Valores

En memoria de Enrique Cassagne

Escrito por Enrique del Carril
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El 11 de septiembre murió el Ingeniero Enrique Cassagne que, además de ingeniero, era un filósofo que respondía cabalmente al consejo de Ortega y Gasset: “La claridad es la cortesía del filósofo”.

Con mi mujer tuvimos la suerte de concurrir, con otros matrimonios amigos, a un curso que él dictaba sobre los pecados capitales. Enrique desarrolló el tema con un método y una agilidad admirable y, en mi caso, fue el disparador de muchas meditaciones aplicadas a episodios de mi vida familiar y profesional como también, una guía para mi examen de conciencia. Porque la semilla de los “pecados capitales”, la tenemos todos en nuestra alma.

Hoy parece que hablar de “pecados” y menos aún cuando se los califica de “capitales”, suena a ortodoxia superada o a oscurantismo medieval. Generalmente cuando sale este tema la respuesta es llamar a encarar la religión en forma positiva hablando del Amor de Dios más que de pecados y castigos. Personalmente pienso que en manera alguna reconocernos pecadores y por ende, aceptar la existencia del pecado, implica apartarse de la concepción de Dios como fuente del Amor ni, menos aún, perder la alegría de vivir que nos da nuestra Fe.

Los siete pecados capitales: Soberbia, pereza, envidia, ira, avaricia, lujuria y gula son realidades que aparecen constantemente en la política, la vida empresaria, las relaciones de familia e, insisto, también en nosotros mismos.

 

Pecados capitales

Enrique Cassagne enseñaba que los pecados capitales se desplazan en dos ejes: “las pasiones desordenadas” y las “malas tristezas”. Hablándonos del primero de éstos decía que las pasiones humanas en sí son buenas, nada tiene de condenable la pasión en el hombre. Es más, se trata de un sentimiento o reacción que, bien utilizada, nos lleva a realizar grandes cosas. Sin ir más lejos hablemos del matrimonio: cuando la pasión del enamoramiento lleva al compromiso matrimonial y la promesa de amor libremente elegido, en general, sus bases son sólidas. Lo mismo ocurre con nuestra profesión y nuestro trabajo; si le ponemos pasión además de inteligencia, soportaremos su carga y crearemos bienes y servicios útiles para los hombres. La pasión es un ingrediente de la mente emprendedora, mucho más que el dinero.

Pero cuando estas pasiones se desbordan las consecuencias son negativas. En la lista de los pecados capitales: la gula, la lujuria y la ira son aquellos donde prima la pasión desordenada. Gustar de la comida o la bebida es un buen placer, nadie lo puede negar. Pero hacerse esclavo de la comida y la bebida es malo para el cuerpo y el alma. Sentir el placer en los sentidos y en el mismo cuerpo también es bueno; pero orientar la vida solo al placer nos lleva a los peores actos. Reaccionar con ira ante la injusticia es bueno (en el Evangelio tenemos un ejemplo con la reacción de Jesus ante los mercaderes del templo), pero si frente a la injusticia, reaccionamos con el resentimiento, la iracundia y la depresión esa ira, que pudo comenzar por un sano deseo de justicia, se convierte en una tortura para nuestra alma y nos impulsa a la venganza, al desprecio del otro y a la intolerancia.

De allí nos desplazamos por el segundo eje: las “malas tristezas”. Hay una tristeza buena, aquella que sentimos por la falta de nuestros seres queridos o una frustración producto de la vida misma. Pero la tristeza se convierte en mala cuando su objeto es perjudicar al prójimo o apartar nuestra alma del Amor de Dios. Aquellas pasiones que derivan en gula, lujuria o ira, inmediatamente nos llevan a ser víctimas de una mala tristeza.

En los restantes pecados capitales: la avaricia, la pereza, la envidia y la soberbia, está más presente la mala tristeza.

La avaricia porque nos concentramos solo en acumular bienes materiales para nuestro exclusivo uso. Antoine de Saint-Exupery lo muestra con toda claridad cuando, en El Principito, describe el cuarto planeta ocupado con aquel hombre de negocios cuya única ocupación era sumar las estrellas, sus estrellas. Dejamos todo lo demás y solo tenemos tristeza. El emprendedor, el empresario, tiene esta tentación y la supera cuando ve con claridad que su deber es ser eficiente, producir beneficios para sus proveedores, accionistas y la sociedad donde vive.

La pereza, nos enseñaba Cassagne, es aquella mala tristeza inmortalizada por Esopo en la fábula de “La zorra y las uvas”. La pereza (denominada asedia), no tiene nada en común con el ocio o el justo descanso. Es un sentimiento negativo que nos asalta cuando tenemos claro cuál es nuestro objetivo, pero no estamos dispuestos a sacrificarnos y poner los medios para lograrlo.

La envidia es la tristeza por el bien del otro. ¡cuantas veces hemos estado tentados o la hemos sentido! Fue retratada con admirable belleza por Shakespeare en “Otelo”, mediante el personaje de Yago, que le llena la cabeza a Otelo para inculcarle los celos contra Desdemona porque envidia la felicidad de su amigo.

Finalmente está el más terrible de los pecados capitales: la soberbia, la vana gloria. Aquel pecado de Adán y del ángel caído. El soberbio pretende dar la imagen de seguridad al considerar la gloria y los honores que busca y recibe como mérito exclusivamente propio, pero lo invade una tristeza por la pérdida irreparable cuando cae en la cuenta que ha despreciado bienes mucho más importantes como la amistad, la vida familiar y el afecto de su gente,.

Cantado en el conocido tema “me olvidé de vivir”, la tristeza del soberbio nos muestra cuanto más importante es conservar aquellos bienes que nos alegran el alma. Los honores y reconocimientos a nuestro esfuerzo son buenos, pero lo importante es recibirlos sin “alterar nuestros comunes rasgos” como dice Kipling en su famoso poema “Si”.

Los pecados capitales, son hábitos; malos hábitos llamados también vicios. Como todo hábito surge, muchas veces, de nuestra personalidad y requiere un constante trabajo para erradicarlos. En mi caso Enrique Cassagne me enseñó a distinguirlos y le estaré siempre agradecido.

Sobre el autor

Enrique del Carril

Abogado. Ex director de la revista EMPRESA. Fue presidente del Colegio de Abogados de la CABA entre el 2006 y el 2010. Socio fundador del Foro de Estudios sobre Administración de Justicia (FORES).

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