Agenda para el crecimiento

Carecemos de orden económico-social (Parte I)

Escrito por Antonio Margariti
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En lugar de orden económico hay reglas arbitrarias, inestables e incoherentes 

76 años de decadencia

Glosando a Carlos Santiago Fayt, prestigioso ministro de la Corte Suprema (1983-2015), podríamos decir que “las opiniones políticas son libres, pero los datos económicos son sagrados”. El 8 de mayo de 1945, al terminar la II Guerra Mundial, Argentina era, junto a EE.UU., uno de los mayores acreedores mundiales. Teníamos reservas por 1.250 tt. de oro de buena entrega y los créditos en £ inglesas equivaldrían a US$ 38.000 millones actuales (2). Éramos 15 millones de habitantes y ahora somos 44 millones.

Durante la II Guerra fuimos los mayores proveedores de alimentos mundiales. Los barcos, incluso ingleses, que partían del puerto de Rosario con destino a Gran Bretaña, Irlanda y España llevaban:  Corned beff Swift, Meat with gravy Centenario, Leche y manteca Dayrico, Queso en barra De Lorenzi, Avena Quacker, Aceite Único, Extracto Liebig’s, Carnes Bovril, Harina La Favorita, Fideos Minetti, Cacao en polvo Toddy   y Levadura de cerveza. Un minucioso sistema de espionaje detectaba el nombre y perfil de los buques que salían del puerto de Rosario y lo transmitía a la flota submarina de la Kriegsmarine.

En virtud de la valiente decisión del presidente Ramón S. Castillo al mantener la neutralidad bélica de Argentina, los 1.100 U-boot (submarinos alemanes) desplegados por el Almte. Kärl Dönitz en el Atlántico norte y sur, se abstuvieron de torpedear todo buque inglés con pabellón argentino que hubiese zarpado del puerto de Rosario.  Sin ninguna duda, éramos un país respetado. 

En 1946, nuestro ingreso per cápita llegaba a US$ 12.850 anuales (ppa año 2016) siendo superior -en esa fecha- a Francia, Nueva Zelanda, Gran Bretaña. Canadá y Australia. A fines de 2018, el ingreso per cápita ha caído a US$ 9.550  mientras que la media de esos países llega a US$ 41.313 anuales. En 70 años triplicamos la población y producimos menos de un cuarto de la renta potencial.

Luego de 11 años de recesión, en 2017 el PBI alcanzó US$ 637.590 millones. En   2018, sucedió una inesperada huida al dólar que pasó de valer $ 19,63 a $ 42,10 y el PBI descendió a US$ 432.950 millones. Para 2019 el FMI pronosticó otra baja del PBI a US$ 425.157 millones.

En julio del 2020, después de una cuarentena de más de 100 días, decretada como único remedio contra la pandemia del coronavirus, el ingreso per cápita ha caído -26,4 % y se ubica en US$ 7.165. Una verdadera tragedia humana seguida de desocupación, inflación, cierre de empresas y quebrantos generalizados. 

En el primer semestre del 2020, la mitad de los gastos públicos se financia con emisión espuria de moneda por el Banco Central. El terror al contagio social y la pérdida de puestos de trabajo ha traído como consecuencia un atesoramiento de moneda destinado a comprar abastecimientos básicos. Por eso la hiperinflación está contenida. Pero como no hay ningún plan económico oficial previsto para la post pandemia, nadie sabe cómo saldremos de este drama. Es muy probable que entonces la gente quiera deshacerse de esa montaña de dinero y provoque la híper.

Mientras tanto, Joaquín Cottani del IERAL (Fundación Mediterránea) ha calculado que el gasto público llegará en 2019/20 a US$ 200.000 millones lo que implica, por parte del Estado, una exacción de la renta nacional del 47% (Informe de Coyuntura IERAL: 17’Abril’2019).

Esto significa varias cosas: destrucción de riqueza por angurria del Gobierno, pobreza para toda la población, huida de capitales hacia el dólar, brutal caída en la demanda de moneda argentina, inflación y desempleo. De paso hay que señalar que la angurria del Gobierno es el afán de la casta política por apoderarse de la riqueza privada para adquirir poder político y asegurarse la permanencia en sus cargos.

No hay ninguna duda que algo muy poderoso ha impedido que Argentina siguiese el camino de los países adelantados del mundo occidental. 

Según Colin Clark ello ha sido consecuencia de las pésimas leyes sancionadas en 1946, que contribuyeron a crear y sostener una economía cerrada, improductiva, corporativa y deficitaria. 

En 70 años nos hemos convertido en el único caso mundial de “nación desarrollada” que retrocedió al subdesarrollo como “economía emergente” y terminó hundiéndose en la irrelevancia de “país fronterizo”. Hoy seguimos así, calificados por S&P como país B+ altamente especulativo, una de las 5 economías más vulnerables a un alza de la tasa de interés en USA, desconfiando del librecambio, aislados aduaneramente del mundo, defaulteadores seriales, agobiados por un Estado elefantiásico, auxiliado en 27 oportunidades por el FMI, con déficit permanente y una de las presiones fiscales más alta del mundo. sin infraestructura adecuada, sin fuerzas armadas, descapitalizados y con huida de capitales. Todo, como consecuencia de la corrupción endémica en la política, de anacrónicas leyes laborales y de un depredador sistema impositivo.

Después de dos años del mayor blanqueo mundial, el 85 % de los montos declarados permanecen en el exterior por desconfianza en nuestras propias reglas fiscales. Este y no otro es el panorama que el Presidente Fernández tiene que enfrentar para revertirnos en un país normal, ordenado, respetuoso, serio y confiable.

Para ello deberá hacer profundos e inexorables cambios. La mera cosmética, habitual en el mangoneo político, sólo servirá para consolidar una decadencia que lleva instalada más de medio siglo.  Cuando termine la pandemia universal, la realidad se enfrentará con la ideología de la decadencia. De la resultante de fuerzas, puede surgir un cambio copernicano en la legislación económica o la contumacia en la decadencia para terminar siendo un país fallido que se negó a ser una gran potencia.  

Sigue en parte II

Sobre el autor

Antonio Margariti

Economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente” (Fundación Libertad de Rosario). Falleció en noviembre de 2020. ✞

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