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Cuarta víctima: la apertura indiscriminada

Escrito por Hernán Maurette
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Balance provisional de la pandemia

La pandemia del coronavirus se cobró otra víctima: la apertura indiscriminada. En los últimos años la cuestión migratoria se había impuesto en la agenda. El muro de los norteamericanos para contener a sus vecinos del sur fuera de sus fronteras, las naves de inmigrantes que surcaban el Mediterráneo para desembarcar en las costas europeas, los hermanos latinoamericanos que venían a Buenos Aires, los porteños que se iban a Europa y a Estados Unidos, mientras los italianos que salían para Suiza y los franceses a Canadá, como decíamos en enero pasado con la nueva ola migratoria.

Las imágenes de confort y de vida fácil atrajeron a la gente del campo a la ciudad, otros lo hicieron buscando trabajo o salieron de un pueblo chico a una ciudad. Se vieron algunas consecuencias en Europa: comportamientos tercermundistas, como las protestas de los chalecos verdes, el terrorismo protagonizado por connacionales o el populismo, que invadió a los Estados Unidos y a las principales economías del mundo; un populismo, por su parte, curiosamente xenófobo. La globalización se terminó de configurar de este modo como un fenómeno de híper movilidad acelerado e histérico, sin raíces ni memoria, en búsqueda de la felicidad quimérica disfrazada de confort. Cuando ya era impensable la vuelta atrás, un suceso imperceptible a los sentidos -el Covid_19- provocó terror.

La gente interpuso barreras invisibles entre sí, aún a corta distancia, dado el contagio por contacto y agradeció la recomendación de la cuarentena. Hubiera sido mucho peor si esta pandemia hubiera sido de contagio aéreo. Rápidamente se reimpuso el control fronterizo aún en donde no existían fronteras, como en algunos pueblos y ciudades, que hicieron barricadas para aislarse; el transporte de media y larga distancia se frenó en casi todo el mundo, y el de corta funciona en forma parcial. Las fronteras económicas se mantendrán lo más cerrada que puedan mucho tiempo más para que la producción de mercancías vuelva a generar trabajo e ingresos; y éstos, el consumo que la economía necesita para reactivar la rueda. Las megalópolis, que ya tenían claro que no son sustentables y que deben reducir su densidad poblacional, deberán acelerar los procesos que se pretendían hacer en forma levemente forzada a una relocalización proactiva. Nuestro país debe revisar su desarrollo territorial. No debe seguir creciendo mega cefálico. Necesita equilibrar su dimensión respecto del interior. Si no lo hacemos nosotros, lo harán otros.

Sobre el autor

Hernán Maurette

Politólogo. Consultor en asuntos públicos. Lidera el Comité de Comunicación de ACDE. Premio a la Trayectoria Profesional del Consejo Profesional de RR. PP. del año 2021

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