestros mayores el cual dictaba ingresar tempranamente a una empresa o institución y desde allí “hacer carrera” para retirarnos luego de toda una vida de trabajo, cuando llegara nuestra edad jubilatoria, es ya una utopía; pero mucho más para aquellos trabajadores no calificados que son inexorablemente la variable de ajuste ante el primer vaivén económico.

Esta precariedad en el empleo de los sectores más vulnerables, el clientelismo político que toma de rehenes a quienes más necesitan de un ingreso estable, así como también varias generaciones – al menos tres- de personas que no han tenido acceso al mercado laboral; hacen necesario que confrontemos algunas ideas y dogmas que pocos se animan a cuestionar, y pensemos en la necesidad de un verdadero cambio cultural: migrar de la idea de mercados de pleno empleo, a otros donde la panacea no sea solo conseguir un trabajo en relación de dependencia, sino también pensar en estrategias de microemprendimientos y autoempleo.

Durante la década anterior, algunos actores del sector privado, del sector social, la cooperación internacional y parte de la academia, sostuvieron esfuerzos para intentar desarrollar el sector del microcrédito en el país. Aunque muchas de estas iniciativas se discontinuaron, es interesante aprender algunas de las lecciones que dejaron, para poder retomar la tarea habiendo capitalizado la experiencia:

Los microemprendedores en Argentina, son escasos – en comparación con los que existen en otros países de América Latina- y se encuentran geográficamente dispersos. Muchas de las personas que solicitaban microcréditos en nuestro país para desarrollar un emprendimiento productivo –fundamentalmente los varones- lo hacían como una alternativa para el momento en el que quedaban desempleados, y solo lo consideraban como opción entre el espacio de tiempo entre un trabajo y otro (por más que este fuese precario). No lo contemplaban como parte de su plan de vida y como motor de superación personal y familiar. Las mujeres, sin embargo, en gran proporción lo planteaban como un proyecto a mediano y largo plazo y volcaban grandes expectativas a que eso formase parte del esquema de progreso familiar.

Las barreras

En el año 2009 (Crouzel, 2009), señalábamos la existencia de al menos 8 barreras principales para el desarrollo de las microfinanzas en nuestro país, incluyendo la falta de fondeo suficiente, las visiones negativas que dificultan articular un plan exitoso para el sector, el alto costo impositivo, previsional y laboral, los obstáculos regulatorios, la falta de profesionalización, capacitación y educación de los agentes de cambio, la dificultad de ingresar en el mercado de capitales y la falta de captación del ahorro de los clientes.

Estas barreras no sólo no se han removido, sino que se han sumado nuevos desafíos que han producido la reducción del sector a su mínima expresión. Entretanto, es cada vez mayor la cantidad de personas que viven en condiciones de pobreza.

Dentro de los desafíos de naturaleza legal, destacamos lo complejo, costoso y largo que es el camino necesario para tener un negocio en regla y lo contradictorio que es solicitar al pequeño emprendimiento, la aplicación de prácticamente el mismo marco legal que se solicita a una empresa líder o incluso multinacional.

En su informe anual “Doing Business 2017 ”, el Banco Mundial muestra que en Argentina, para abrir un comercio formal se emplean 25 días –realizando todos los trámites en CABA por personas capacitadas- a diferencia de los 5,5 días que insume el mismo objetivo en Chile o los 9 días que se demora en Colombia.

Se trata entonces de desregular en beneficio del microemprendedor, de las organizaciones que estén dispuestas a dedicarse a las microfinanzas e incluso de las organizaciones sin fines de lucro que atienden a esa población.

Algunos avances como el monotributo social o la figura de la simple asociación prevista en el nuevo Código civil y comercial de la Nación, parecen bien encaminados, pero los avances son muy tímidos y la realidad es que es muy difícil hacer negocios en Argentina y es casi un acta de defunción cuando nos referimos a proyectos eminentemente sociales.

Los nuevos instrumentos de inclusión financiera, como agentes bancarios o transacciones mediante telefonía móvil, apenas han penetrado en la región y su uso es muy escaso a diferencia de otras economías emergentes, como Asia. El desarrollo de estos nuevos instrumentos financieros en la región será clave para lograr un mayor acceso, en especial en áreas remotas y de difícil ubicación.

La inclusión de las personas en el sector de servicios financieros no solo mejoraría sus vidas, sino también contribuiría a la solidez de los propios sistemas financieros.

La desregulación como imperativo

Sin lugar a dudas, parte del desafío estructural que tenemos como sociedad es bajar drásticamente los porcentajes de pobreza al cual hemos confinado a millones de hermanos. Para ello, no podemos solo confiar en la reactivación del mercado laboral o que el Estado absorva gran cantidad de mano de obra, ya que no será sustentable en el tiempo. Una de las alternativas a este dilema será recrear y fomentar la cultura emprendedora o las alternativas de autoempleo que trajeron nuestros antepasados inmigrantes; volviendo a poner a disposición de los sectores populares, la posibilidad de forjarse su propio futuro a través de un microemprendimiento o el trabajo autónomo y para eso, sin lugar a dudas, se vuelve un imperativo desregular, facilitando la posibilidad de despegue a quienes tienen una idea y ganas de trabajar para aportar.

Reducir el costo en plazos, en recursos humanos, en gastos (incluyendo los laborales y previsionales) para el desarrollo de nuevos emprendimientos en general, y en particular cuando están relacionados a los sectores mas postergados de la sociedad se torna imperioso, si queremos dar una oportunidad a los emprendedores a crear riqueza.

Además debemos avanzar en soluciones para regularizar la situación registral de innumerables propiedades recibidas en herencia (en particular en pequeñas localidades) por personas que muchas veces, ni siquiera están en condiciones de acreditar su vínculo familiar.

Reducir el costo registral, laboral y previsional para las organizaciones sin fines de lucro y para los pequeños emprendimientos es otra de las tareas pendientes. El abuso en el uso del monotributo por parte de las organizaciones sin fines de lucro y del propio Estado, solo son demostrativos de lo ineficiente de un sistema cuyo costo laboral, previsional e impositivo no da lugar al crecimiento, ni siquiera de aquellos proyectos que, por su naturaleza social o su escaso contenido económico, no debieran ni siquiera pagar impuestos.

Se trata de facilitar la tarea de aquellas personas involucradas en emprendimientos que por su naturaleza no debieran pagar impuestos, de modo de liberar toda la energía creativa que necesitan para favorecer el desarrollo, en particular, de aquellas personas que se encuentran en situación de pobreza. Se trata en resumen de desregular para combatir la pobreza.

* Evangelina Petrizza es encargada de desarrollo sustentable del Estudio Beccar Varela y fue la primer Directora Ejecuta de RADIM (la Red Argentina de Instituciones de Microcrédito).

Bibliografía

Crouzel, Roberto. 2009 “¿Por qué las microfinanzas no se desarrollan con más éxito en Argentina?” Revista del Colegio de Abogados y en las publicaciones del CGAP.

Rifkin, Jeremy. El fin del trabajo: Nuevas tecnologías contra puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva era. México: Paidós, 1996

Rifkin, Jeremy. La sociedad de coste marginal casi cero: el Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo -1ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós, 2014.

 

Sobre el autor

Roberto Crouzel

Abogado (UBA) y con postgrados en UCA, U.Austral y Harvard Business School. Es socio del Estudio Beccar Varela y miembro de su Comité Ejecutivo.

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