Agenda para el crecimiento

Bases institucionales, competitividad y ciencia para el desarrollo

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Escrito por Marcelo Resico
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Una mirada para la Argentina desde la Economía Social de Mercado (Parte I)

Esta columna apunta a reflexionar sobre tres temas vinculados: a) las bases institucionales para el desarrollo, b) su relación con el comercio internacional, y c) qué papel juega el sistema científico-tecnológico en el mismo. Para ello me basaré en mi especialidad, el enfoque de la Economía Social de Mercado (de aquí en adelante ESM), desarrollado en Alemania en la segunda posguerra para la reconstrucción económica y social del país, que había quedado devastado por la guerra.1

a) Bases institucionales para el desarrollo

Comenzaremos diciendo que estas dependen de políticas públicas estables y efectivas, que tienen en la legislación su marco de actuación, y, a su vez, que ésta última depende de objetivos determinados por principios y valores. Para que las políticas tengan estabilidad y efectividad se requieren consensos mínimos en cuanto a las instituciones y a los principios que las fundamentan.

En este sentido la ESM intenta combinar o armonizar el principio de libertad con el de solidaridad o equidad. Para la ESM la libertad sola no alcanza, el presunto “derrame” se transforma en mero “goteo,” con lo cual se termina en una situación de desigualdad difícil de sostener en un sistema democrático.2 Por otra parte, los que proponen la solidaridad a costa de la libertad, terminan obstaculizando iniciativas fundamentales para la inversión y el crecimiento económico, con lo cual es cada vez más difícil su objetivo de mayor equidad. Para distribuir es necesario primero producir, pero produciendo solamente no es suficiente para una distribución adecuada, digamos social y políticamente hablando. La Argentina tiene esas instituciones, fundadas en el artículo 14 y 14 bis de la Constitución Nacional, que garantiza derechos individuales y sociales al mismo tiempo, pero han sido utilizadas históricamente de modo unilateral y contrapuesto.

Se pueden buscar diversas causas a esta polarización de visiones y actuación. Una de origen intelectual, en un pensamiento racionalista y axiomático, en lugar de por “principios” de adecuación prudencial, de acuerdo con contexto y las circunstancias. Nuestra práctica política por momentos parece en exceso pragmática, pero nuestro discurso político suena muchas veces axiomático. También la polarización, o la “grieta”, es redituable. En política de comunicación rinde también, porque la pelea y el choque aumentan el rating. Estos son rasgos de la naturaleza humana, y pueden alguna vez servir para ganar elecciones -aunque no siempre- pero no sirven luego para gobernar, porque impiden establecer consensos mínimos que respalden instituciones bien diseñadas y de cumplimiento efectivo por las partes –que es lo único que da sustentabilidad, y por ende resultados efectivos, a la acción de gobierno a través de políticas de estado.

En cuanto a qué instituciones se necesitarían para un modelo de generación de riqueza perdurable. Justamente se requieren instituciones que garanticen y alienten la iniciativa y la inversión, es decir la producción de riqueza. Pero, al mismo tiempo, que sea socialmente percibido que esas mejoras sirven al conjunto de la población; si no, no serán sustentables en el caso de una democracia.

La Argentina tiene esas instituciones: la propiedad privada, los contratos que dan base a una economía de mercado, las formas empresariales entre las que garantizan la libertad de acción económica. Por otro lado, la defensa de la competencia, la libertad de asociación para capital y trabajo, las regulaciones, el sistema tributario y las políticas sociales, para reforzar una distribución más amplia. Pero nuestra tesis es que ambos grupos de instituciones se han usado de una manera pendular: gobiernos enfatizando un aspecto, otros el otro, sin una base común, con resultados menguantes muy evidentes.3 La propuesta de una ESM es armonizar esos dos polos: es de “mercado” para la producción y “social” para reforzar la distribución, que el mercado genera, pero es necesario fortalecer.

También, es esencial en una ESM evitar que el éxito económico se produzca por medio de privilegios o prebendas de parte del sector estatal, o limitando la competencia en el sector privado. Si, por el contrario, se verifica una acumulación de poder sin control en el estado o concentración económica en el mercado, se generan instituciones “extractivas”, como han expuesto Acemoglu y Robinson (2012).4 Estas no generan retorno al que se esfuerza sirviendo al ciudadano (en política) o sirviendo al consumidor (en economía). Sino que lo hace hacia el que utiliza el gobierno y el estado para transferir recursos para sí y su grupo –lo que Max Weber denominó “patrimonialismo” –, o al que genera escasez artificial a su favor en el mercado por medio del monopolio, la captura del estado, o la colusión, como ha analizado Wilhelm Röpke en su economía política.5

Respecto a qué incentivos deberían promoverse para reformular instituciones existentes o diseñar nuevas. En principio debemos partir de la idea que el Estado tiene una capacidad inherente de generar beneficios y costos a los distintos actores o sectores, a través de la definición de políticas, de la legislación y de su propio funcionamiento. En este sentido establece las “reglas del juego” económico y social. Y debiera hacerlo incentivando a los que generan valor económico social, y desalentando a los que lo destruyen. Para hacer esto se necesita legitimidad de origen y de ejercicio.

Sin embargo, unos confunden esto con el logro de un poder hegemónico que encuadre el orden social –una solución inmadura y antidemocrática– y esto es lo que las facciones o partidos han intentado hacer muchas veces en la historia argentina. Unas veces a través de partidos “movimientistas,” (reconocibles porque están dispuestos a cambiar la Constitución para lograr su re-elección indefinida), otras veces, durante un largo período, a través de lo que fue el “partido militar”.

Hoy día en nuestro país, más de 30 años después de la recuperación de la democracia, y junto con una dolorosa experiencia de inestabilidad política y económica, hemos logrado desarrollar dos fuerzas políticas con legitimidad popular, con capacidad de gobernar, y la posibilidad de garantizar la alternancia democrática. Nos falta solamente la capacidad de consensuar instituciones y políticas de estado puntuales pero fundamentales. Esta idea ya está difundida, afortunadamente, en nuestro debate público, y en una parte importante de la propia opinión pública. Por eso estamos cerca del objetivo, aunque sigue siendo importante criticar las ideas y aislar a los pequeños grupos que aún persisten en una vocación hegemónica.

En cuanto a cómo se podría comprometer a una sociedad detrás de un proyecto así. Es la tarea central que compete a la dirigencia política de un país: comenzando por los políticos profesionales, siguiendo por los representantes de los sectores productivos, empresa y trabajo, los medios de comunicación, la academia, etc. Esto requiere ejemplo personal y una actitud pedagógica –cuanto mayor exposición, más responsabilidad– para elevar el nivel del debate público en el país.

b) Vinculación del desarrollo con el comercio internacional

En cuanto al peso que tiene el comercio internacional en el desarrollo de una sociedad como herramienta de reducción de la pobreza. Partimos del hecho de que casi todos los países se han desarrollado por el comercio exterior en lo que se denomina un export led growth model o modelo de crecimiento liderado por las exportaciones. Así ha sido con las naciones de Europa, Estados Unidos, luego con Japón y los tigres del Asia, incluso recientemente China, en todos los casos impulsando sectores con valor agregado. (Pocos casos, luego, han desarrollado un gran mercado interno como los Estados Unidos, o la Unión Europea –lo mismo que planea hacer China hoy día.)

Esta idea cobró su forma moderna en Estados Unidos y Alemania en el siglo XIX, cuando se plantearon cómo fortalecer sectores para la competencia internacional, contando con que ya había un líder que se les había adelantado en la “Revolución Industrial,” y era Gran Bretaña. Allí surgió lo que llamaríamos un “desarrollismo,” es decir potenciar sectores para que ganen la escala y las capacidades para la competencia internacional. Esto es difícil de comprender en la Argentina de la “grieta,” porque un bando propone el libre comercio sin tener en cuenta el valor agregado y el empleo (o pensando se darán “automáticamente”). El otro propone la protección con la mira puesta en el mercado interno –mayormente motivado por razones políticas– pero sin claridad en que el objetivo necesario para un crecimiento sustentable es finalmente exportar al mercado internacional.

Artículo publicado originariamente en la web del Programa de Economía e Instituciones de la UCA (clic acá para ver el PDF).

Sigue en Parte II.

Sobre el autor

Marcelo Resico

Doctor en Economía (UCA). Obtuvo una Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE y un Diplomado en Economía Social de Mercado en la Universidad Miguel de Cervantes, en Chile. Es profesor e investigador del Departamento de Economía de la UCA.

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1 comentario

  • Ante todo la democracia jamás se «recuperó» en Argentina porque nunca existió ni existe un gobierno democrático en el país. Argentina desde Peró hasta la fecha es un país totalitario donde los gobiernos han hecho lo que han querido y los ciudadanos sin medios legales para actuar sólo han podido ser pasivos expectadores de una decadencia cada vez mayor. La Argentina llegó a ser, antes de la llegada de J.D.P. la 7a potencia mundial y lo fue gracias unicamente a una actitud de los primeros gobiernos constitudionales: «el dejar hacer» es decir dar al pueblo auténtica libertad económica. Es la misma libertad que ha hecho poderoso a los EEUU y que a partir de Perón se evaporó. Hay que eliminar la piedra al cuello que coarta la libertd e impide el desarrollo. Es preciso modificar el actual tipo totalitario de gobierno por uno que funcione bajo una auténtica democracia.