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La moneda como utopía

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La existencia y razón de ser de una moneda es facilitar el intercambio, el crédito y el ahorro, y por lo tanto el progreso económico de las personas y las sociedades que conforman. Ello es así porque la moneda cumple un rol de ser unidad de cuenta (los precios de los bienes y servicios intercambiados se establecen en unidades de esa moneda), medio de pago (suple al trueque) y reserva de valor (se puede mantener en el tiempo, y esto facilita la intermediación entre ahorristas y tomadores de crédito a través de los mercados financieros).

Suena sencillo, pero para que ello ocurra es necesario que la moneda sea aceptada como tal por todos los integrantes de la sociedad. Y es acá donde comienzan los problemas. Porque para que la moneda pueda cumplir su rol, la emisión y creación de la misma debe someterse a estrictas reglas que no todas las sociedades parecen dispuestas a cumplir. Y si esas reglas no se cumplen, no se logra la aceptación necesaria para que pueda funcionar. Suena contradictorio, pero es como una tendencia autodestructiva, una sociedad no acepta una moneda porque esa moneda no cumple con las condiciones para aceptarla, pero tampoco está dispuesta a aceptar las reglas que exige su aceptación. Es como una adicción destructiva. Y sin moneda, no hay progreso, hay decadencia. Nuestro país lamentablemente es una clara demostración.

Las sociedades mas avanzadas lo han comprendido, no sin duros aprendizajes, y el objetivo principal de sus bancos centrales es precisamente vigilar se cumplan las reglas de emisión y creación de sus monedas para darles el respaldo que exige su aceptación. Es así con las monedas de referencia de aprobación mundial, como el dólar, el euro y el yen. Otros países no logran darle a sus propias monedas un alcance de aceptación mundial pero si mantienen su aceptación interna. Las condiciones de respaldo de una moneda son también ya conocidas: se trata básicamente de la credibilidad y solvencia de los estados que la emiten. Países deficitarios, incumplidores de los compromisos, sin reglas claras de funcionamiento no alcanzan el objetivo de la moneda propia y estable.

La historia de nuestros esfuerzos para lograr tener una moneda propia han sido hasta ahora infructuoso. Prohibido el uso de la moneda en los tiempos coloniales, sólo las llamadas monedas fiduciarias y el trueque dominaron las transacciones, siempre limitadas. Lograda la independencia, varios intentos fallidos en tiempos de conflictos territoriales y políticos no resueltos hasta la creación de la moneda nacional en 1881. Esta moneda superó varios sobresaltos hasta declararla convertible al oro, régimen que duró hasta la crisis de 1930, fue el período de mayor progreso económico argentino. En 1935 se crea el Banco Central para dotar al país de una nueva moneda, pero la inflación que sostenidamente se mantuvo durante décadas terminó con su existencia en 1970 con la creación del peso argentino con la ley 18.188. Sobrevinieron luego nuevos intentos siempre vanos (peso argentino, austral, de nuevo la convertibilidad y su conocido final, nuevas unidades de los pesos).

¿Porqué nuestra sociedad no logra este objetivo? ¿Puede funcionar nuestra economía si la moneda es una utopía? Sobreabundan especialistas, pero el debate se circunscribe mas bien al régimen cambiario, al tipo de cambio, es decir a la relación de cambio de nuestra moneda con las de referencia, en particular el dólar. Pero este debate sólo sirve para alimentar la especulación política y cambiaria. Si no se crean las condiciones para una moneda propia, tarde o temprano una devaluación lo pondrá en evidencia.

Más de 150 años de fallida historia monetaria deberían haber sido un suficiente proceso de aprendizaje. Pero la calidad del debate y las propuestas no parecen demostrarlo. Siempre sobre los efectos nunca sobre las causas. Siempre efectista y oportunista, nunca casuístico y genuino. Sería deseable entonces alimentar un debate serio y profundo sobre la capacidad y la verdadera aspiración de la sociedad y sus dirigentes políticos, sindicales y empresarios de lograr este esquivo objetivo que quizás oculta un temor al orden, la realidad y la competencia que exige la aceptación de las reglas. Sin ella no hay progreso. Los interrogantes están planteados, la moneda está en el aire.

Sobre el autor

Javier García Labougle

Economista (UCA), asesor financiero y Director de la Revista Empresa.

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