Valores

Mirarse al espejo

Escrito por Daniel Díaz
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No es tan fácil mirarse a uno mismo. Físicamente hablando, podemos observar sin mayor esfuerzo nuestro ombligo, manos o pies. Pero nos es difícil mirarnos un codo y prácticamente imposible ver nuestra espalda o el propio rostro. En lo cotidiano lo logramos hacer con la ayuda de espejos. Ellos nos abren la puerta a lo que en ese instante otros alcanzan a ver de mí, sin que yo pueda hacerlo. Será por esto que muchas veces los espejos, cuando pasamos frente a ellos, cautivan nuestra atención: nos hablan de nuestro propio misterio.

Este hecho obvio y habitual puede servirnos de imagen cuando buscamos mirarnos a nosotros mismos ya no en lo corporal sino a un nivel más profundo. Nos es sencillo detenernos en lo que hoy nos interesa, deseamos y sentimos, enfocándonos nada más que en nuestra propia persona, como mirar nuestro ombligo. Y nos es relativamente accesible repasar todo lo que hemos hecho en este año con nuestras manos o los diversos caminos por los que hemos andado con nuestros pies. Todo esto se nos hace evidente.

Pero hay algunos aspectos de nuestra vida que no somos capaces de contemplar sin un auxilio externo. De aquí la importancia de los espejos que tenemos a nuestro alrededor y que en primer lugar son las personas en que, de uno u otro modo, nuestra imagen ha ido quedando impresa. Ellas nos devuelven un reflejo que es muy importante contemplar. Tal vez sea que justo en el lado oscuro de la luna podremos encontrar lo que con tanto anhelo busca nuestro telescopio.

El espejo de la sociedad

Quisiera pensar como espejo a la sociedad en su conjunto. Lo que de ella le habla al empresariado en su totalidad y diversidad.  Quisiera preguntar a trabajadores y clientes, el por qué de la desconfianza hacia los empresarios y sus intereses. Tal vez su respuesta nos lleve a tener que reconocer errores, defectos y pecados, a convertirnos y a mejorar. Siempre encontraremos razones para justificarnos pero tengamos cuidado de que algunas de ellas no sean sino excusas.

Es evidente que una empresa necesita ser rentable pero ¿puede afirmarse esto a costa de un salario que no alcanza para vivir dignamente?, ¿puede ser razón para hacer trampas en cuanto a la calidad y cantidad del producto?, ¿puede habilitar a negociados espúreos? Es claro que el falsear las balanzas que Jesús condenaba sigue vigente, tan solo ha adquirido nuevas formas más refinadas. Y nuestros espejos nos lo señalan.

Me gustaría también indagar a los diversos actores de la sociedad y en particular a aquellos que junto a nosotros detentan las decisiones que marcan los caminos de la sociedad. ¿Qué reflejan de nosotros mismos los políticos, los sindicalistas, las organizaciones sociales, la jerarquía de la Iglesia? Lo hago a sabiendas de que cada uno también debe revisarse y es llamado a convertirse de sus propios males, pero con el deseo de no usar sus faltas para justificar las nuestras.

En algún punto, hay muchas de las cosas que criticamos que han sido construidas en la historia compartida y el propio modo en que nos hemos vinculado o dejado de hacerlo con ellos. Las posiciones rígidas y la incapacidad de asumir procesos de búsqueda de consenso y acuerdos que broten de la escucha de los diversos intereses honestos y genuinos, nos han dejado donde estamos. ¿Cuál fue nuestra parte en la dificultad para dialogar?

¿Cuál es hoy nuestra reacción ante espejos que gritan su pobreza e indigencia, que no tienen y reclaman trabajo digno, que se indignan ante las coimas y negociados? ¿Qué hacemos ante espejos que se sienten defraudados por promesas incumplidas de atajos inexistentes? ¿Cuál es nuestra respuesta ante el enojo por pedidos de sacrificio a quienes menos tienen por parte de aquellos que no están dispuestos a ceder nada de su tajada? Seguramente si prestamos atención, descubriremos muchos más espejos que nos están hablando.

Espejos ACDE

Sin excluir a ACDE del empresariado, pero sumando la diferencia que implica el querer seguir a Cristo, creo que hay que reconocer que en los diversos grupos y sectores, no todos son lo mismo. Los mismos interlocutores de los que hablamos son capaces de reconocer una empresa que se diferencia por su compromiso social, su respeto a sus empleados, sus vínculos de calidad con sus clientes y proveedores, su honestidad en el trato con el Estado y particularmente con la Justicia, su respeto al medioambiente.

Esas empresas cuentan con personas que viven los valores de Cristo, que construyen el Reino en la tierra, en cada una de sus organizaciones, incluso sin saberlo. Ellos predican con su testimonio y ejemplo. Y a ellos los espejos no les devuelven lo mismo que a los demás. Nuestra sociedad va aprendiendo lentamente a discernir, a diferenciar lo bueno de lo que no lo es, a valorar y agradecer a aquellos que humanizan la economía, poniendo en el centro de su hacer a la persona.

Cabe una mención especial, para aquellos que viven arduamente estos valores en organizaciones y espacios que no los acompañan completamente. Ellos siembran la semilla del Reino en terrenos áridos, defienden y dan razón de sus valores, pagan costos por ser fieles a lo que creen. Y hacen de su fe una roca donde sostener los embates del viento, confiados en la fuerza que Dios les da. Viven un martirio cotidiano sin renegar de Cristo.

Nuestros propios espejos personales

Al concluir el año, es un buen ejercicio mirarnos. Lo más evidente nos será revelado a partir de nuestra propia observación. Lo más interesante, lo que no tenemos tan presente o aún no descubrimos, incluso lo que ni siquiera imaginamos, nos podrá ser revelado por lo que nos dicen los espejos que nos rodean. Y aun cuando nos parezca que los sentimientos y prejuicios de algunas de esas personas puedan distorsionar un poco la imagen, lo que nos señalan siempre contendrá una reveladora cuota de verdad.

Cada uno de nosotros podemos mirarnos al espejo. En nuestro espacio concreto, en nuestros vínculos habituales, encontraremos una gran revelación. Veremos nuevas fortalezas y virtudes, que deben llenarnos de alegría y movernos a la gratitud. Y hallaremos también defectos y faltas. El solo verlas será ya un don de Dios, su invitación personal a convertirnos, a dejarnos transformar, a animarnos a confiar en su sola voluntad sin temer las consecuencias.

El Dios con nosotros, nos anima a mirar sin temor. No hay nada que Él no haya visto. Y quienes  nos rodean también saben mucho de nosotros. Somos los únicos  ciegos. Por esto, todo es ganar para quien se anima a abrirse sin temor a lo que Dios le quiere revelar, aún cuando sean las propias miserias. Porque es allí donde el Hijo de Dios quiere renacer, sanar, fortalecer y renovar la misión que nos encomienda. Si nos disponemos a ver con ojos nuevos, nosotros mismos seremos el humilde pesebre en que Jesús será dado a luz.

Sobre el autor

Daniel Díaz

Sacerdote de la diócesis de San Isidro. Asesor doctrinal de ACDE.

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