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Empoderar al Estado es aniquilar la iniciativa privada

Escrito por Antonio Margariti
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Augures y videntes 

No hay animador televisivo o comentarista económico de medios que deje de meter la cuchara en un tema tan complejo como la salida de la cuarentena, cuando dicen saber cuál es la fórmula para restaurar la normalidad económica. 

Extrañamente, todos repiten la misma receta. 

Pareciera que hubiesen encontrado una terapia sanadora, simple y fácil. Se trata de empoderar (empowerment) al Estado para que asuma las funciones del sector privado y reemplace las decisiones de personas y empresas particulares por decisiones del Gobierno.  

Para estos profetas de la enciclopedia, el elixir milagroso que va a garantizar la vida futura de los seres humanos, consiste en dar plenos poderes al Gobierno. Suponen que lo que no lograba el esfuerzo personal sí podrán hacerlo los políticos de turno. Creen a pie juntillas, que lo público-estatal es mejor, más sabio, más eficaz, que lo privado-personal, negando las evidencias de 74 años en contra.  

Como repiten este eslogan con seguridad académica, llegan a convencer a los simples de espíritu y a los limpios de corazón. Pero les ocultan que este mismo Estado fue el causante de la crisis y que sus políticas públicas se convirtieron en responsables de nuestra decadencia, como una ponzoña que afecta no sólo el respeto a la palabra empeñada y las buenas costumbres, sino el propio orden económico y social.  

Todo esto no sería grave si sólo llegara hasta aquí.  Pero resulta que esta misma opinión no es exclusiva de los augures televisivos.  También es sostenida por aquellos y aquellas que han desembarcado en cargos públicos del Estado y que, a diario, nos demuestran que la idea del empoderamiento (empowerment) les ha lavado el cerebro y les paraliza las ganas de hacer bien las cosas.

Gobernantes y polizones 

Los políticos que nos gobiernan y aquellos que aspiran reemplazarlos, no son simples polizones, es decir viajeros clandestinos de un lujoso crucero sino navegantes que tienen la honrosa e imprescindible obligación de gobernar. 

Gobernar es un término solemne, proveniente del griego “kybernar” que significa:  pilotear la nave del Estado llevando al pasaje y tripulación hasta el puerto de destino por la mejor ruta.  

Mentir descaradamente, demorar las decisiones, oscilar de un lado al otro, pretender sacar ventajitas, sancionar regulaciones bastardas, lavarse las manos o adoptar medidas por resentimiento y revanchismo, no es gobernar; sino desgobernar patrocinando el caos y la anarquía. 

Algunos de estos gobernantes, en descargo de sus limitaciones, dicen preferir un millón más de pobres antes que permitir 10 mil muertes más por coronavirus. 

Por eso se sienten cómodos con la cuarentena universal y forzosa. Porque no deben pensar en cómo solucionar los desquicios institucionales que, otros o ellos mismos, han provocado en la economía argentina a través de una catarata de leyes y decretos basados en erróneas teorías económicas y que nos sepultaron en la decadencia que vivimos. 

Falsas excusas

Para actuar así, alegan el pretexto de que lo recomienda el Consejo Científico sanitario de Epidemiología. Esta excusa les sirve para eximirse de culpas y lavarse las manos en materia económica. 

Pero no reparan en algo fundamental.  Si llegamos a un 50% o más de pobres sin trabajo, sin empresas funcionando, sin ingresos de sueldos, sin recaudación fiscal y sin producción de alimentos, la estampida de la exasperación social se los llevará puestos a todos ellos: presidente, vicepresidenta, legisladores y jueces. 

Por ahora están improvisando. Encargan emisión de moneda, renegocian la deuda como una partida de póquer, se refugian en trabas bancarias para que la gente no pueda disponer de sus pesos, impiden la compra de dólares para que no se resguarden de la inflación. Pero en forma simultánea no toman ninguna medida, absolutamente ninguna, para alentar la creación de bienes reales. Este perverso juego político, no sirve de nada.  Aun cuando lleguen los test, barbijos y respiradores donados por China o aparezca la esperada vacuna alemana contra el coronavirus 

Todos terminaremos exhaustos o desfallecientes si la descontrolada emisión del Banco Central no es acompañada con una equivalente producción de pan, verduras, legumbres, carnes, pescados, pastas, chacinados, leche, quesos y bebidas, por un lado; indumentaria, trajes, camisas, vestidos, medias y calzados por otro lado; fármacos, vacunas, apósitos, prótesis y medicinas por el otro costado. 

No se puede comer ningún puchero de papeles, sean pesos o cuasimonedas, con dibujitos de próceres, animales o políticos actuales. Ningún ser humano está en condiciones de hacer un guiso, una albóndiga o una sopa con billetes impresos por Miguel Pesce, presidente del Banco Central. Tampoco nadie puede confeccionarse traje alguno o vestido con telas compuestas por un entramando de billetes de papel moneda.

Nuestros dirigentes tienen la urgente obligación de pensar de manera más racional, sensata, menos emocional y con mayor grandeza moral. 

Ilusorias soluciones

En los últimos tiempos hemos oído, de parte de nuestro Presidente y del papa Francisco, dos engañosas soluciones que nada arreglan pero que agravan los problemas y se trata de lo siguiente. Alberto Fernández sugirió la necesidad de una especie de plan Marshall para ayudar a los gobiernos de países empantanados por la pandemia y que carecen de recursos para salir a flote. 

Francisco, por su lado, acaba de emitir un curioso documento, requiriendo que se condonen las deudas de los países y se reparta un salario mensual universal a cargo de no se sabe quién, como el maná caído del cielo durante el éxodo de Israel por el desierto. Vamos a examinar la primera propuesta.

Plan Marshall para el coronavirus

La propuesta de un plan Marshall formulada por nuestro Presidente, se basa en un famoso hecho histórico ocurrido entre 1948 y 1950. El mundo había salido de la más feroz guerra sufrida por la humanidad, la II Guerra Mundial (1939-1945). 

Para tener idea de lo que significó el conflicto, vayan estos datos comparativos. Tedros Ghebreyesus, cuestionado director de la OMS, estima que la pandemia podría dejar algo más de 500 mil muertos en todo el mundo y que ello es la dimensión de la gravedad del coronavirus. Pero, la IIª Guerra Mundial, cuyas municiones y proyectiles fueron tan letales como el virus corona, provocó una mayor cantidad de muertes: Alemania: 5,5millones de soldados y 3,8 millones de civiles. La Unión Soviética: 13,6 millones de soldados y 12,4 millones de civiles. China: 3,8 millones de soldados y 17 millones de civiles. Japón: 2,1 millones de soldados y 580 mil civiles. En total, la guerra exterminó a 83 millones de personas en 6 años, lo cual contrasta enormemente con el mencionado pronóstico de 500 mil del coronavirus: sólo el 0,6 % del total del mundo. Sin embargo, los países que sufrieron tamaño sacrificio, salieron adelante y se reconstruyeron en pocos años. Veamos con detenimiento estas fotos. 

Hamburgo – Operación Gomorra

La reconstrucción de Dresde tras el bombardeo . Imagen: Huffington Post

Mujeres alemanas limpian escombros en Berlín

General George Marshall

En Europa la postguerra fue muy complicada y peligrosa. Porque desató la ambición expansionista totalitaria de José Stalin para ejercer el dominio del Ejército Rojo sobre todo el continente. 

Al mismo tiempo los estadounidenses desarrollaban el plan Morgenthau del presidente Franklin D. Roosevelt cuya directiva de ocupación punitiva, oficialmente conocida como JCS1067, “ordenaba a las fuerzas americanas no llevar a cabo absolutamente ninguna medida de rehabilitación económica o industrial de Alemania”. Simultáneamente, los aliados (EE. UU, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética) se apropiaban y desmantelaban 1.540 fábricas de altísima tecnología, trasladándolas a sus países, incluyendo la tecnología de los cohetes espaciales de Peenemünde, que fue a parar a EE.UU. Por eso se desencadenó una formidable hambruna no sólo en Alemania sino en todos los demás países, también en las naciones aliadas.

Estas tres circunstancias hicieron ver al jefe militar de ocupación, Gral. Lucius D. Clay y a su Estado Mayor el peligro del avance comunista por toda Europa y la absoluta incapacidad del resto de la economía europea para alimentarse, vestirse y recuperarse económicamente sin la base esencial del aporte industrial de Alemania. Por lo tanto, el presidente Truman, aconsejado por su ministro de Defensa Gral. George Marshall, resolvió derogar la norma y la reemplazó por la JCS1779 que en su lugar establecía “que una ordenada y próspera Europa requería urgentemente la contribución económica de una estable y productiva Alemania”. 

A partir de allí, Alemania quedó consagrada como “la locomotora de Europa”. Pero como el desmantelamiento industrial había agravado la situación, el Gral. George Marshall ideó su famoso Plan y creó un cuantioso fondo de ayuda financiera (para esos tiempos) de US$ 14.000 millones, así distribuidos: Gran Bretaña US$ 3.297 millones; Francia US$ 2.296 millones; Alemania US$ 1.448 millones; Italia US$ 1.204 millones; Holanda US$ 1.128 millones. Compárense estas cifras con los US$ 67.450 millones otorgados al anterior gobierno argentino por el FMI, el Banco Mundial y el BID y nunca podremos explicarnos cómo a nosotros nos ocurren estas cosas.  

El burrito de arranque

Sin embargo, el Plan Marshall no fue esencial. Hoy, los políticos pedigüeños añoran la reedición de un nuevo Plan Marshall para reforzar las finanzas públicas que ellos mismos han devastado. Preguntémonos por un instante ¿qué harían con tantas divisas internacionales si las recibieran en donación, como lo pide el Papa? 

Seguramente las usarían para aumentarse los sueldos, intensificar partidas del gasto social y publicitar su dadivosidad con una formidable pauta radial, periodística y televisiva, que incluya el inevitable retorno. Se gastarían toda la plata incrementando el gasto público, sin rebajarlo ni un centavo y sin dejar en pie ningún proyecto productivo. 

Cuando en Europa se hizo el reparto de la ayuda del plan Marshall, pudo comprobarse que los dólares no eran tan importantes. Obraron, sí, como un cebador o burrito de arranque. Disponemos de una abundante e inestimable bibliografía y documentación económica que día tras día, informaba lo que estaba ocurriendo en todos los países que participaron de la IIª Guerra mundial. Así pudimos ver este contraste que, seguramente, hoy volvería a repetirse.

Se trata de la comparación entre Gran Bretaña, potencia victoriosa vs. Alemania, país derrotado. En el Reino Unido, el régimen conservador de sir Winston Churchill, triunfante en la guerra, fue reemplazado por la oleada popular del partido Laborista (igual que Argentina y en la misma época) que se dedicó a aplicar íntegramente el Plan estatizante de empoderar (empowerment) al Estado. Dicho plan fue diseñado por dos intelectuales fabianos: Lord John Maynard Keynes y Sir William Beveridge. De inmediato estatizaron las grandes empresas capitalizando sus deudas originadas en créditos otorgados por el Estado durante el conflicto. Nacionalizaron los depósitos bancarios. Deshicieron la salud privada y la convirtieron en salud pública. Aumentaron sideralmente los impuestos especialmente a las ganancias, a los capitales de empresas y a las herencias o donaciones de bienes personales. Clement Attle fue el político laborista ejecutor de tales medidas y a partir de allí comenzó una imparable decadencia que anualmente hizo caer el PBI británico entre un 6% y 8% durante 35 años (entre 1945 y 1979) hasta que los laboristas fueron barridos del poder y comenzó a gobernar Margaret Thatcher quien dio un vuelco de campana y enderezó la economía británica.

Curiosamente, el entonces presidente argentino, coronel Juan D. Perón copió íntegramente la receta fabiana-laborista de Gran Bretaña y mediante 16.268 decretos-leyes hizo exactamente la misma política con idénticos resultados, el primero de los cuales fue la fatídica crisis de 1952. 

En cambio, Alemania Federal, con ocupación tripartita de ingleses, franceses y americanos, tuvo un hábil canciller, Konrad Adenauer, quien encomendó a Ludwig Erhard que aprovechara los dólares americanos para rehacer el orden económico de Alemania bajo condiciones de libertad y justicia. Este perspicaz ministro de Economía sabía que en la ciudad Friburgo de Brisgovia, existía un grupo científico de economistas, juristas, teólogos, filósofos e historiadores que habían estudiado durante la guerra cómo podría hacerse renacer la economía alemana cuando el conflicto hubiese terminado, tanto sea con el triunfo aliado como con la victoria del III Reich. El grupo se llamó y se llama Escuela Ordo de Friburgo. Haciendo caso a este conjunto de científicos, la Alemania destruida y convertida en escombros, con 9,3 millones de civiles y soldados muertos en combate, más 12 millones de refugiados del este que huían del terror comunista, produjo en poco tiempo lo que se llamó el “milagro económico alemán”.

Basado en seis sólidos principios constituyentes y en tres criterios reguladores Ludwig Erhard hizo la reforma monetaria del D-Mark; dispuso una nueva legislación en reemplazo de las viejas leyes del régimen nazi; estableció un férreo orden económico coordinado con los demás órdenes jurídicos y sociales de la vida nacional; abrió la economía alemana y estableció la absoluta libertad de mercados mediante el sistema de precios libres con mercados abiertos. 

Ello sucedió el 20 de marzo de 1948. A partir de allí, Alemania experimentó un auge y crecimiento económico inusitado, que la convirtieron en la locomotora de Europa, mientras que Gran Bretaña se hundía en conflictos sociales y en una imparable decadencia económica que parecía no tener fin. 

Sobre el autor

Antonio Margariti

Economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente” (Fundación Libertad de Rosario). Falleció en noviembre de 2020. ✞

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