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Dura lección, aprendizaje valiente

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Ahora que la pandemia del Coronavirus ha puesto al desnudo todas las falencias y debilidades de la organización social global y amenaza en convertirse en una crisis económica más severa aún que las ya conocidas, emergen las propuestas y tentaciones facilistas que tanto daño han hecho en el pasado. Las recetas de manual han quedado obsoletas. Responden preguntas diferentes a la que esta crisis plantea. El miedo una vez más puede alentar la solidaridad, pero también la tentación totalitaria. En el lado opuesto las promesas de un bienestar en base a la pura eficiencia del mercado han quedado seriamente cuestionadas. El positivismo que ha reinado en el nacimiento y avance de las ciencias sociales enfrenta una dura lección. Es cierto que el mundo dispone hoy de un nivel de riqueza que no conoció antes la humanidad. Es cierto también que la desigualdad es también muy grande. Difícil establecer si es mayor o menor que cuando la humanidad se dividía entre hombres libres y esclavos. Pero lo cierto es que el sueño del ser humano de alcanzar un nivel de bienestar material para todos los habitantes del planeta ya era antes de esta crisis un desafío lejano, y hoy cabe preguntarse si es realmente alcanzable. 

Empezando con una mirada desde la Fe, ¿es posible para el ser humano crear riqueza en forma genuina, o estamos condenados a repetir una y otra vez la historia de la torre de Babel? ¿Hay fuentes genuinas de la riqueza? Sabemos que la repuesta liberal se basa en el concepto del egoísmo y el afán de lucro sin miramientos; y que la repuesta marxista desconoce el derecho de la libertad, amparándose en una supuesta y probadamente falsa superioridad moral del Estado. Ambas se basan en una enfermedad humana: el egoísmo. Uno lo “trata” en base a la competencia descarnada, el otro en base al “totalitarismo”. Conocemos los resultados.  La Doctrina Social de la Iglesia ha intentado apelar a la buena voluntad humana para lograr una sociedad más justa. Pero ¿alcanza con una apelación? ¿No será el momento de intentar un paso más audaz y atreverse a ir en busca de una respuesta más técnica y científica? ¿Es posible una organización económica y social basada en los valores evangélicos? ¿O somos fatalmente “desterrados” y quienes deseamos tratar de vivirlos estamos condenados a ser mártires en una sociedad dominada por corruptos? ¿Cuáles son las estrategias adecuadas para volver a crear riqueza en nuestro país y lograr abatir el flagelo de la pobreza? Hace falta un debate muy hondo, muy serio y muy sincero. No hay repuestas fáciles, pero es necesario buscarlas. Los interrogantes son muchos y un foro permanente de discusión con compromiso puede ser un aporte muy luminoso, una entidad como ACDE quizá podría institucionalizarlo.

Lo que parece cierto es que la organización económica de la sociedad en nuestro siglo se basa en el capitalismo, con todas sus virtudes y defectos, sin distinción de ideologías, capitalismo de mercado o capitalismo de estado, pero capitalismo al fin. Esencialmente se trata de organizar la economía en base a dos elementos: el capital y el trabajo. ¿Es posible humanizar este esquema de organización sin llegar a los extremos que proponen las ideologías en pugna? ¿Es posible lograr la “eficiencia” económica en base a los principios del Evangelio y la libertad humana? “La verdad os hará libres” leemos en la Escritura, la Palabra de Dios. ¿No sería oportuno entonces buscar la Verdad también en esta materia? No hay repuestas fáciles a estos interrogantes, y el “facilismo” y el populismo son una enfermedad tan seria como el egoísmo. Hay dos valores que deberían ser considerados incuestionables en este debate: la libertad y la vida humana. 

En una luminosa reflexión el Sumo Pontífice Francisco nos enseña a distinguir la astucia mundana, que se manifiesta en corrupción, abuso y el engaño de la astucia cristiana que se basa, cueste lo que cueste, en vivir según los valores del Evangelio, con trabajo serio pero alegre, honestidad, del respeto a los demás y su dignidad. Nuestros dirigentes políticos, empresarios, sindicales, y lamentablemente muchas veces también religiosos, han probado ser con frecuencia claros ejemplos de la astucia mundana, y el resultado ha sido la destrucción de nuestra nación. Para superar la trampa macroeconómica y discutir en serio el desarrollo sostenible para nuestro país es necesario contar con el aporte y el compromiso de dirigentes con auténtica buena voluntad, con valor para vivir al servicio del Valor.

No es fácil, pero emulando a nuestro héroe patrio, el General José de San Martín, en su histórica respuesta ante la desafiante pregunta si era posible concretar con éxito su proyectado cruce de Los Andes: “sé que es casi imposible, pero es imprescindible intentarlo”. La lección es muy dura, la respuesta tendrá que ser muy valiente.

 

Sobre el autor

Javier García Labougle

Economista (UCA), asesor financiero y Director de la Revista Empresa.

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