Carta del Director

La vara con la que medimos la corrupción

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Lamentablemente, los argentinos, durante mucho tiempo, que excede la última década, hemos aumentado notablemente nuestra tolerancia frente a conductas deshonestas. En muchas ocasiones esa disminución contaminó las actitudes de cada uno de nosotros. Reconozcámoslo. Pequeñas prácticas que perjudican a terceros las realizamos con total naturalidad. Cito -solo como ejemplo- la propina entregada para obtener un privilegio que perjudica a otros, la utilización de subsidios creados con el fin de auxiliar a sectores vulnerables cuando claramente no los integramos, la obtención de créditos con tasas subsidiadas con fines de interés público aplicándolos a objetivos particulares, etc.

A través del tiempo esa tolerancia se deslizó hasta llegar a justificar la violación de la ley que, en muchos casos, implica la comisión de delitos. Nuevamente como ejemplos se puede citar las coimas entregadas a policías o funcionarios para evitar multas o sanciones; las dádivas otorgadas a empleados públicos o privados, la evasión fiscal mediante “facturas truchas”, etc.

Muchos de estos comportamientos tienen como sustento la inmoralidad de los empleados públicos o las políticas intervencionistas del Estado, pero la realidad es que no sabemos que es primero, la gallina o el huevo. Cuesta detectar si la propensión de servidores públicos a recibir dádivas o hacer la “vista gorda” es producto de la inmoralidad de aquellos o de que nosotros mismos lo fomentamos; ¿no será que todos debemos hacer una profunda revisión de nuestras actitudes?

Creo que existe una relación de causalidad moral entre la explosión de la corrupción en la última década y nuestra natural tolerancia hacia prácticas deshonestas. Las bolsas conteniendo millones de dólares escondidos en conventos o en “cuevitas” y las escandalosas fortunas amasadas por personas que llegaron al poder viviendo solo de su sueldo (lo cual habla de años en que se despreciaban a sí mismos por llevar una vida honesta) son la “frutilla de la torta”. La tolerancia respecto de conductas deshonestas en los demás y nosotros mismos culminaron en el festival de enriquecimientos ilícitos y sobornos que presenciamos, alimentado por jueces que durante doce años “cajonearon” las causas que hoy salen a la luz impulsadas por ellos mismos.

Parecería que nuestra sociedad, por fin, apoya el castigo de estos groseros actos  delictivos producto de la impunidad. Pero existe un doble riesgo.

El primero es mantener la medida de la deshonestidad  en un bajo nivel. Ello ocurre cuando, ante la magnitud de los delitos descubiertos se considera que toda práctica deshonesta menor o carente de repercusión mediática no merece nuestra preocupación ni la sanción pública. Esto es aún más peligroso cuando el propio Gobierno -uno de cuyos mandatos fue acabar con la corrupción- mantiene baja la vara frente a la conducta deshonestas de sus funcionarios y las califica como meras “desprolijidades”. El gobierno debe dar el ejemplo por aquello que “la mujer del César no solo debe ser honesta sino también parecerlo”. Su proceder es mirado por los ciudadanos para juzgarlo, pero también marca el límite de lo permitido en el comportamiento cotidiano de aquellos.

El segundo riesgo, que se nota en algunas opiniones, es no distinguir y poner todo en la misma bolsa, lo cual lleva a igualar hechos de diferente gravedad. Si bien toda deshonestidad es condenable, no es lo mismo esconder millones de dólares y reconocer que son “producto de la política” o favorecer desde el Estado el pago de obras o servicios no realizadas, que aprovechar un subsidio mal otorgado.

El Poder Judicial debe aplicar la justicia que es “dar a cada uno lo suyo”. En materia penal ello se traduce en la condena de todos los delitos probados, de los más simples a los más complejos, aplicando penas acordes con la gravedad de los comportamientos juzgados. Por su parte el Gobierno y la sociedad debe mantener una vara alta en la tolerancia al momento de seleccionar o mantener en su puesto a colaboradores y funcionarios. De allí la necesidad de acentuar la importancia del Compromiso Personal Empresario, propulsado por ACDE, que debe ser una guía para nuestro cotidiano examen de conciencia.

Sobre el autor

Director Portal Empresa

Director de Portal Empresa, la revista digital de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE).

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