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Expatriación y regreso: mi testimonio

Escrito por Lucas Clariá
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A fines de 2006, por un capricho del destino me encontré llamando por teléfono a un potencial cliente por recomendación de una amiga. La llamada resultó fallida, pues no era un potencial cliente: una empresa buscaba contratar un arquitecto bajo relación de dependencia, algo que por entonces no estaba en mis planes.

Ese día cambiaría el rumbo de mi vida profesional para siempre. La empresa en cuestión estaba en la búsqueda de un profesional para dirigir la construcción del interior de la torre de oficinas más importante que se haya construido en los últimos 20 años en Buenos Aires, la torre de Repsol YPF, en Puerto Madero. Tras agradecer el contacto y aclarar que todo era un malentendido, me despedí. Unos días más tarde recibí una llamada de la misma persona, que me insistió para que nos viéramos, al menos para conversar.

Un mes más tarde, me unía a Bovis Lend Lease, empresa en la que trabajé los siguientes 10 años, incluyendo 3 años para la región de Américas desde las oficinas de Nueva York.

Toda crisis es una oportunidad

Tras años de crecimiento sostenido, en el 2011 las cosas se pusieron un poco más difíciles, yo ya me encontraba trabajando como Director Comercial, las inversiones comenzaron a desacelerarse y la inflación y el cepo cambiario complicaron aún más las cosas, especialmente teniendo en cuenta que nuestros trabajos dependían mayormente de inversión extranjera.

Finalmente, a principios de 2013 la casa matriz nos comunicó la decisión de cerrar las operaciones en Argentina y Brasil, y lo que parecía una muy mala noticia para mi futuro resultó ser una gran oportunidad, pues unas semanas más tarde recibí una oferta para seguir mi carrea en Estados Unidos, como Director Regional para Lend Lease Américas. Luego de discutirlo con mi familia y acordar las condiciones, la acepté.

No fue fácil luego de 36 años de vivir en el mismo barrio y rodeado de amistades y familia, pero muy entusiasmados con la experiencia tanto profesional como familiar emprendimos el viaje.

La experiencia en Estados Unidos fue muy buena por donde se la mire. Al principio nunca es fácil, especialmente a nivel laboral, porque hay que demostrar todo de cero y yo tenía que ganarme el lugar y el respeto de una sociedad norteamericana que es muy especial. La primera impresión que tuve, tal vez producto del prejuicio con el que llegué fue que la gente era muy distante, fría. Las conversaciones casuales eran muy superficiales y cortas, extrañaba el café de media mañana o discutir sobre el partido de fútbol durante una hora el lunes. Ni hablar del mate, que ocupaba un lugar protagónico en mi escritorio, y que recibía las miradas más desconfiadas que pueda uno imaginarse. El tiempo fue cambiando mi perspectiva, tal vez porque me acostumbré, o quizá porque dejé de prejuzgar y entendí que hay distintas formas de relacionarse, y no necesariamente una es mejor que la otra.

Generalizar sobre la sociedad norteamericana es un error muy común, comenzando por referirse a todos los habitantes de Estados Unidos como “yankees” (término peyorativo para referirse a los habitantes del noreste de ese país). En los Estados Unidos son tantas las culturas entremezcladas que hacen que cualquier análisis terminante sea no sólo impreciso, sino inapropiado. Como parte de mi trabajo me ha tocado viajar a lo largo y ancho de todo el país y conocer a todo tipo de gente, y me resulta imposible comparar un norteamericano del sur con uno del noreste u otro de la costa oeste. Con algunos puntos en común, se podría hasta decir que son países distintos. La rivalidad que existe entre ellos es tan fuerte como podría ser la rivalidad entre un argentino y un brasilero. Nueva York, ciudad en la que trabajaba, es una ciudad muy amigable para el extranjero, pues si bien difícilmente uno se sienta “como en casa” no se siente tan extranjero como en el sur del país, donde el chauvinismo y en algunos casos el racismo se sienten con mucha más intensidad.

En líneas generales, la forma de trabajar es muy ordenada y previsible, con planes de carrera consensuados y espacio para expresarse. Las condiciones laborales son buenas y existe un balance lógico entre el trabajo y la familia. Desde ya que estos parámetros varían dependiendo del empleador y la industria en que uno se desempeñe.

En cuanto a la experiencia personal, superó nuestras expectativas. Radicados en Greenwich, Connecticut, un suburbio en el límite entre NY y CT con mi mujer Dolores y mis tres hijas, Emilia (5), Lourdes (5) y Paz (2), nos encontramos con un lugar de ensueño, con colegios públicos de primer nivel, parques, espacios deportivos y hasta playa con mucha tranquilidad y sin inseguridad, y los más importante un grupo de amigos excelente, ya que en Greenwich se concentra una inmensa comunidad argentina, compuesta por alrededor de 200 familias, que juegan un rol preponderante en mantener las raíces, costumbres y el idioma. ¡Hasta festejábamos el 25 de mayo con folclore y empanadas!

Decidir volver

A mediados del 2016 decidimos regresar al país. Se presentó una muy buena oportunidad laboral que discutimos y analizamos con mucho cuidado, y si bien nos hubiera gustado quedarnos un tiempo más, a nivel profesional todo indicaba que era un buen momento para volver.

A nivel personal, si bien estábamos muy cómodos siempre estuvo latente la idea de la vuelta a casa. Creo que eso es una constante en todos los hogares de expatriados, incluso aquellos que llevan viviendo afuera muchos años, la idea de volver siempre está presente. En nuestro caso, desde el momento en que nos fuimos sabíamos que íbamos a regresar; no nos estábamos escapando de Argentina, estábamos buscando una experiencia, abiertos a que esa experiencia durara 2 o 5 años, pero al menos como plan inicial, dentro de esos parámetros. Nuestras familias tomaron con mucha felicidad la decisión, pues aunque se quedaron sin excusa para viajar, volvían a reencontrase con hijos, primos y sobrinos.

Hoy me encuentro dirigiendo una empresa de desarrollo y construcción (Sposito & Asociados) fundada por el ex CEO de Lend Lease Latinoamérica, compuesta casi en su totalidad por ex compañeros y creciendo día a día, con lo cual no me arrepiento de nuestra decisión.

Si bien mi estadía en el exterior no fue tan larga como para encontrarme con un país muy distinto al que dejé y del que siempre estuve conectado, sí noto que hay mucha esperanza en la gente. Creo que el argentino entendió que el cambio es necesario, pero que no tenemos que esperar que venga “de arriba” solamente, sino que está en todos nosotros. Advierto más tolerancia ante la adversidad, que ha dejado de negarse.

Nadie nos regala nada en Argentina, y tenemos algunos vicios que creo que va a costar muchos años erradicar, tal vez generaciones, pero es un país maravilloso y lleno de oportunidades que no podemos desaprovechar.

Sobre el autor

Lucas Clariá

Arquitecto con más de 15 años de experiencia en los sectores público y privado, con especialidad en desarrollo comercial. Actualmente es Director General de Spósito & Asociados.

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