Justo hace unos días leía un texto de Nicolás Laferriere sobre la objeción de conciencia en la medicina basado en el Mensaje para la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo del Papa Francisco. Inspirado en tales palabras creo que, en primer término, la objeción de conciencia no contradice, sino que ratifica la necesaria coherencia profesional que se exige de un servidor puesto que vulnerar la verdad es, como se dice en el campo, escupir contra el viento; una solución de corto plazo.
En un mundo necesitado de orientación, puede ser también una señal clara a la propia organización y al ambiente profesional. Siempre hay otro camino. Un profesional serio debe tener otros recursos y estar dispuesto a utilizarlos por más que parezcan más complejos y exigentes. También señaló el Papa que “la elección de la objeción, sin embargo, cuando sea necesaria, debe hacerse con respeto, para que no se convierta en motivo de desprecio o de orgullo lo que debe hacerse con humildad, para no generar en quien nos observa un igual desprecio que impediría la comprensión de los verdaderos motivos que nos empujan. Es bueno, en cambio, buscar siempre el diálogo, especialmente con aquellos que tienen posturas diferentes, escuchando su punto de vista y tratando de transmitir el vuestro, no como alguien que sube a una cátedra, sino como el que busca el verdadero bien de las personas. Hacerse compañero de viaje de quienes nos rodean, especialmente de los últimos, de los más olvidados, de los excluidos: esta es la mejor manera de comprender a fondo y con verdad las diferentes situaciones y el bien moral que lleva aparejado”.
«El derecho a la objeción de conciencia -agregó- debe ser reconocido dentro de cada estructura jurídica, porque es un derecho humano. También para un funcionario público, que es una persona humana.» El Papa terminó reconociendo que muchas veces estamos remando contra la corriente. Pero que, si ese es nuestro deber, no conviene rechazarlo.