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Meritocracia para mí

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Iba a comenzar con un ciber-anzuelo del tipo ¡Encontré la vacuna!, pero después mi almohada sintetizó este título. Me refiero a la vacuna contra la meritocratitis. En columnas anteriores, la había descripto como un sufrimiento que resulta de la frustración generada por creer demasiado en que las recompensas/reconocimientos/beneficios/frutos se deberían cosechar meritocráticamente.

Mi objetivo no es desvalorizar la búsqueda de la excelencia, ni ser complaciente con la mediocridad, ni desalentar las ambiciones y logros; tampoco es una discusión política. Insisto en una reflexión que pueda disminuir algunos sufrimientos que devienen de la imaginación, la idealización o el autoengaño e invite a abrevar ánimo de otras fuentes. 

¿Será Papá Noel responsable de la mentalidad meritocrática?

La meritocratitis como sufrimiento ubica en un lugar de víctima o de damnificado a quien hizo todo lo que pudo para ser protagonista. ¿Cómo salir de este lugar?

Antes, Ud y yo tenemos que clarificar algo -o indagar en ello- porque no tengo la respuesta y espero su ayuda. 

Meritocracia termina en kratos, gobierno en griego. La cuestión que planteo es ¿quién es el sujeto-agente o sujeto activo de la meritocracia? El sujeto receptivo, ya lo tenemos identificado: los esforzados, los “lograntes”, los laburadores, los estudiosos, los perseverantes, los que no perdieron el tiempo, los honestos, los que aprovecharon las oportunidades, los que la pelearon contra viento y marea, etc. Eso está claro. 

Lo que no lo está tanto es ¿quiénes suponemos que están moralmente obligados a otorgar/administrar las recompensas o reconocimientos de acuerdo con el criterio de los méritos y no según algún otro criterio de justicia? ¿el Estado? ¿la empresa? ¿los accionistas? ¿el directorio? ¿el dueño? ¿los clientes? ¿las instituciones educativas? ¿la burocracia? ¿los medios? ¿“el sistema”? ¿los historiadores? ¿la memoria colectiva? ¿el arte? ¿los votantes? ¿los clicks? ¿los likes? ¿tu familia? ¿vos? ¿yo?

Cuando la ética se hace sinónimo de política o el planteo político sustituye la pregunta ética, se pierde la dimensión individual y aparecen las apelaciones a diversos Deus ex machina que deberían solucionar/reparar todo lo que está. 

Volvamos a la pregunta ¿qué pensás vos? ¿quiénes son los que deberían guiarse por criterios de decisión meritocráticos? ¿los líderes? ¿los directivos? ¿los gerentes? ¿los funcionarios públicos? ¿los padres? ¿los docentes? ¿vos? ¿yo?

Si uno apela al argumento de la integridad, sin dudar y sin excluir a ningún otro agente, la respuesta es que el primer sujeto activo de la meritocracia soy yo.

Es decir, soy yo reconociendo los méritos de otros, permitiendo que expandan sus logros. Soy yo reconociendo la envidia y mis faltas de agradecimiento a los que me reconocieron, recompensaron, beneficiaron o me abrieron paso. Soy yo no quedándome con los méritos de otros. Soy yo ofreciéndole -de lo que pasa por mis manos-oportunidades a otros.

Éste es el remedio. Es muy simple. Es individual, pero de efecto colectivo. 

Inmuniza -en parte- contra las faltas de reconocimiento, sobre todo, si se hace de forma no-condescendiente (Do not patronize me!). Es decir, si lo hago sabiendo que yo en cualquier momento podría estar en ese otro lugar.

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