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Un cambio de paradigma: la economía del don

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Hace mucho tiempo que el mundo está mal. Y no es que no seamos capaces de producir bienes u ofrecer servicios: lo hacemos mejor que antes, en menos tiempo, con más alternativas, y cuidando más a las personas. ¿Qué le pasa al mundo, entonces? Quizás haya llegado el momento de explicar por qué trabajamos, por qué emprendemos, en qué encontramos motivación, sin recurrir a la metáfora económica del interés propio.

Este cambio de perspectiva, o de paradigma, se puede rastrear ya en el siglo XIX y en los comienzos del XX, en pensadores como Pierre Joseph Proudhon y Marcel Mauss. Proudhon, que fue declarado utópico por describir lo que solo parecía – y era- una utopía, proponía un sistema de intercambio entre las personas no basado en la propiedad privada, sino en la reciprocidad (mutualité).

Él consideraba que la propiedad privada es siempre efecto de algún tipo de robo, que se perpetúa a través de la herencia. Por eso, para construir una nueva sociedad sin injusticias y con mayor igualdad, veía como necesaria la eliminación de lo que produce diferencias en origen, y sobre esta base más igualitaria, quería reemplazar la compra-venta por la reciprocidad. No se me escapan los problemas prácticos del sistema proudhoniano, pero resulta interesante su modo diferente de situarse frente a la capacidad productiva de las personas: producen por una actitud de reciprocidad.

En cuanto a Marcel Mauss, antropólogo estudioso de la dimensión del don entre pueblos originarios, ya en 1925 propone que sea justamente el don la clave de reinterpretación de la sociedad actual. No hay mejor manera para incentivar la cohesión social que el don, dice Mauss, porque éste tiene la propiedad de generar una respuesta en quien lo recibe y un lazo con el que dona, de tal modo que estos intercambios fomentan la función unitiva de la sociedad. El capitalismo, dice Mauss críticamente, ha reducido la actividad humana a las dimensiones de la compra-venta. Sobre este punto Mauss coincide con Marx, que había utilizado en “El Capital” (1867), la misma metáfora comercial para explicar justamente en términos de compra- venta de fuerza trabajo el misterio de la productividad del capital. Sin embargo Mauss no llega a las mismas conclusiones que Marx, y este último, por otra parte, siempre que pudo, criticó ásperamente a Proudhon, al que tildó invariablemente de pequeño burgués, que no lo era. Estas aclaraciones son para ahuyentar los miedos de los lectores que crean leer una apología del marxismo; marco aquí simplemente algunas coincidencias, aunque las derivaciones actuales de estos primeros atisbos de una economía del don están muy lejos de los planteos utópicos.

Otra forma de entender la productividad

Desde 1991, se ha puesto en marcha un movimiento en el ámbito empresarial que les está cambiando el rostro a las comunidades, y al mismo tiempo está generando una interesante literatura que va redescubriendo todavía más allá en el tiempo las raíces de este enfoque económico. Autores como Stefano Zamagni, Luigino Bruni y Annouk Grevin ofrecen análisis y propuestas para que la economía del don reemplace nuestro habitual modo de entender la productividad y el intercambio de bienes y servicios. Si bien se trata de una renovación que tuvo su innegable origen en el movimiento de los Focolarinos de Chiara Lubich, nos encontramos ahora frente a un impulso innovador y fecundo que puede difundirse más allá del movimiento.

La piedra angular de este distinto modo de entender la actividad productiva – y la misma empresa- es la evidencia de que emprender significa siempre querer darle algo a alguien. En pocas palabras, un emprendimiento genuino tiene siempre, en su raíz, la dimensión del don. Es fácil de entender: las ideas generadoras de novedades en el ámbito productivo tienen ese aspecto de querer mejorarle la vida alguien bajo algún punto de vista, Lo interesante, que tanto Zamagni como Bruni subrayan intensamente, es que cuando se habla de economía del don no se está suponiendo la gratuidad –ésa es otra dimensión del don- sino la reciprocidad. Pero si aceptamos que todos donan algo al trabajar, entendemos que el sueldo no es la prueba de la compra-venta de fuerza trabajo.

De hecho, lo más importante del trabajo no se puede pagar y no se puede obtener por plata La dedicación, la lealtad, la confianza, son dones, que se ofrecen cuando hay un ámbito propicio al don. Otras actitudes de fondo, otro clima de trabajo, otro pacto entre las personas, otro funcionamiento de las jerarquías. Crea entusiasmo ver cómo un cambio en la raíz produce inmediatamente frutos nuevos, más humanos, más acordes a nuestras necesidades. Es cierto que al comienzo del cambio hay un riesgo, porque las cuestiones humanas no se comportan como las de la materia inerte, pero ese riesgo está para ser asumido por el que se cree capaz del cambio.

Como dicen una y otra vez Zamagni y Bruni, también la confianza implica un riesgo, porque confiar es siempre respecto de algo que todavía no sucedió, es creer para adelante, sobre la base de algún indicio positivo. O sobre la base del valor de cada persona. La economía del don alienta una relación interpersonal de reciprocidad, habilitando en cada uno la capacidad de dar, en la que infaliblemente todos encontramos alegría. Porque todas las personas, más allá de lo que tengan en su bolsillo, son ricas en dones y se alegren cuando pueden darlos.

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