Valores

Reflexionando sobre la beatificación de los mártires riojanos

Escrito por Daniel Martini
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“La santidad es el adorno de tu casa”
(Salmo 92)

En ocasión del Bicentenario de la Independencia, en 2016, los Obispos argentinos publicaron un documento en el que tuvieron la feliz idea de asimilar la modesta y austera Casa de Tucumán, con la “Casa común” que estamos llamados a construir para ser Nación. Lo dijeron en estos términos: “Los congresales hicieron de una «casa de familia» un espacio fecundo (…). Esta casa, lugar de encuentro, de diálogo y de búsqueda del bien común, es para nosotros un símbolo de lo que queremos ser como Nación” (BI 10)

En vísperas de la beatificación de los Mártires riojanos, me ha parecido oportuno considerar que estas vidas que dieron y siguen dando gloria a Dios en nuestra tierra, son los cimientos que la Iglesia sigue aportando a la construcción de una Nación cuya identidad sea “la pasión por la verdad y el compromiso por el Bien común”.

La santidad argentina es patrimonio de todos los argentinos. Nadie puede cruzar la Pampa de Achala en Córdoba, sin sobrecogerse ante la dimensión de la gesta brocheriana para el desarrollo integral de los serranos en Traslasierra. Como no se puede ingresar al Hospital de Niños de La Plata “Sor María Ludovica” sin reparar que fue allí donde la beata entregó su vida al servicio de la niñez desamparada. Tampoco podemos pensar en la Constitución de 1853, sin el sermón del gran orador de la Constitución, el venerable Fray Mamerto Esquiú. O en la defensa de los derechos humanos, sin que venga por asociación espontánea, el nombre del siervo de Dios, monseñor Jorge Novak.

Cosas más o menos parecidas podríamos decir de los 73 obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que, con paso más o menos decidido, caminan hacia la glorificación de los altares en Argentina. Y mucho más de los miles y miles que forman lo que el Papa Francisco, ha querido definir como “la clase media de la santidad”. Imagen maravillosa de los santos anónimos, los de “la puerta de al lado” que también construyen la Patria con su entrega muchas veces silenciosa e ignorada en el servicio a los hermanos.

Verdaderamente, podemos cantar con el salmista, que la santidad es belleza de la casa común de los argentinos.

Este 27 de abril son beatificados en La Rioja y reconocidos como mártires asesinados por odio al amor (que es la fe puesta en obras), el obispo monseñor Enrique Angelelli; el sacerdote francés Gabriel Longueville, el religioso franciscano Juan de Dios Murias y el laico Wenceslao Pedernera.

Reflejo de una Iglesia sinodal que camina unida hacia la Jerusalén celestial; un obispo, un sacerdote, un religioso y un laico, fueron juntos al martirio entre el 18 de julio y el 4 de agosto de 1976, en la provincia de La Rioja. Llegó para ellos “el día en que cualquiera que los mate pensará que le está prestando un servicio a Dios” (Jn 16,2).

Es la “Pascua riojana, alegría de toda la Iglesia” (CEA 8/11/2018). Sería una enorme pena, un auténtico desperdicio, que nos autoexcluyamos de esta fiesta del Pueblo de Dios, sacrificando nuevamente a estos mártires, como hace medio siglo atrás, pero ahora en el altar de las grietas ideológicas que vienen devorando nuestra Nación desde hace ya tanto tiempo.

Entre los santos y en la comunión de los santos, no hay grieta.

En momentos en que avanza decididamente el proceso de glorificación de nuestro querido siervo de Dios Enrique Shaw, cabe preguntarse: ¿podemos encontrar similitudes entre la vida de Enrique y la del nuevo beato Wenceslao Pedernera, que es el representante del laicado entre los nuevos mártires?

A priori, de las apariencias, nada parece asemejarlos. Es más, parecería que son exactamente los opuestos. Uno, materialmente rico y el otro pobre. Uno, nacido en una familia de clase alta y otro, venido del subsuelo de la Patria. Uno formado en las mejores universidades del mundo y el otro con la educación más elemental. Uno empresario y otro trabajador rural. Uno con educación y vocación militar, otro asesinado por quienes deshonraron el uniforme. La mirada superficial diría que la grieta está servida.

Sin embargo, desde la elección de David conocemos la sentencia de Dios: “los hombres miran la apariencia exterior, pero yo miro el corazón” (1 Sam, 16,7). Me parece que, por encima de las apariencias exteriores, hay una comunión profunda en la manera que Enrique y Wenceslao respondieron al llamado de Dios y en la forma que se hicieron santos.

  • Laicos del Concilio

El Concilio Vaticano II estableció una mirada renovada sobre la vocación y misión de los fieles laicos. “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo desde dentro, a modo de fermento. Y así manifiesten a Cristo ante los demás” (Lumen Genitum 31)

Aunque Enrique quedó a sus puertas y Wenceslao lo vio apenas en pañales, ambos llevaron este modelo de santidad laical del Concilio a su culmen. El beato Ceferino Namuncura era laico, pero solamente porque la enfermedad y la muerte temprana no le permitieron completar su vocación sacerdotal tan deseada. La beata Mamá Antula era laica, pero sólo porque en su contexto histórico no se podía ser religiosa fuera de un convento. Laurita Vicuña consumó su entrega antes de llegar a la vida adulta… Sin embargo, Wenceslao y Enrique eran laicos del Concilio y hasta la médula. Formaron una familia a la que amaron y buscaron con todo su corazón, con toda su alma y con toda su mente, construir el Reino haciéndolo nacer en las realidades temporales. Serán los primeros modelos y patronos de un laicado del Concilio en Argentina.

  • Laicos que “dejándolo todo, lo siguieron” (LC 5,11)

Es asombrosa la radicalidad con la que Enrique y Wenceslao vivieron su seguimiento de Jesús. Uno dejando la Marina y estando dispuesto -incluso- a renunciar a su vida de clase alta para hacerse obrero, si esa hubiese sido la voluntad del Señor. Otro, dejando la seguridad de una casa y trabajo en las bodegas Gargantini de Mendoza, para ir a servir en el apostolado del movimiento rural de La Rioja, fomentando cooperativas que dignifiquen a los trabajadores rurales. No quiero dejar pasar que la palabra laico, tiene la misma raíz etimológica de la palabra pueblo. Ambos, a su manera y en sus contextos históricos, se sintieron parte de uno y vivieron en consecuencia, sólo para servir a los demás, conscientes de un llamado y de una misión que los hizo ser-para-otros.

  • Laicos que “sintieron con la Iglesia”

“El sensus Ecclesiae —que nos salva de la «absurda dicotomía de ser cristianos sin Iglesia»— se apoya en tres pilares: humildad, fidelidad y servicio de la oración”. Papa Francisco, misa en Santa Marta del 30-1-2014

Enrique y Wenceslao fueron hijos de la Iglesia. Vivieron como tales en una plena comunión con ella. Es un amigo sacerdote el que persuade a Enrique que, siendo empresario cristiano, podría prestar un servicio tanto o más relevante que siendo obrero, a la dignificación del mundo de trabajo. El modifica su decisión inicial y abraza la vocación empresarial con la plenitud que todos conocemos.

El camino de Wenceslao de la conversión personal al compromiso social, es un camino siguiendo la pastoral rural de la Iglesia que tenía participación orgánica en el apostolado jerárquico, a través de la Acción Católica Argentina y de la comunión con el Obispado de La Rioja.

  • Laicos que “hicieron carne y sangre” la Doctrina Social de la Iglesia

“La DSI es parte constitutiva esencial de la Evangelización. Nosotros no aceptamos una división de la evangelización de la vida individual y privada, de la evangelización de la vida pública. Cuando la evangelización llega al ámbito de lo público, a la cuestión social, estamos en presencia de la DSI puesta en obra” (Padre Scannone, charla en Facultad de Teología 21/3/19).

Enrique y Wenceslao fueron evangelizadores de la DSI. La conocieron y ya nada fue igual en sus vidas. Enrique desde los libros, “Wence” -como le decían en su casa- desde la experiencia pastoral de monseñor Angelelli. Ambos la hicieron carne y tomaron decisiones en función de ella, decisiones que cambiaron radicalmente sus vidas. Uno dejó la Marina, buscando la dignidad de los trabajadores industriales; otro dejó la seguridad de Mendoza, buscando la dignidad de los trabajadores rurales.

“Puedo decirles que ahora casi toda la sangre que corre por mis venas es sangre obrera” dijo de sí mismo Enrique, en uno de sus últimos discursos ante los empleados que habían respondido masivamente a la convocatoria para donar sangre durante su enfermedad. La conversión de Enrique en un apóstol de la DSI se consumó en su sangre.

La conversión de Wenceslao también se consumó en su sangre derramada en el portal de su casa de Sañogasta, luego de ser “cocido” a balazos por sus asesinos. “No odien, yo los perdono” fue su testamento espiritual para su esposa e hijas pequeñas.

  • Laicos de la Acción Católica Argentina

No podemos obviar, por último, un vínculo evidente: Wenceslao es el primer beato de la Acción Católica Argentina (a la que perteneció a través del Movimiento Rural de AC), institución que hace -en ambos- honor a su condición de “escuela de santidad” y de la que Enrique fue dirigente nacional hasta el momento de su misma muerte.

 

En suma, los mártires riojanos han resucitado. ¡Celebremos la Pascua Riojana! Que ninguno de nosotros se quede al margen de esta fiesta y de esta alegría de todo el Pueblo humilde y fiel de Dios en Argentina.

Sobre el autor

Daniel Martini

Director ejecutivo de la Asociación de Distribuidores de Gas (ADIGAS). Socio de ACDE desde hace 25 años, dirigente de la Acción Católica Argentina y ex Director del Departamento de Laicos de la CEA.

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