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Con relojes que atrasan: del mito del matriarcado al mito del andrógino (Parte 3/3)

Escrito por Roberto Estévez
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Lea ‘Del mito del matriarcado al mito del andrógino (Parte 2/3)

 

La sexualidad humana

La sexualidad humana es una manifestación propia de las fragilidades, contingencias y temporalidades del hombre; la experiencia unitiva entre la mujer y el varón puede acercar el instante a la experiencia de la eternidad, donde todas las diferencias se funden. De modo que quien quiere hacer desaparecer la sexualidad en el tiempo, lo que de algún modo desea es abrir la eternidad en el tiempo, que es la utopía gnóstica más frecuente en la historia de la civilización euroamericana (edad del espíritu, milenarismo, anabaptismo, nuevo orden, tercera edad, tercer reino, nueva era).

 

El mito del andrógino como conocimiento

En nuestro contexto de civilización, visto en perspectiva histórica, el mito del Patriarcado con el que hoy se moviliza, no tiene capacidad explicativa. Tanto la historia de Esparta, las leyendas de las Amazonas, la diversidad de protagonistas bíblicas en Israel, como en la posterior tradición cristiana, rebaten el tardío intento de ideas claras y uniformes sobre El Patriarcado en la historia euroamericana y más para la historia de la humanidad, conservando si su significación como el contramito del puritanismo victoriano de El Matriarcado de fines de la Modernidad.

En la Actualidad de los países euroamericanos, donde la tradición judeocristiana sigue subyacente, se han desplegado tres modelos de desarrollo, el de Europa del Norte, el anglosajón y el del Mediterráneo[1], en ninguno de ellos, a pesar de los residuos machistas,  existen prácticamente leyes patriarcales: a igual remuneración, igual salario; las mujeres disponen libremente de sus bienes; la patria potestad es compartida y los hijos pueden ser inscriptos indistintamente con el apellido de la madre o del padre, etcétera[2].

A diferencia de los otros contextos globales de civilización, el feminismo es intenso y puede ser radical en Euroamérica, porque los derechos de la mujer ya habían sido conquistados. No por luchas colectivas, sino por una progresiva toma de conciencia tanto de mujeres como de varones, que acompaña la disolución de la Modernidad desde fines del siglo XIX hasta el comienzo de la segunda mitad del siglo XX. Vale como testimonio la cita de Simone de Beauvoir en “El segundo sexo”: «Al feminismo revolucionario, al llamado feminismo independiente de madame Brunschwig, se adjunta un feminismo cristiano: Benedicto XV se pronuncia en favor del voto femenino, en 1919;monseñor Baudrillart (futuro cardenal Alfred-Henri-Marie Baudrillart) y el padre Sertillanges (teólogo dominico de influencia) desarrollan una ardiente propaganda en este sentido… En el Senado, muchos católicos, el grupo de Unión Republicana y, por otro lado, los partidos de extrema izquierda, son favorables al voto de las mujeres; pero la mayoría de la asamblea está en contra«.

Aunque continúa entre nosotros el psicologismo de las elites intelectuales del continente[3], que  justifica el machismo latinoamericano, a pesar de que sus lecturas de los mitos de la antigüedad (como Edipo) han sido contradichas por la neuropsicología.

El mito de El Patriarcado actúa como contramito del mito movilizador de El Matriarcado victoriano, pero en su perspectiva propositiva, transformadora, abreva en el mito de conocimiento (o explicativo) del Andrógino.

En el diálogo “El Banquete”, Platón (siglo IV a. C) hace decir a Aristófanes: «En otro tiempo la naturaleza humana era muy diferente de lo que es hoy. Primero había tres clases de hombres: los dos sexos que hoy existen, y uno tercero compuesto de estos dos, el cual ha desaparecido conservándose sólo el nombre. Este animal formaba una especie particular, y se llamaba andrógino, porque reunía el sexo masculino y el femenino; pero ya no existe y su nombre está en descrédito”

En el mito griego esos hombres duales, mujer y varón, mujer y mujer, varón y varón atentaron contra el Olimpo y los dioses, no queriendo fulminarlos como a los gigantes, los dividieron en dos, de modo que “cada mitad hacía esfuerzos para encontrar la otra mitad de que había sido separada; y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se unían, llevadas del deseo de entrar en su antigua unidad, con un ardor tal, que abrazadas perecen de hambre e inacción, no queriendo hacer nada la una sin la otra (…) y de esta manera la raza iba extinguiéndose”. Por lo cual los dioses temiendo que no quedará quien les rinda culto, modifican su obra para que Andros y Ginos puedan ser fecundos, y prolongar la especie, con el valor que ello tiene para el culto.

Subsisten por otra parte, Andros y Ginos que “lo que prefieren es pasar la vida los unos con los otros en el celibato. El único objeto de los hombres de este carácter, amen o sean amados, es reunirse a quienes se les asemeja[4].

 

El mito del andrógino como transformación

En la Actualidad, lo valores incontrastables son la libertad y la ciencia, ambos tienen por detrás el desarrollo cultural de más de cinco siglos, donde la libertad se fue moldeando a un individualismo radical y la ciencia en una fe. Hoy cualquier ideología que muestre una ampliación del área de libertad del individuo y se auto respalde por afirmaciones que puedan ser consideradas científicas es incontrastable.

Sin embargo, no deberíamos olvidar que en la geopolítica, el racismo[5], y el marxismo fueron considerados pura y simplemente ciencia. «Los científicos y los filósofos —escribe Mario Bunge— tienden a tratar la superstición, la pseudociencia y hasta la anticiencia como basura inofensiva o, incluso, como algo adecuado al consumo de las masas; están demasiado ocupados con sus propias investigaciones como para molestarse por tales sinsentidos. Esta actitud, sin embargo, es de lo más desafortunada. Y ello por las siguientes razones. Primero, la superstición, la pseudociencia y la anticiencia no son basura que pueda ser reciclada con el fin de transformarla en algo útil: se trata de virus intelectuales que pueden atacar a cualquiera —lego o científico— hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura y volverla contra la investigación científica. Segundo, el surgimiento y la difusión de la superstición, la pseudociencia y la anticiencia son fenómenos psicosociales importantes, dignos de ser investigados de forma científica y, tal vez, hasta de ser utilizados como indicadores del estado de salud de una cultura«[6].

La experiencia práctica del pansexualismo de los sesenta se transforma, merced a una teoría acorde al aire del tiempo, en un mito transformador (o movilizador); cuya fuerza se encuentra en la instrumentalización de los adolescentes para dar velocidad al cambio.

En esto, la influencia de la obra de Judith Butler es muy significativa. Ella no quiere decir que el sexo biológico no exista, sino que contrasta la idea de que exista un “sexo natural”, por lo que entiende que deriva de él: la organización social en base a dos posiciones opuestas y complementarias por las cuales el género se ha estabilizado en una matriz heterosexual.

No se trata de negar la biología, la morfología y la materialidad del cuerpo. Sino de contradecir el valor genético de una  psicología evolutiva interactuante con el medio de desarrollo del niño y el imaginario social: Es decir que para esta mirada de género, solo se accede a la “verdad” o a la “materia” del cuerpo a través de los discursos, las prácticas y normas.

Butler niega así la idea de que existe algo esencialmente femenino; lo que creemos natural es una norma externa (ley heteronormativa) que ha impuesto dos formas únicas y complementarias de sexo, género, deseo, práctica.

Considera una construcción discursiva, consolidada por la práctica que ha adquirido normatividad a la suposición de que un determinado sexo conlleva un determinado género que a su vez está determinado por un deseo, el cual implica una práctica sexual específica. De modo que si se nace con genitales femeninos, no se es de género femenino, sino que es el discurso el que persuade que uno es de género femenino, es decir mujer, lo cual implica que su objeto de deseo es un individuo masculino, y que a partir de ese deseo, va a llevar a cabo una determinada práctica sexual, necesariamente heterosexual, como lo consagran las normas.

Para Butler, ninguno de los elementos antes expuestos está obligado a corresponderse de esa manera con los otros, sino que es una construcción causal que hace la ley social, no necesariamente estatal. Para la autora, se ha entendido que el género es una construcción cultural mientras que el sexo es lo biológico dado “de forma natural”, pero en verdad, tanto uno como el otro forman parte de construcciones discursivas y prácticas actuadas (performativas) que los caracterizan y significan en el mundo.

Cuando habla de performatividad del género implica que el género es una actuación reiterada y obligatoria en función de normas sociales que nos exceden. La actuación que podamos encarnar con respecto al género estará signada siempre por un sistema de recompensas y castigos.

 

Aproximación crítica al mito del nomadismo de género

Hay aquí una antropología trial desintegrada, materialista y pragmática. La llamamos trial desintegrada, porque no se limita a distinguir tres elementos que interactúan de modo inevitable en el ser humano, sino que los separa, haciendo de cada uno una realidad autónoma, de modo que la conciencia se separa del deseo y este se puede separar de la corporalidad.

Consecuentemente es materialista porque la corporalidad no conlleva ningún sentido en sí, sino que es el discurso el que se lo asigna, y sigue la línea pragmática del pensamiento norteamericano al reconocer los estímulos volitivos solo a nivel de premio y castigo.

Desde estos puntos de partida se  desconocen la existencia del valor motivador que tienen sobre las personas las acciones sin premio, ni castigo, las que la afirman en tanto que son, o las hacen ser mejores en lo que son, que no son un premio, así como también el nivel motivacional donde las personas actuamos no por nosotros, sino por otro, como el amigo por el amigo, la madre por el hijo, en suma, quien ama por quien ama.

Esta antropología se esfuerza por no reconocer la gratuidad, que seguramente se ha manifestado desde el comienzo en quienes la asumen… salvo que, individualmente, por sí solos,  hayan pagado, premiado o castigado, por nacer.

Por otro lado, el aporte de Buttler recupera, la idea clásica del efecto producido por la reiteración del acto, es decir el valor de la habitualidad para constituirse como una segunda naturaleza del sujeto, sin llegar empero a poder descubrir que existen hábitos que acrecientan el área de nuestra libertad, decimos un virtuoso del violín, o la restringen, decimos un vicioso del cigarrillo. Y lo que decimos refleja una realidad de la libertad: que el “virtuoso del violín” puede tocar partituras cada vez más complejas y al vicioso cada vez le resulta más difícil dejar los cigarrillos,

Para Butler, la performatividad del género no es un hecho aislado de su contexto social, es una práctica social, una reiteración continuada y constante en la que la normativa de género se negocia. En la performatividad del género, el sujeto no es el dueño de su género, y no realiza simplemente la “performance” que más le satisface, sino que se ve obligado a “actuar” el género en función de una normativa genérica que promueve y legitima o sanciona y excluye. En esta tensión, la actuación del género que uno deviene es el efecto de una negociación con esta normativa.

Su registro, desde otras bases filosóficas, descubre  que ser persona y valorar es lo mismo. Los valores rompen la indiferencia de nuestra voluntad; nos mueven a buscar otros horizontes, asumir desafíos y hasta a desafiar reglas.

Si no valoramos, nada nos movería de nuestra indiferencia. Siempre valoramos, lo que Buttler no llega a descubrir es que no solo elegimos por premio y castigo, sino por nuestra autoafirmación y también por nuestra donación[7].

La persona no nace plena, se va plenificando[8]. No solo a partir del discurso, sino a partir de su habitar, de sus percibir y actuar, en los vínculos de familia, o que suplen la familia, en los grupos de pertenencia, las tribus urbanas, los clubes, hoy los barrios globales transversales a los barrios geográficos, en la aldea global en la que vivimos, vamos valorando.

Si no es posible descubrir qué  plenifica a la persona y qué no, estamos en problemas, porque cualquier poder, al decidir a quién recibe y a quien no, al modificar el área de libertad o aprobar un nuevo impuesto, está expresando un juicio previo de valor, que solo podría ser juzgado por el poder que tiene para imponerlo.

Porque toda acción política supone una idea de bien. Toda acción política está encaminada «a la conservación o al cambio. Cuando deseamos conservar tratamos de evitar el cambio hacia lo peor; cuando deseamos cambiar, tratamos de actualizar algo mejor. Toda acción política, pues, está dirigida por nuestro pensamiento sobre lo mejor y lo peor. Un pensamiento sobre lo mejor y lo peor implica, no obstante, el pensamiento sobre el bien[9].

El olvido de la paradoja de 1932, ha hecho que la sociedad se vuelva una perpetua lucha de poderes inestables, en el cual el problema planteado por Leo Strauss durante el nazismo recupera toda su vigencia: ¿Ser un buen ciudadano, es lo mismo que ser un buen hombre? Para cualquiera de los andróginos que lucharon contra los dioses ¿qué es ser un buen hombre?

Ciertamente Butler describe bien que masculinidad y feminidad pueden ser  distribuidos, encarnados, combinados y resignificados de formas contradictorias y complejas en cada sujeto. Y no hay encarnaciones o actuaciones de la feminidad o de la masculinidad que sean más auténticas que otras, ni más “verdaderas” que otras, en tanto sean encarnaciones y actuaciones de la feminidad o de la masculinidad.

Pero sí hay mujeres y varones biológicamente hablando, así como personas con síndromes genéticos como xy sin receptores androgénicos, varón xx, mujer xy, y  Turner, problemáticas psicológicas respondidas de diverso modo y elecciones personales en el área de autonomía del individuo. Ninguno de ellos es “más respetables” por negociación de formas ideales más sedimentadas, o naturalizadas o legitimadas, como sostiene la autora.

Sino que son personas, igualmente dignas, por un legado antropocéntrico que se desarrolló propiamente en la civilización euroamericana a partir de la decisión inédita de Abraham de no hacer sacrificios humanos, de la reflexión de los filósofos griegos y la proclamación de un hombre de ser Hombre y el Espíritu de Dios encarnado.

 

Peligro fundamentalismo

Como ya se ha dicho, continúa el peligro a escala ciudadana del embrutecimiento de una cultura, del machismo y de la violación de la dignidad humana en cualquiera de sus formas, el racismo y la discriminación, como bien lo representa la novela de Margaret Atwood, El cuento de la criada.

Sin embargo el olvido de la ambigüedad de lo humano, ha abierto la puerta a otro peligro, que proviene de la errónea apreciación de la religión y la política que nos ha legado el secularismo autosuficiente de la Modernidad.

El hombre de fines de la Modernidad no está preparado para la vuelta del Rey/Sacerdote, la primera de las formas religiosas/políticas en el origen de nuestra civilización.

Religión y política siempre han sido dos saberes de salvación, uno de eternidad y el otro de temporalidad.

El integrismo es hacer de un momento de una tradición religiosa/política, la integridad de esa tradición; y el fundamentalismo transforma esa integridad, su preservación y expansión, en ideología justificadora de la acción política.

José Antonio María Torres ha dicho con razón que “los integristas trasvasan sus verdades privadas al ámbito público. Es el problema al que nos enfrentamos” (EL PAÍS. 17.12.2005) y eso es lo que leemos cada día en los diarios: fundamentalismo islámico, fundamentalismo budista, fundamentalismo chavista, fundamentalismo de los pueblos originarios de Europa, o fundamentalismo de género.

Según contextos geográficos, religiosos (seculares) o culturales, registramos una creciente implantación del “crimen mental” manifestado por un uso no exactamente adecuado a la ideología de shiismo, chavismo, catolicismo, género o Patriarcado, legitimando negar la palabra a este o aquel grupo social bajo la tutela virtual de diversos “Ministerios de la verdad”, según geografías, religiones (seculares), culturas o tribus urbanas, transversales a la Aldea Global.

Como en la reveladora película de Ingmar Bergman (Das Schlangenei/ Ormens ägg, 1977), los puritanismos de hoy son, El huevo de la serpiente.

 

Referencias

[1] Marcelo Resico,  Estado y competitividad, FCE – UCA (Sobre el ranking 2009 del IMD, a partir de datos 2006-2007)

[2] Claudia Peiro, El mito de la invisibilidad de la mujer en la historia, Infobae 8 de marzo de 2019.

[3] CELAM, Documento de Puebla, 1979,  n. 310. Restringida hasta ahora a ciertos sectores de la sociedad latinoamericana, cobra cada vez más importancia la idea de que la persona humana se reduce en última instancia a su psiquismo. En la visión psicologista del hombre, según su expresión más radical, se nos presenta la persona como víctima del instinto fundamental erótico o como un simple mecanismo de respuesta a estímulos, carente de libertad. Cerrada a Dios y a los hombres, ya que la religión, como la cultura y la propia historia serían apenas sublimaciones del instinto sensual, la negación de la propia responsabilidad conduce no pocas veces al pansexualismo y justifica el machismo latinoamericano.

[4] Hemos utilizado la traducción de Patricio de Azcárate Corral (1800-1886), vale la pena la lectura completa del diálogo para percibir matices de las imágenes que evoca el mito en las que aquí no podemos detenernos.

[5] Hermann Heller, en su Teoría del Estado (Fondo de Cultura Económica, México, 1992, p167), nos refiere uno de estos textos “científicos”: “Según Otto Hauser, los hombres de Estado y los caudillos de todos los tiempos y pueblos son de genio puramente nórdico; incluso los verdaderos jefes de pueblos negros, ‘que muy pocos viajeros pueden ver –ya que de ordinario, aparecen ante ellos como jefes quienes solo son meros sustitutos o reemplazantes- serían mucho más claros que su pueblo’ (Rasse und Kultur, 1924, pp.37, 39)

[6] Mario Bunge, Las pseudociencias ¡vaya timo!, Biblioteca Bunge, Editorial Laetoli, 2017

[7] Tres círculos de nuestra personalidad, lo material o materializable, la expansión de nuestra emotividad y propiamente nuestro corazón, en el sentido de centro de nuestra personalidad, centro que tiene la virtualidad de abrir interiormente una cuarta dimensión, desde la temporalidad a la eternidad, de donde nace una cuarta valoración abierta, de la inmanencia a la trascendencia, que para mantener el control total puede cerrarse en las opciones de la pseudociencia, la magia y la idolatría.

[8]Con relojes que atrasan: Epílogo ideológico”, publicado en la Revista CRITERIO Nro 2456, marzo de 2019.

[9] Strauss, Leo, “Qué es la filosofía política”, Guadarrama, Madrid, 1970, capítulo I, páginas 11 a 73.

Sobre el autor

Roberto Estévez

Profesor titular ordinario de filosofía política FCS–UCA
Licenciado en Ciencias Políticas, Abogado, Master en Dirección de Empresas y Doctor en Ciencia Política. Autor de diversos libros.

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