Valores

Con relojes que atrasan

Escrito por Roberto Estévez

Del laicismo con razones de nuestros abuelos, a la búsqueda naranja de hoy.

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Las guerras de religión marcaron fuertemente la historia europea, cuando se logró la paz se abrió una identificación entre los nacientes estados nacionales y las distintas Iglesias también nacionales.

Los emigrantes europeos de naciones reformadas trajeron a Argentina sus Iglesias como abrigo, en tanto que muchos de los emigrantes de naciones católicas trajeron sus contradicciones. Esta realidad anticlerical se unió a los que desde el laicismo pretendían modernizar el proyecto de Nación Argentina.

Tanto los “argentinos viejos” que habían abrazado la modernidad de la ideología positivista y los recién llegados republicanos, socialistas, anarquistas y antipapistas, podían así coincidir en la necesidad de disminuir la influencia del clero católico, que era a quienes veían cuando pensaban en “la” Iglesia. Así quedó el laicismo y la laicidad como una de las notas constitutivas de nuestra esencia: la verdad y la ciencia identificadas con el Estado, en contradicción a lo católico, identificado como lo no científico.

Cien años después, el progresismo ya no era patrimonio de los positivistas, sino de las izquierdas latinoamericanas. Con un Segundo Congreso Pedagógico se alentó un enfrentamiento con la Iglesia, tratando de reverdecer esas esencia y concentrar las fuerzas para el inicio de una verdadera revolución cultural.

Sin embargo Argentina ya no era la de 1882, las Iglesias ya no eran rivales, y la sociedad había rescatado las esencias del país antiguo y originario, en muchos casos de la mano de las izquierdas, pero ese país era católico y políticamente liberal a la vez. Entre un cuarto y la mitad de la educación pública, era de gestión no estatal y la sociedad abrazaba mayoritariamente la diversidad del sistema. En esto existía unidad de acción de judíos, evangélicos, reformados y católicos.

Los think tanks del “pensamiento crítico” solo pudieron desarticular los profesorados, pero no el resto del sistema, que siguió unificado. Sin embargo monopolizaron los contenidos de humanidades y ciencias sociales, llegando a absurdos en la Provincia de Buenos Aires como suprimir el estudio de la antigüedad, o dejar sin matemáticas en último año a la mayor parte de los Polimodales. Son autores de todas las reformas educativas fracasadas durante los últimos treinta años, sin embargo, vienen enseñando la misma y uniforme visión del Estado y sociedad, mandada desde el poder del Estado, sin participación de la sociedad. Sin lugar para la libertad, diversidad, ni disidencia. En ese contexto creado, ser anticatólico seguirá siendo el último prejuicio aceptable.

Que el Estado argentino se ahorre la reparación que corresponde pagar por la violencia que ejerció contra la Iglesia Católica por motivos político contingentes (que ese es el origen legislativo de las leyes antecedentes de la ley 21.950 hoy exhibida), puede ser bueno, sobre todo para que los propios fieles católicos tomen integralmente su responsabilidad de sostener a sus pastores como sucede en otras Iglesias.

Pero ese no es el centro del problema, sino avanzar un paso más en el desarrollo de un pensamiento ideológico  que deconstruye la realidad social argentina, para intentar imponer una segunda realidad. Una nacionalidad paralela, en virtud de la cual amplios sectores de la sociedad serán “puestos en cuestión” hoy, como lo hacían la distintas inquisiciones clerical al servicio del nacimiento de los distintos estados nacionales en Westfalia (1648).

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Sobre el autor

Roberto Estévez

Profesor titular ordinario de filosofía política FCS–UCA
Licenciado en Ciencias Políticas, Abogado, Master en Dirección de Empresas y Doctor en Ciencia Política. Autor de diversos libros.

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