Valores

El Padre Pedro Opeka y su visión sobre el rol de los empresarios

Escrito por Ana Pico
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El Padre Pedro Opeka hace varias décadas que ya no vive en la Argentina, donde nació, pero su obra en el extranjero es cada vez más admirada y conocida. Varias veces propuesto como Premio Nobel de la Paz -por parte de Francia, Eslovenia y Mónaco-, este mes llegó desde Madagascar para dar varias conferencias y recibir distinciones como el Doctorado Honoris Causa por la Universidad del CEMA, en reconocimiento a su trayectoria en pos de la “la elevación, formación, educación y autoestima de miles de hombres, mujeres y niños en situación de marginalidad”.

La madre del Padre Pedro, María Marolt, llegó embarazada escapando de Eslovenia en enero de 1948, junto con quien sería su padre, Luis Opeka. De niño aprendió el oficio de albañil y a los 15 comunicó que quería ser sacerdote. Cuenta la historia que, a su llegada a Madagascar como misionero, vio a chicos descalzos viviendo en un basurero y decidió ayudarlos a tener una vida digna. Con la colaboración de jóvenes del lugar, levantó casillas precarias que luego fueron reemplazadas por casas de ladrillos de dos pisos, y les enseñó a vivir con lo que ellos producían. Los grupos de casas fueron creando una ciudad levantada donde estaba el basurero, Akamasoa.

En su paso por Buenos Aires, el padre respondió a las preguntas de Revista Empresa, en relación al rol del empresario en la lucha contra la pobreza:

 

¿Qué rol juega el empresario en la lucha para erradicar la pobreza?

El empresario tiene carisma, iniciativa, motivación, inteligencia y voluntad. Con todo ha podido crear o dirigir esa empresa. Y no lo hace sólo, lo hace con obreros y estos tienen que ser respetados. Cuando creamos una empresa no es sólo para ganar dinero, es también para crecer juntos, para progresar juntos. Unos con su inteligencia e iniciativa y otros con su voluntad, su paciencia y perseverancia. Este aporte nunca hay que olvidarlo, por si uno ni otro, la empresa no existiría.

¿Qué agregarías teniendo en cuenta esta Argentina tan particular que nos toca vivir?

Hay que hacer todo lo posible para que no haya divisiones, para que nada nos divida. Tenemos que respetarnos y las leyes son ese marco que nos permiten vivir juntos, con conflictos pasajeros como siempre existen, pero no con conflictos que nos separan y nos transformen en enemigos. Tenemos que tender a la unión, con las diferencias que existen, pero unidos en esa diversidad para avanzar juntos.

¿Cómo podemos lograrlo?

Eso es fácil decirlo, pero difícil de implementarlo y de vivirlo. Pero la Argentina puede hacerlo, porque tiene mucha riqueza humana, una que puede dar al mundo mucho más de lo que está dando, que pueda contribuir y dar su parte al progreso de todas las naciones. Para hacer una humanidad más justa, más viable para todos.

Hoy, todo el mundo en encierra en sus propias necesidades. Pero en cambio es necesario pensar globalmente, en las necesidades de todos, en todos los países de la tierra. Y la Argentina allí puede aportar muy buenas iniciativas.

Akamasoa, el pueblo que ayudó a levantar el Padre Pedro sobre un basural.

Sus enseñanzas, en frases

Sobre el asistencialismo del Estado. «No debemos asistir, porque cuando lo hacemos, disminuyendo a la gente, los convertimos en dependientes, casi en esclavos de nosotros. Y Dios no vino al mundo para hacernos esclavos sino para liberarnos, ponernos de pie. Tenemos que trabajar. Hay que combatir ese asistencialismo. El problema en muchos países, incluyendo Argentina, es que los dirigentes políticos se encargan de hacerles creer que el Estado les va a resolver todos los problemas». «Puse las cartas sobre la mesa y les dije: si debo asistirles me voy ya de Madagascar, porque los amo. El asistencialismo nunca ayudó a poner de pie a un pueblo, más bien lo puso de rodillas y los subyugó a la clase política que se aprovechó de ellos».

Su legado en Madagascar. «No tengo fórmulas mágicas, ni frases hechas para citar cuando hablo sobre el trabajo humanitario y de desarrollo en Akamasoa. Había que reaccionar rápidamente y crear la confianza con el pueblo, que ha sufrido tanto y fue tantas veces defraudado y engañado por sus dirigentes, y también por proyectos humanitarios sin futuro».

Cómo levantó un pueblo en un basural. «Compartiendo la vida dura de este pueblo de un basurero, viendo mi modo de vivir, de acercarme a ellos respetando sus tradiciones, y queriendo que sus hijos concurran a la escuela, puedan alimentarse y curarse, se han convencido a seguirme en esta lucha cotidiana. Con el pueblo de Akamasoa nos hemos puesto a dialogar y hemos hecho leyes internas, que fueron aceptadas por la mayoría de la población a mano alzada».

Cambio de actitud. «Cada vez que salgo a la calle o a visitar a las familias, la gente me pide trabajo, lo cual es un buen signo. Ya nadie más me pide dinero, sino trabajo. Aquí nuestra gente ha comprendido que sólo con el trabajo, y la escolarización de los niños y jóvenes, saldremos de la pobreza».

Sobre el autor

Ana Pico

Directora Ejecutiva de la ACDE. Es Ingeniera Industrial por la Universidad de Buenos Aires. Especialista en Organizaciones sin fines de lucro por la Universidad de San Andrés, Di Tella y CEDES.

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