Volvía recién de comprar alguna fruta y sacar dinero del cajero. Vi un policía y le pregunto: ¿necesita algo? ¿le traigo un café? Bien separados a más de tres metros y hablando fuerte pues entre la bufanda que Graciela me había envuelto prolijamente tapando la boca y orejas y los anteojos parecía estar preparado para asaltar a alguien.
Policía (metiendo la mano en su bolsillo se comienza a acercar y sacar un dinero prolijamente suelto): ¿Me puede comprar un Actrón en el kiosco de Alberdi y Emilio Mitre? (Me costó escucharlo estando lejos y yo con mi sordera creciente más la bufanda).
No voy hasta allí, pero vamos a hacer una cosa. Dejo mis cosas en el departamento y seguro tengo algo para el dolor de cabeza. Se lo bajo en un rato. En casa saco agua de la heladera, un vaso descartable que me costó encontrar y dos Ibu 600. Le recorto un pedacito de blíster, una parte de la caja para que vea qué le llevo, lo pego con cinta scotch, bajo y voy hasta la esquina.
Policía: Muchas gracias… ¿Le molesta si le digo algo?
Yo: No. ¿Precisa algo más?
Policía: No, es que la gente de plata (propia inferencia obvia de Caballito a media cuadra de Valle y Víctor Martínez) nunca me pregunta nada. Muchos ni me saludan… Yo soy de Paso del Rey ¿y usted? Dejo la guardia a las 22; avíseme si precisa algo usted.
Yo: Bueno, no se preocupe. Yo estoy a 150 metros, en esta dirección que le puse pegado al blíster y ese es mi número de celular que también anoté. Si necesita algo más antes de las 22, me llama.
Dejo que cada uno haga sus propias reflexiones. No importa mi nombre ni el del policía pues los dos somos parte de muchos otros miles de a dos. Todo lo que debe haber pasado por su cabeza y todo lo maravilloso que pasó dentro mío, por nada más que “mirar al de al lado” y decirle “¿necesita algo?”. Actitud + Aptitud
