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Pobreza, flagelo y virtud

Escrito por Enrique del Carril
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Han transcurrido 25 años de una Encíclica Fundamental para la pastoral empresaria y que forma parte de la columna vertebral de la Doctrina Social de la Iglesia. En ella la idea de la opción preferencial por los pobres y el problema de la indigencia está presente como en todas las Encíclicas precedentes.

La pobreza es realmente un flagelo y una vergüenza para quienes vivimos en un país rico, con recursos naturales que nos permitirían alimentar a todos y tener saldos exportables que permitirían ingreso de capitales para aplicar a la producción y creación de riqueza.

Esta pobreza nos interpela a todos y, especialmente a los empresarios porque en sus manos está la llave de generar empleo productivo, único medio sustentable para sacar de la indigencia a grandes sectores de la población.

Leemos en revistas especializadas y en muchas colaboraciones de nuestro portal, la necesidad de cambiar ciertos paradigmas para que la empresa desarrolle actividades solidarias, asuma su responsabilidad social y su deber de asistencia a los más necesitados. Coincido básicamente con estos enfoques, pero no me parecen suficientes.

Creo que la preocupación por la indigencia pasa, fundamente por una actitud: asumir la pobreza como virtud individual pues así lo dijo Nuestro Señor en la primera bienaventuranza: “Felices los pobres de espíritu porque de ellos será el Reino de los Cielos” (Mt. 5 3-12).

Esta postura tiene algo de paradójico en el mundo de hoy y, especialmente en el capitalismo o economía de mercado porque, sin duda, la responsabilidad principal del empresario es generar beneficios en un ámbito de competencia donde el riesgo es quebrar o desaparecer si no se acierta en producir bienes y servicios al menor costo que permitan ofrecerse a un precio posible conforme a la elección del consumidor.

La Doctrina Social de la Iglesia, muchas veces, nos llena de perplejidades. En ocasiones parecería que tiene sus reservas respecto a la función de las Empresas. El propio San Juan Pablo II reconoce la “justa función de los beneficios” pero luego explica que su obtención no puede constituirse el único objetivo de la empresa ..,.

A mi juicio, la Encíclica en este punto trata del destino de los beneficios instando a quienes tienen poder de decisión (propietarios de la empresa, accionistas, directo¬res, etc.) a que mediten el mejor provecho que, a la luz del bien común, puedan asignarle a las ganancias legítimamente obtenidas.

La utilidad de la empresa puede ser distribuida o invertida. Esta decisión no sólo tiene un contenido económico sino que debe guiarse por pautas morales. En este sentido el mismo Juan Pablo resalta que «….Dadas ciertas condiciones económicas y de estabilidad política absolutamente imprescindibles, la decisión de invertir, esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor al propio traba¬jo, está asimismo determinada por una actitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo cual muestra las calidades humanas de quien decide» .

Pienso que allí se manifiesta el necesario espíritu de pobreza del empresario. Sacrificar el consumo inmediato en aras de la inversión es, a mi juicio, hacerse pobre y darle sentido a la posesión de bienes materiales mediante el desprendimiento y la sobriedad. .

Como claramente explicó el recordado Dr. Carlos Moyano LLerena , en la historia del hombre anterior a la Revolución Industrial «la presencia de algunos ricos no se debía a la calidad de sus propios méritos productivos, sino en que se aprovechaban de bienes que otros poseían o producían».

Luego de la Revolución Industrial la organización económica y social cambió radicalmente. Como señala el Dr. Moyano LLerena en el artículo citado: «En general, el desarrollo de la economía de las Naciones industriales en los últimos tiempos demuestra de manera evidente que un marcado aumento de su bienestar ha sido consecuencia de una mayor productividad y no de explotar injustamente a otros, ya se trate de individuos o naciones».

En el mundo de hoy, la existencia de riqueza y oportunidades de trabajo para las grandes masas humanas dependen de la acumulación de capital como también depende de ello, en gran medida, la libertad del hombre y el acceso a la educación.

Es por eso que el concepto de pobreza y solidaridad ha cambiado desde los tiempos pre-capitalistas.. No se trata de un flagelo a combatir sólo mediante la entrega gratuita de bienes. Ello es esencial pues muestra la sensibilidad frente a la indigencia pero, especialmente el empresario, debe sacrificar deseos inmediatos para generar trabajo como medio más eficaz para llegar la objetivo de “pobreza cero”.

Creo que la clasificación de estos conceptos tiene particular valor en la Argentina de hoy. El panorama tan común de empresarios y profesionales ricos frente a empresas en virtual estado de quiebra y actividades de baja productividad nos muestra con crudeza la necesidad de predicar el desapego por los bienes materiales para canalizar capitales a la inversión productiva. En síntesis, ocupémonos de los pobres desde nuestra propia pobreza y desprendimiento. Si hay un concepto que surge claro de la Doctrina Social de la Iglesia es la condena al consumismo. A mi juicio, la sociedad de consumo no es consecuencia del capitalismo sino su patología, pues el mercado libre se basa, fundamentalmente, en la producción que implica ahorro e inversión basado en la sobriedad y el sacrificio.

Sobre el autor

Enrique del Carril

Abogado. Ex director de la revista EMPRESA. Fue presidente del Colegio de Abogados de la CABA entre el 2006 y el 2010. Socio fundador del Foro de Estudios sobre Administración de Justicia (FORES).

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