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¿Educación digital?

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Horizontes digitales

La educación está cambiando. O, mejor dicho, tiene que cambiar.

Mucho se habla y se comenta sobre este nuevo universo digital en que vivimos. También sobre las generaciones correspondientes: los millennials o la generación Z, los que nacieron en la era digital y no conciben la vida sin conectividad.

También se ha escrito, demasiado, sobre el futuro del trabajo; sobre cómo el avance de la robótica y la inteligencia artificial, por ejemplo, van a reconfigurar los empleos, cómo muchos de ellos van a desaparecer y casi todos van a cambiar.

Y los mismos análisis encontramos en el mundo de los negocios a partir del e-commerce, de la nueva política en las redes sociales, del nuevo ocio y muchos etcéteras más.

Pero si es éste el mundo al que nos vamos a enfrentar, el mundo que se avecina ¿Qué estamos haciendo para prepararnos?
Como sabemos, para estar listos para nuevos desafíos se precisa educación. La esencia de la educación es precisamente esa: hacer crecer nuestros conocimientos y darnos herramientas para el futuro.

Pero… ¿estamos educando para estos tiempos?

¿Cómo educamos?

La educación, tal cual la conocemos, se resume en la trasmisión de conocimientos. Y, si el educador supera la media, trasmite también habilidades para relacionar y procesar ese conocimiento.

Este modo de aprendizaje hunde sus raíces en los siglos XVIII y XIX. El enciclopedismo marcó la factura de la enseñanza actual a partir de su seguridad en que el hombre podía dominarlo todo por su sola capacidad de aprehender la naturaleza. Clasificando, organizando, midiendo.

El acto de conocer, para esa concepción, es la capacidad de asimilar datos. De allí que la Enciclopedia es la expresión máxima del conocimiento: el libro que contiene la descripción de todos los objetos del universo.

Así, aprendemos Historia conociendo hechos históricos, Matemáticas reteniendo fórmulas y metodologías para hacer cálculos o biología aprendiendo la constitución de los seres vivos. Y esto no se modifica en la Universidad, donde conocemos y enseñamos de la misma manera, sólo que disciplinas más específicas.

Entiéndase bien, esto no es una crítica al sistema de aprendizaje que conocemos.

A diferencia de los siglos anteriores donde el gran problema era la preservación de la información (los escribas egipcios, los monjes copistas medievales) y su trasmisión (la imprenta, la educación como cuestión de Estado), nos encontramos ante un mundo donde la información no puede perderse y su transmisión es instantánea. ¿Qué ocurre cuando la información está todo el tiempo y en todo lugar al alcance de la mano?

La consecuencia obvia es que los educadores deberían tener en cuenta en sus estrategias esta circunstancia. Hoy actúan como si no existiera.
Este es, creo, el gran desafío de la educación en la Sociedad de la Información. En un mundo donde cualquier respuesta está al alcance de un “gugleo” (¡dónde buscar información en internet tiene su propio neologismo!) no parece razonable enseñar… información.

¿Para qué vamos a relatarles a nuestros adolescentes (solo) la gesta de San Martín si está al alcance de un clic, con lujo de detalles e imágenes referenciales?

Por eso estoy convencido de que las disputas sobre el uso de tecnología en las aulas están decididamente desfasadas. Resulta bastante poco interesante la cuestión sobre si usar o no tecnología audiovisual para la enseñanza; y es anacrónica la discusión sobre si debemos permitir el uso de celulares en las aulas.

Insisto. Estamos inmersos en una sociedad donde los datos fluyen libres, donde las categorías de emisor y receptor o audiencia y medio, se desdibujan y entremezclan. Donde no sólo tenemos acceso inmediato a la información, sino que también podemos crearla (o refutarla, o falsearla, o…). Vivimos conectados; todo el tiempo, en todo momento.

Llevamos nuestro mundo con nosotros (un mundo comunicativo personal, de eso se tratan nuestros smartphones). Y si éste es el entorno en que existimos ¿por qué no educamos en él? ¿Por qué, al ingresar en un aula, sentimos que retrocedemos un siglo?

Una nueva educación

Hoy un profesor de cualquier nivel insume dos tercios de su clase en trasmitir cierta información y otro tercio para proponer a los alumnos alguna situación problemática sobre la base de esa información y resolverla en conjunto. Esto, en el mejor de los casos; en la gran mayoría, la clase transcurre en un mero transmitir información.

Necesitamos un cambio de paradigma en la forma de educar, y este cambio debería venir de la mano de este dato tan simple: la información está disponible. Y la pregunta pedagógica central debería ser ¿qué hacemos con ella?

Y no solo está disponible la información sino que a esta disponibilidad se le agrega un elemento más: los datos también están singularizados. Es que, a partir de cookies, algoritmos e ingeniería social, los buscadores nos traen las respuestas más afines a nuestros intereses, a nuestras búsquedas anteriores y a nuestro perfil digital.

Suele verse la faz negativa de esta circunstancia: estamos siendo monitoreados por grandes monstruos tecnológicos que solo quieren vendernos productos y servicios a medida. Pero también podemos entender que esta perfilación en la red genera filtros específicos que pueden ser usados virtuosamente si compartimos esa información. En un universo tan inabarcable como es el Big Data (dato sobre cantidad de información que se produce) la búsqueda de una palabra específica puede traer resultados infinitos de persona en persona.

Una educación que tenga esta base debería enseñar a asumir estos datos heterogéneos, a relacionar hechos, a distinguir entre buena y mala información; a extraer conclusiones.

Debemos enseñar a lidiar con la información y sacarle jugo. Y esa técnica no es solo una disciplina en sí (el data minning), sino que puede extenderse a cualquiera de las materias que enseñamos, tanto a nivel escolar como universitario.

Estos nuevos modos no resultan extraños a quienes se están educando en este momento. Los jóvenes nacidos en los 90 y durante este siglo, coexisten con esta lógica de la disponibilidad de la información desde que tienen uso de razón.

En rigor, el verdadero desafío es para los educadores. Porque una enseñanza que parte de la base de examinar junto con los alumnos información de internet y, a partir de allí, construir una clase que desafíe a los educandos a sacar conclusiones no evidentes de esa información no es algo para lo que estemos preparados.

La ventaja de la clase “tradicional” es que tiene pocos sobresaltos para el educador: se limita a trasmitir información básica que conoce de memoria y los alumnos la reciben como si fuera una novedad (porque lo es para ellos).

Pero una situación de clase donde el profesor sólo plantea el tema y de allí en adelante la dinámica toma el rumbo de la información que se encuentre, exige un conocimiento profundo del tema por parte del educador para poder afrontar cualquier pregunta y plantear desafíos intelectuales a los alumnos.

El desafío educativo

Estas reflexiones no son, por supuesto, una respuesta acabada a este tema. No soy pedagogo ni experto en educación, tan solo un profesor alguna vez secundario y ahora universitario que viene reflexionando sobre las consecuencias de la Sociedad de la Información en nuestras vidas.

Plantear que es preciso incorporar tecnologías como estrategia educativa es una obviedad; pero una obviedad que no resuelve el problema de fondo.

Usar medios audiovisuales, pizarrones digitales, realidad virtual o lo que sea, no genera ningún cambio real en la educación.

El cambio en la sociedad no está dado por la irrupción de la tecnología sino por el acceso a la información. No estamos ante una nueva Revolución Industrial, como se escucha en algunos lugares. Estamos ante una reconfiguración absoluta y profunda de las relaciones sociales, del mundo en que vivimos.

Sobre el autor

Enrique Horacio Del Carril

Abogado y magíster en Derecho y Magistratura Judicial. Profesor de Derecho Constitucional, Filosofía del Derecho y Ética en la Universidad Austral, UCA y UBA. Director del Cuerpo de Investigaciones Judiciales del Ministerio Público Fiscal de la CABA.

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