Valores

De las cosas nuevas

Escrito por Daniel Díaz
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Los tiempos que nos tocan vivir están colmados de novedad. Es una novedad que entusiasma pero que también, por momentos, se torna vertiginosa y nos llena de incertidumbre. A esta altura de la historia, la humanidad ya ha experimentado en muchas ocasiones que el bienvenido progreso no siempre produce un claro beneficio para la sociedad. El avance de la ciencia y de sus aplicaciones es cumplimiento de la misión que el Señor nos confió sobre la tierra. Pero es la búsqueda de la verdad, el bien y la belleza, la que nos permite, a través de ese avance, responder a nuestra vocación de hijos de Dios e ir plenificándonos en ella.

Los ejemplos sobran. Los actuales modos de comunicación van modificando nuestras costumbres y ponen a prueba tanto nuestra capacidad de atención como las prioridades de nuestra agenda. Inadvertidamente nos vemos inmersos en un mar de mensajes cuya importancia y valor es difícil de reconocer y diferenciar. El encuentro profundo ha comenzado a ser una rareza que cede su espacio para dar lugar a vínculos más superficiales, menos comprometidos y, en muchos casos, con el foco puesto en las apariencias.

Los incontables avances de la tecnología apenas nos permiten vislumbrar las formas que adoptarán en el futuro el trabajo, la educación, la salud. Al mismo tiempo, las consecuencias sociales que todo esto producirá tampoco son fáciles de anticipar. Son muchos los que han quedado cada vez más al margen del desarrollo y esto ha de ponernos en guardia. Lo que aparece en principio como una oportunidad, puede fácilmente malograrse, si los que son instrumentos se empoderan por encima de las finalidades que han de guiarlos.

De las cosas que no envejecen

Las pequeñas y grandes situaciones inéditas que se nos presentan hoy a diario, nos plantean nuevos dilemas éticos y demandan un discernimiento lúcido. A riesgo de quedar atrapados en la corriente y ser llevados donde no queremos ir, es necesario que afrontemos con convicción, sin prejuicios, y alejados de todo temor, la búsqueda de criterios que nos ayuden en las elecciones que vamos realizando ante posibilidades que antes no existían.

En tiempos de caducidad programada, hay que buscar novedades que no envejezcan. Son aquellas que sin perder su capacidad de movilizarnos y hasta de desestabilizarnos a través del tiempo, se constituyen en verdades permanentes. Su novedad no está en que ellas van cambiando, sino en que nos desafían continuamente a hacerlas presentes en contextos nuevos. La mayor parte de las noticias deja la primera plana para convertirse en papel de envoltorio improvisado. Pero hay una Buena Noticia que no se arruga ni marchita.

“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí, y yo afuera…” decía San Agustín al Señor en sus Confesiones. Él descubrió que la novedad que más anhelaba había residido en él desde siempre. Eran su conocimiento y sobre todo su amor los que habían rechazado lo que ellos mismos esperaban encontrar. El tomar contacto con una realidad que le era desconocida, le abrió nuevos horizontes. Eran cosas viejas con capacidad de renovarlo.

De las cosas nuevas y de las viejas

Desde el Evangelio según San Mateo, Jesús nos dice: “Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo” (Mt, 14,52). Estas palabras son el corolario a las parábolas que nos enseñan a qué se parece o se puede comparar el Reino de Dios. La novedad de la Alianza de Jesús no anula lo ya revelado por el Padre al pueblo de Israel en la antigua Alianza, sino que lo complementa y da plenitud. Lo viejo, sirve de fundamento a lo nuevo porque lo anticipa y lo nuevo es el cumplimiento de lo antiguo.

Para quienes en el presente construyen el Reino de Dios en su quehacer cotidiano, incorporar lo nuevo y lo viejo sigue siendo merecedor de todo elogio. Pero a diferencia del escriba para quien la novedad más plena estaba en el Evangelio recién llegado, para nosotros, la Buena Nueva con su vejez de dos mil años se hace novedad para iluminar todas las novedades.

Los tiempos no se detendrán, ni tampoco los avances tecnológicos. Al menos no lo harán hasta que el Señor disponga su final. Habrá que aprender a hacer convivir lo nuevo y lo viejo, lo pasajero y lo perdurable, lo de este mundo y lo eterno. Y darle el lugar que merece a lo que no pasará jamás. No será fácil, pero contamos con la paciencia y la ayuda de Dios, que nos impulsa a hacer de nuestra historia concreta, historia de Salvación. Como escribió Enrique Shaw en sus notas: “Sólo a medida que nos corregimos, la inteligencia verá claramente. Embriagarse de la luz de la revelación, vivir en una permanente condición de alumbramiento siempre doloroso”.

Para terminar, quisiera proponerles una reflexión personal para pensar en relación a nuestras tareas en la empresa:

  • ¿Cuáles son las novedades que en este momento de mi vida más me están afectando?
  • ¿Cuáles son las preguntas nuevas que ellas me están planteando?
  • ¿Cuáles son los fundamentos que debo renovar como certezas y pueden darme claridad en mi búsqueda de las respuestas que necesito hoy?

Sobre el autor

Daniel Díaz

Sacerdote de la diócesis de San Isidro. Asesor doctrinal de ACDE.

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