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Eucaristía y vida empresaria (Parte II)

Escrito por Portal Empresa
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Conferencia pronunciada por Enrique Shaw en el VI Congreso Eucarístico Nacional, en Córdoba, en octubre de 1959. (Y dominad la tierra… ps. 57 y siguientes). Viene de parte I

2° Bienaventuranza 

Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra 

Así como la primera Bienaventuranza nos enseña que a quienes no se apegan a las cosas terrenas se les da el derecho al reino de los cielos, en la segunda Bienaventuranza, preparada por la primera – que ciega la fuente más abundante de la ira que es el anhelo de poseer o mandar- a los mansos se les promete además el de la tierra. 

Muchos creen que la mansedumbre es algo negativa o por lo menos tan sólo pasiva; no la virtud de un héroe sino la de un felpudo que se deja pisotear sin quejarse. 

Todo lo contrario: no es algo que nos frene, que inhiba nuestra personalidad, sino la aplicación de una auténtica fuerza de carácter, en el momento que nuestro prójimo lo necesita, para así «darnos» mejor. 

La mansedumbre hace que seamos dueños de nosotros mismos, calmos, y que veamos en el prójimo sus limitaciones y su grandeza, que veamos en él al hijo del Padre Común y por lo tanto lo respetemos. 

En otras palabras exige un dominio de mí mismo, para así poder darme, ponerme al servicio de los otros. 

La justicia es objetiva e indiferente a las personas; la mansedumbre, al hacernos actuar siempre con pleno dominio de nosotros mismos, confiere un algo muy especial a nuestras relaciones con el prójimo y por lo tanto es una de las virtudes más necesarias para la vida en común. 

Sólo los mansos podrán llevar a cabo una acción verdaderamente eficaz, pues solo quien previamente ha llegado a un pleno dominio de sí mismo tendrá la calma necesaria para ver claramente las circunstancias y las posibilidades de los hombres, el Plan de Dios acerca de sí mismo y acerca de los demás y poseer asimismo esa mansedumbre que conquista los corazones y aúna las voluntades. 

Esto no quiere decir que nunca haya que proceder con severidad, sino que hay que hacerlo sin orgullo. El orgulloso suscita siempre reacciones. 

Para que un dirigente de empresa sea eficiente es también indispensable que sea manso, que sepa contener su irritación, etc. Contestar airado a alguien que también lo está, no sólo es malo para la propia perfección sino para la actividad comercial -por ejemplo si el otro es un cliente- y para las relaciones humanas, dentro o fuera de la empresa. 

En resumen, debemos ser dueños de nosotros mismos para así poder ser como los demás necesitan que seamos. 

3° Bienaventuranza 

Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados 

No se trata naturalmente del llanto egoísta del que no puede conseguir lo que quiere, como del chico que llora por un juguete, sino de quien siente las consecuencias del pecado, en sí mismo y en quienes lo rodean. 

¡Quién no se ha sentido, como San Pablo, tironeado entre el bien y el mal!(1) Y no es necesario recordar los sufrimientos que continuamente nos causan las imperfecciones del prójimo, aún de los más buenos entre nuestros conocidos. 

Esta bienaventuranza nos enseña a juzgar acertadamente a las criaturas, juicio frecuentemente lleno de dolor(2) pero, como el del Señor, lleno también de amor: hace que no los despreciemos (lo que sería un insulto a Dios su Creador) ni los idolatremos (lo que equivaldría a dejarlo a El de lado)(3) , sino que los veamos tal como son y percibamos que Dios quiere hacer surgir un bien y una sobreabundancia de gracia, aún de allí donde abunda la miseria.(4)

En consecuencia, también esta bienaventuranza nos invita a «darnos», a estar «abiertos» al prójimo, siempre dispuestos -a pesar de la conciencia de nuestros defectos-, a «llorar con los que lloran»(5), humildemente agradecidos a Dios por la oportunidad de servirle si alguien nos trae sus cuitas aunque el momento sea poco oportuno… 

Y esta actitud, totalmente opuesta a la de quienes satisfechos consigo mismos, se aíslan del prójimo diciendo que ya tienen bastante con sus problemas para querer preocuparse con los de los demás, trae «consuelo», no en el sentido que corrientemente se le atribuye a esta palabra -como de quien toma una aspirina-, sino en el que Nuestro Señor le atribuyó cuando dijo que nos iba a enviar al Espíritu Santo, el Paráclito, el Consolador(6): es decir un fortalecimiento que también, secundariamente, nos calma y alegra, en orden a la renovación de la fuerza necesaria para sobreponemos al sufrimiento.(7)

La vida matrimonial -modelo de toda sociedad, incluso empresaria- nos ayudará a comprender esta enseñanza en lo referente a nuestras relaciones con el prójimo. Uno de los elementos que constituyen la belleza de la institución del matrimonio no es solamente la perfección del cónyuge, sino también sus imperfecciones que hacen que el otro cónyuge tenga ocasión de demostrar su amor, su paciencia, su esperanza, su alegría al pensar en un futuro eterno unidos ambos con Dios y entre sí. 

Y así como una madre cuanto más fecunda sea, más frecuentemente tendrá motivos de «llorar» por tener un hijo enfermo, un empresario, cuanto más auténticamente «hombre de empresa» sea, más contactos tendrá con el prójimo y más sufrimientos tendrá como consecuencia; pero ello no lo debe frenar en su acción. 

Se oye a veces decir a algún dirigente de empresa: «me retiro de los negocios porque estoy cansado de pelear con la gente»; hay sin duda muchos, y muy legítimos, argumentos para retirarse, pero éste no es uno de ellos. 

4° Bienaventuranza 

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados 

No se trata de la justicia corriente, defensa de los propios derechos con el mejor abogado de plaza; sino que al decir «justicia» -dar a cada uno lo suyo- hay que pensar en los derechos de todos, incluyendo los de Dios, de cuyos derechos precisamente se derivan los de todos los demás. 

En estos momentos en que los dirigentes de empresa, encontramos tantas dificultades para cumplir nuestra misión, esta Bienaventuranza no sólo debe impedir que nos desalentemos por todo ello sino que ha de animamos a seguir procurando que, comenzando por las de Dios y siguiendo por las de las personas que de nosotros dependen, sean satisfechas las exigencias de la justicia; si sólo buscáramos defender nuestros propios derechos, no sólo no seremos saciados, ni siquiera satisfechos, sino que seremos frustrados. 

Y no nos preocupemos por la magnitud de la tarea y las dificultades que encontramos; la bienaventuranza no pone el énfasis en la magnitud del éxito que logremos sino en la magnitud del amor con que procuramos llevar a cabo la porción que nos corresponde. 

5° Bienaventuranza 

Bienaventurados los misericordiosos, porque conseguirán misericordia 

Esta bienaventuranza, de significado general tan claro, debe ser motivo de especial consideración para nosotros, los hombres colocados en posición de privilegio -que es muy distinta de la de privilegiados-, pues precisamente como ejemplo de falta de correspondencia a la gran misericordia de Dios, Nuestro Señor menciona a un hombre de cierta posición económica(8) ; algo semejante ocurre con la parábola del mayordomo a quien se le perdonó mucho, pero que a su vez no perdonó(9), que termina con el llamado a usar la riqueza para granjearse amigos «para que, cuando ella falte, os reciban en las moradas eternas.» 

¡Sugerencia maravillosa y bien «práctica»! En efecto, qué más puede pedir quien algún día tendrá que someterse al examen de su conducta, que el saber de antemano cómo quedar bien con su Juez y aún más, poder fijar por sí mismo su sentencia «porque… la medida que usáis, se usará con vosotros». (10)

Otra faceta interesante de esta bienaventuranza es que Santo Tomás, al comentar la misma, la relaciona con el Don de Consejo – ese movimiento del Espíritu Santo que ilumina nuestra prudencia humana con la sabiduría misma de Dios-. En otras palabras, afirma que el juicio humano será tanto más cierto, más verdadero cuanto más comprensivo, más misericordioso sea. 

Si con esta actitud de espíritu analizamos determinados errores, omisiones, o falta de moral profesional que suelen darse entre los grupos sociales de menores posibilidades económicas, debemos nosotros, los dirigentes de empresa, como obligación de verdad y de misericordia, reconocer nuestra responsabilidad en cuanto grupo social, pues muchas de esas fallas provienen, entre otros motivos, de falta de enseñanza religiosa durante varias generaciones, de la cual fueran privadas por leyes aprobadas por nuestros abuelos, que eran los únicos que podían votar, pues quienes carecían de bienes económicos no tenían peso alguno en las elecciones. 

¡Tengamos esto bien en cuenta antes de calificar despectivamente a alguien por el color de su cabeza! 

 

Referencias

  1. Cf. Rom. 7, 19-23.
  2.  Cf. Juan 2,24 .
  3. Cf. Vann, O. P: «The Divine Pity», p. 82.
  4.  J. M. Perrin, «L’Evangile de la Joie», p. 95.
  5. Rom. 12, 14.
  6. Rom. 12, 14.
  7. Cf. Vann, op. cit. p. 81.
  8.  Mateo 18,24.
  9.  Lucas 16,1-8.
  10.  Mateo 7,2.

 

Sigue en Parte III

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